martes, 14 de mayo de 2013

"Amantes en el tiempo de la infamia", de Diego Doncel.


En los fusilamientos repartían entre los ejecutores cartuchos de fogueo para diluir las culpas y calmar las conciencias.

Lo mismo ha ocurrido con los miembros del jurado de la última convocatoria del Premio de Novela Café Gijón, los cuales, al tomar la decisión por mayoría en vez de por unanimidad, han compartido al mismo tiempo que eludido la responsabilidad de su dictamen.

Rosa Regàs, Mercedes Monmany, José María Guelbenzu, Antonio Colinas o Marcos Giralt Torrente siempre podrán, en privado y por separado, esquivar cualquier reproche sobre la concesión del premio a "Amantes en el tiempo de la infamia", diciendo que el suyo era el cartucho de fogueo. 

La novela de Diego Doncel es un dilapidado amago de lo podría haber sido una buena novela. No es suficiente un planteamiento atractivo. Son necesarias mucha constancia y esfuerzo para afrontar las dificultades y encontrar soluciones ingeniosas, en vez de soslayarlas mediante acelerones argumentales que desajustan el ritmo.

Muy lejos se ha quedado "Amantes en el tiempo de la infamia" de, como dice el jurado en su resolución, poseer una trama de espionaje  aventuras muy bien construida, que el autor resuelve de forma eficaz y con un apasionante desarrollo. Esa distancia es mensurable; pongan un ejemplar de la obra editada por Siruela junto a otro de "En manos del diablo" y comparen tamaños. Eso por fuera. Si abren el título de Anne-Marie Garat comprobarán cuándo sí una novela se sustenta en una historia de amor sacudida por las turbulencias de un periodo crucial del siglo XX, aunque éste sea distinto.

Diego Doncel se ha visto desbordado por una historia que, en un entorno de acontecimientos históricos y divulgación científica que le otorgan verosimilitud, conjuga romance con espionaje como instrumentos, nada originales, de denuncia de los abusos e injusticias cometido por los órganos de poder.

Desde el comienzo demuestra la incapacidad para manejar el proyecto. No teje un prenda con los hilos de los géneros escogidos. Más bien forma un ovillo con los flecos de su imaginación, de los cuales tira hasta donde éstos den de sí. Y cuando aparece un nudo no se enfrenta a él y lo desata. Corta y elige otra hebra.

Así es imposible que funcione, por supuesto, el conjunto, ni tampoco cada una de las vertientes individualmente.

No es exigible la comprensión de una relación surgida, textualmente de la noche a la mañana, de la desesperación de ella y del acatamiento de una orden por parte de él. Se podría explicar y justificar la pasión ciega de ella, pero es imposible la empatía con un personaje cuyos únicos remordimientos manifestados son hacia la actividad científica, y el cual sólo tiene la sensación de estar traicionando a la patria. A ella no considera que le deba ninguna aclaración ni disculpa.

La trama de espionaje no está ni bien presentada, ni bien expuesta, ni bien desarrollada. Y ya no es que no esté bien resuelta, es que quedan cabos sueltos. El autor se ha servido de ella como mera herramienta conceptual, abandonándola cuando le pone en algún aprieto y retomándola cuando le vuelve a ser útil.

Las referencias históricas sirven para delimitar un estético escenario. La desconcertante deriva científica es el didáctico y fluido fundamento para cuestiones sobradamente sabidas.

Y el epílogo, repleto de apócrifos argumentos, como que una novela moderna descubre una visión poliédrica, una narración inestable como intentar atravesar arenas movedizas (página 240), la sugerencia de que este libro debe ser leído así, cada una de sus partes es la pieza de un puzzle que se proyecta en una pantalla, o la intención expresada de haber hecho una novela conceptual, una instalación conceptual (página 243),  no son más que excusas de mal pagador.