lunes, 29 de julio de 2013

"Últimos días en el Puesto del Este", de Cristina Fallarás.

Son apenas cien páginas.  Un día de playa, o una tarde tranquila y bien aprovechada.

Cien páginas merecedoras del XLII Premio Ciudad de Barbastro de novela corta.

Cien páginas que consolidan el prestigio de Salto de Página.

"Últimos días en el Puesto del Este" es la demostración de que cien páginas son suficientes para plantear un universo sugerente. También lo es de que, en cien páginas, no es exigible que te lo den todo hecho.

Esta obra de Cristina Fallarás debería venderse en IKEA.

La mañica ofrece un producto tan ambicioso y estimulante como los brindados por volúmenes más gruesos, pero con un coste más económico, en tiempo y medios. Tan elegante e inspirado como el que más, pero, eso sí, para que cupiera, viene desmontado.

Si el paisaje apocalíptico, la impetuosa y desesperada historia de amor y muerte, de qué si no, y los arquetípicos personajes son el producto, el texto sería el escueto manual de instrucciones para su montaje que siempre se adjunta. Un reto icónico, desafiante y tentador.

El propuesto en "Últimos días en el Puesto del Este", es un panorama devastado y envilecido. Un territorio combativo, intrincado, plagado de algos, de aquís y allás, sugestivas imprecisiones o atractivas ambigüedades; de quiénes, dóndes y por qués, preguntas sin respuesta; de gestos a medias.

Entre todo ese caos, Cristina Fallarás disemina localizaciones espaciales precisas, puntos de referencia que indican el carácter universal de la tragedia, menciones temporales que, amenazadoras, ubican en un futuro inmediato, el cual será presente, o ya pasado, en las próximas ediciones. Una sociedad degenerada, primitiva, cruel, con distintos valores, reglas, necesidades, autoridades y religión.  

La escasez de recursos y la necesidad de ahorro obligan a optimizar su uso. La opción más austera era la recuperación de prefabricados estereotipos de segunda mano, de asequible manejo y fácilmente reconocibles.
Cristina Fallarás, fotografiada 
por Mireya de Sagarra

Con esos elementos, la pieza resultante es conceptual, refinada e inspiradora.

Por un lado, una historia de observación de mezquindades, advertencia de vicios, señalamiento de culpas, prevención de peligros. Un juicio objetivo, sereno y preciso.

En ese páramo moral, por otro lado, todavía subsiste el frenesí. Desbordado, irracional, espléndido, descarriado, como han de ser las pasiones. También desdeñado, estéril.

La exposición integra de un arrebato, que abarca lo espiritual, lo carnal, lo sensitivo, lo especulativo y que alcanza la mayor brillantez en la página 38 con una ingeniosa representación y definitiva argumentación, sobre cómo los enamorados construyen la figura mental del amado únicamente con los fragmentos propicios y favorecedores, quedando descartados los recuerdos dañinos, dañados, inicuos e, incluso, inocuos.

miércoles, 17 de julio de 2013

"Nuestro hombre en La Habana", de Graham Greene



A una persona mayor hay determinadas cosas que no se le pueden pedir.

No se puede esperar que compartan aficiones que requieran grandes esfuerzos físicos.

Ni se les debe exigir que tengan aptitudes, siquiera inquietudes, en el manejo de las nuevas tecnologías.

Se ha de ser respetuoso con sus manías al tiempo que paciente con sus achaques. Escucharles, y aprovecharse de su experiencia. 

Siempre es recomendable la lectura de las obras de Graham Greene. Más ahora que los espías están, a su pesar, en los titulares de los media.

"Nuestro hombre en La Habana" es una novela con edad para jubilarse. Como tal, renquea y ya no tiene los reflejos ni la agilidad de un joven.

Pero, siendo uno comprensivo, comprueba que, con un estilo sencillo y sobrio, sin ardides ni artificios, se puede contar una historia alegórica e inteligente, construir unos personajes representativos, mantener el sentido del humor intacto y activa la capacidad de seducir e instruir.

La novela de Graham Greene es hija de otra época, no tan lejana mas sí radicalmente distinta. Un mundo todavía inocente aunque cruel. Un momento donde el tiempo transcurre calmo, permitiendo el disfrute, la rectificación, la complacencia, la farsa. Un territorio primitivo, visceral, a la vez que noble y caballeroso.

Un momento no fundamental mecánico y tecnológico, sino todavía humano, manual, artesano.

Y es en ese espacio donde se manejarían los mismos seres humanos que nos creemos que somos.

Seres tal vez insignificantes, pero orgullosos. Flexibles, pero firmes. Frívolos y triviales, pero osados y tercos.

Héroes capaces, incitados por las injusticias y alentados por sus valores, de controvertir las estructuras, resistirse a la capitulación, socavar el orden, embaucar al mando. Y reclamar su emancipación.

Demasiado optimista e ingenua resulta la propuesta de Graham Greene.

Dadas las circunstancias, me quedo con la alternativa más juiciosa. Que era un cínico despiadado el cual, en realidad, opinaba que, ante la sociedad y el poder, la conclusión a la que debe llegar el individuo es la misma que a la que llega Charlon Heston al final de "El planeta de los simios".

viernes, 5 de julio de 2013

"Tres noches", Austin Wright

Para venir precedida de las más elogiosas críticas, haber sido calificada como obra maestray tan eficazmente vendida por los de Ediciones Salamandra"Tres noches" resulta una muy decepcionante lectura.

Uno esperaba encontrarse con dos thrillers en uno, con dos oscuras y hermosas historias al precio de una, o con una lectura absorbente, aterradora y hermosa.

Pero la realidad es que, tras un comienzo impactante, la historia se revela, por un lado, como un relato eficaz sobre temas trillados, la violencia, la fragilidad de nuestro entorno, los principios y su fortaleza, el miedo, la pérdida y la venganza. Una crónica algo desigual por culpa, en gran parte, de los obstáculos.

Y por otro como, no una metaficción extraordinaria sobre la lectura y escritura, sino un forzado y superficial compendio de lamentaciones sobre el paso del tiempo, deseos y proyectos abandonados, manidas escenas de la vida familiar, triviales opiniones sobre las relaciones conyugales, y superficiales reflexiones acerca del oficio de escribir y el placer de leer.

Por sí solo, "Animales nocturnos", sería una sugestiva lectura que plantea cuestiones incomodas al lector, con diálogos verosímiles, situaciones bien concebidas, una estructura rematada y un justificado final abierto.

Pero Austin Wright, consciente de la falta de originalidad, consideró ocurrente y novedoso, alternar la narración con continuas e innecesarias interrupciones. Equivocado, ingenió un presunto puzzle literario, cuando en verdad los mejores momentos se dan al dejar que las historias transcurran y fluyan, mostrando las innegables cualidades del autor como narrador. 

Este presuntuoso recurso, dinamita cualquier potencial atractivo, desactiva los méritos de "Animales nocturnos", al agravar sus desequilibrios, y transforma la inquietud del lector en indignación.

Esta parte metaliteraria de "Tres noches"una novela brillante e inteligente, llena de emoción, es el reverso tenebroso, el contrapeso tramposo, innecesario y artificial, que acaba por hundir al conjunto.

Tramposas, y artificiosas, la sensación de inquietud y amenaza provocadas por recurrentes, enigmáticas y vacuas alusiones a una angustia y temor infundados.

Innecesarios, carentes de valor por obvios, por leves, o por frívolos, todos y cada uno de los comentarios, juicios, cavilaciones y consideraciones puestos en boca, o más bien en la mente, de la protagonista. E Innecesario que esta novela perdida haya sido rescatada para una nueva generación de lectores

Y artificial, tanto la siempre difícil descripción de escenas íntimas, en las que Austin Wright se muestra manifiestamente incomodo y peca de ridículo, como toda esta trama paralela en su conjunto. La cual, después de un comienzo esperanzador pero trucado, se desarrolla desorientada y concluye extraviada, con un desenlace decepcionante e insuficiente.


Más información sobre "Tres noches".