lunes, 24 de junio de 2013

"La promesa de Kamil Modrácek", de Jirí Kratochvil.

En Impedimenta tienen un singular concepción de la novela detectivesca.

La peculiaridad de su criterio ya se atisbó con "La juguetería errante".

Ahora, con "La promesa de Kamil Modrácek", esta pauta se confirma, al mismo tiempo que se quebranta. 

Da igual lo que digan en Alemania. Jirí Kratochvil no ha escrito una novela de género.

Que nadie se acerque a esta novela esperando encontrar algo parecido a Milos Urban.

Al estar fresca aún en la memoria la magnífica la lectura anterior, es posible, reconocidas las evidentes diferencias, frutos de tradiciones literarias dispares y reflejos de unas circunstancias históricas antagónicas, forzar un paralelismo entre "La promesa de Kamil Modrácek" y "Un paraíso inalcanzable", encontrar incluso sutiles pero básicos elementos comunes.

El humor ácido de "Un paraíso inalcanzable", en "La promesa de Kamil Modrácek" es macabro. El cinismo y veleidad de uno, al otro lado del Telón de Acero se convierten en esperpento y crudeza.

John Mortimer fue ciertamente más convencional en las formas y transigente con sus paisanos. Si la obra del británico era una revisión de su entorno, la de Jirí Kratochvil es un ajuste de cuentas que supura mucho dolor, y descarga su rabia contra los estamentos del estado y la sociedad en general.

Comprensible. No fue lo mismo vivir la posguerra, ni las décadas posteriores, en Brno que en la campiña inglesa.

"La promesa de Kamil Modrácek" es una reivindicación, una celebración, una demostración de libertad. Jirí Kratochvil no se somete a una sola voz, ni a un único punto de vista. Quiebra la linealidad temporal, vulnera la estructura tradicional del relato, y no respeta la cuarta pared. Un cuadro cubista, descoyuntado, complejo y eficaz.

Aunque escrita años después, rememorar aquella época supone volver a sumergirse en el pozo de la vejación.

Para dicha inmersión, es necesaria una coraza ficticia, una gran metáfora que se desplegará plena en la última parte y en cuya construcción Kafka se convierte en guía y referencia obligada.

Los elementos mágicos, el surrealismo, lo grotesco, o el humor negro, técnicas imprescindibles con las cuales, en su momento, se pudo digerir la situación, válvulas de escape que posibilitaron el mantenimiento de la cordura, son ahora ingredientes expresivos y analgésicos, las herramientas requeridas para explicar la opresión, la arbitrariedad, la injusticia, la burocracia, la estulticia, el miedo, la docilidad. 

"La promesa de Kamil Modrácek" es un higiénico viaje al pasado reciente, a un destino onírico, oscuro e irreal. Una incursión donde, entremezcladas la angustia y el bálsamo, no hay intención de resolver algún misterio.

Al contrario, hay más denuncia que conciliación. Son más las preguntas planteadas que las respondidas. Y más las heridas abiertas que las cerradas.

lunes, 10 de junio de 2013

"Un paraíso inalcanzable", de John Mortimer.


!Madre del Amor Hermoso! Qué bien me viene que en uno de los obituarios publicados en la prensa impresa con ocasión del lamentado fallecimiento de Tom Sharpe, concretamente en el de "La Razón", se diga de éste que no era cruel.

Aquí hay alguien, no me quedé con su nombre, que, víctima de los parecidos razonables, tal vez lo haya confundido con John Mortimer.

No se dejen engañar, ni por su apariencia bondadosa ni por la similitud física. Estos hijos de la Gran Bretaña, cuando se hacen mayores, acaban todos pareciéndose. ¿Dónde está la diferencia? En las dioptrías.

En realidad, el padre de Wilt fue tan clemente con sus criaturas, a las que en la mayoría de los casos abocaba a ineludibles catástrofes, o con los lectores, a los que procuraba matar de risa, como Jack el Destripador. Comparado con él, el que nos ocupa es como el más logrado y memorable de los personajes de "Un paraíso inalcanzable", un escéptico, perspicaz y afable médico rural.

Tom Sharpe fue un SEAL. Inmisericorde, devastaba sus objetivos, se ensañaba con sus víctimas y no contemplaba la posibilidad de dejar supervivientes ni de capturar rehenes. Un arma de destrucción masiva.

John Mortimer, en cambio, atenuó la innata acidez insular con dosificada y respetuosa delicadeza. Sus personajes son fundamentalmente objeto de sonrisas. Si acaso alguna esporádica carcajada, causada por esos brillantes diálogos cuya dudosa verosimilitud se ve superada por el gozo del lector y su anhelo de que sean posibles.

Siendo consciente de sus capacidades y recursos, demostró con éxito tener, con este relato familiar que le sirvió de excusa para reconocer a la sociedad de su tiempo, desde la posguerra hasta el Thatcherismo, examinar las carencias y méritos del carácter patrio y reflejar sus consecuencias, mayores ambiciones literarias que el gerundense adoptivo.

Más allá del anecdótico misterio, "Un paraíso inalcanzable" es una historia crepuscular de ambición y conformismo, fortaleza y debilidad, de astucia e ingenuidad, secretos y mentiras.

Con mucha humanidad, sin ferocidad, son expuestos tanto la decadencia como el advenimiento, descritos medradores e infortunados, y revisados los cambios radicales pero obligados, la renovación inevitable por necesaria, que garantizarán la continuidad de los pilares básicos que sostienen el sistema.

Gentil e indulgente, más incrédulo que cínico, John Mortimer sabía compensar la incisión terapéutica con un higiénico distanciamiento, la ironía con mucha tolerancia, y la trascendencia con algo de frivolidad.

"Un paraíso inalcanzable" es como si, a mediados de los ochenta, Hector Hugh Munro hubiera vuelto a la vida para escribir un "Il gattopardo" británico, veleidoso y modesto. Una lectura igual de exquisita.

Más información sobre John Mortimer y "Un paraíso inalcanzable".