martes, 28 de mayo de 2013

"Memento mori", de César Pérez Gellida.

En 2011, César Pérez Gellida se trasladó con la familia a Madrid para poder dedicarse en exclusiva a su carrera de escritor.

Para que eso sea posible es necesario vender muchísimos libros.

Y, para vender tantos ejemplares, o impones a los lectores tu talento, o los complaces con obras acomodadas a sus gustos.

Ninguna de las opciones es asequible. El pucelano lo va a intentar por la ruta humilde. Tal como está la cosa, es lo más sensato y prudente.

"Memento mori" es la prueba de lo difícil, e ingrato, que es el oficio. No son suficientes el esfuerzo y la dedicación. Hay algo indefinible, esquivo, inasible y azaroso que convierte un relato corriente en cautivador y adictivo. Esta obra no lo tiene.

Tiene otras cosas, trabajo, planificación, diseño, investigación y compromiso. Mas el resultado es endeble, liviano e insustancial.

El autor está cómodo en el bosquejo de los elementos externos, afanoso en el desarrollo superficial, empecinado en confeccionar el producto más aparente y atractivo posible. Las tentaciones de ahondar son eludidas y, cuando no hay más remedio, las consecuencias son desastrosas.

Todo su afán, su valor primordial, es convertir la lectura de "Memento mori" en una experiencia completa, sugiriendo para ello una banda sonora. Aunque no es el primero, recuerdo a un matrimonio italiano que adjuntaba a su novela un disco compacto con piezas de música barroca para ambientar, sí es César Pérez Gellida el que más lejos ha ido, escogiendo concienzudamente canciones que se integran en la trama.

La historia está elaborada con esmero, manteniendo el equilibrio entre la cotidianeidad y la sofisticación, cuidando que ningún mecanismo chirriante quede sin la correspondiente gota de lubricante, y dejando una vía que permita secuelas. Pero sin buscar la trascendencia, ni  pretender la originalidad. Ávido a la vez que cauteloso, sencillamente aprovecha fructíferas sendas abiertas anteriormente.

Sin ser objeto del esfuerzo necesario que los transforme en memorables, los personajes están dotados de la dosis justa de humanidad que los haga reconocibles, menoscabados por la imposición de ser ingeniosos en cada conversación, lo cual, además de lograrse con muy desigual éxito, es artificial y, en situaciones espinosas, trae como consecuencia diálogos grotescos.

Son simples vasallos de una supuesta protagonista efectiva, la ciudad de Valladolid, a la cual se le rinde un inocuo y vacuo homenaje, carente, salvo una testimonial y circunspecta dialéctica sobre el alcalde, del más mínimo y saludable análisis, osada denuncia, o perspicaz disección.

Mucho denuedo mal enfocado. Demasiados desvelos por arrebatar al lector distraen al escritor de sus compromisos reales y corrompen los resultados. Menos psicoanálisis norteamericano, y más respeto a la  tradición europea, el noir concienciado socialmente.

E inaceptable es que la banda sonora de una novela que transcurre y honra a Valladolid no incluya, aunque sea con calzador, al grupo local más relevante en la actualidad, los amigos de "Los Coronas".  

Más información sobre César Pérez Gellida y Sinopsis.

martes, 14 de mayo de 2013

"Amantes en el tiempo de la infamia", de Diego Doncel.


En los fusilamientos repartían entre los ejecutores cartuchos de fogueo para diluir las culpas y calmar las conciencias.

Lo mismo ha ocurrido con los miembros del jurado de la última convocatoria del Premio de Novela Café Gijón, los cuales, al tomar la decisión por mayoría en vez de por unanimidad, han compartido al mismo tiempo que eludido la responsabilidad de su dictamen.

Rosa Regàs, Mercedes Monmany, José María Guelbenzu, Antonio Colinas o Marcos Giralt Torrente siempre podrán, en privado y por separado, esquivar cualquier reproche sobre la concesión del premio a "Amantes en el tiempo de la infamia", diciendo que el suyo era el cartucho de fogueo. 

La novela de Diego Doncel es un dilapidado amago de lo podría haber sido una buena novela. No es suficiente un planteamiento atractivo. Son necesarias mucha constancia y esfuerzo para afrontar las dificultades y encontrar soluciones ingeniosas, en vez de soslayarlas mediante acelerones argumentales que desajustan el ritmo.

Muy lejos se ha quedado "Amantes en el tiempo de la infamia" de, como dice el jurado en su resolución, poseer una trama de espionaje  aventuras muy bien construida, que el autor resuelve de forma eficaz y con un apasionante desarrollo. Esa distancia es mensurable; pongan un ejemplar de la obra editada por Siruela junto a otro de "En manos del diablo" y comparen tamaños. Eso por fuera. Si abren el título de Anne-Marie Garat comprobarán cuándo sí una novela se sustenta en una historia de amor sacudida por las turbulencias de un periodo crucial del siglo XX, aunque éste sea distinto.

Diego Doncel se ha visto desbordado por una historia que, en un entorno de acontecimientos históricos y divulgación científica que le otorgan verosimilitud, conjuga romance con espionaje como instrumentos, nada originales, de denuncia de los abusos e injusticias cometido por los órganos de poder.

Desde el comienzo demuestra la incapacidad para manejar el proyecto. No teje un prenda con los hilos de los géneros escogidos. Más bien forma un ovillo con los flecos de su imaginación, de los cuales tira hasta donde éstos den de sí. Y cuando aparece un nudo no se enfrenta a él y lo desata. Corta y elige otra hebra.

Así es imposible que funcione, por supuesto, el conjunto, ni tampoco cada una de las vertientes individualmente.

No es exigible la comprensión de una relación surgida, textualmente de la noche a la mañana, de la desesperación de ella y del acatamiento de una orden por parte de él. Se podría explicar y justificar la pasión ciega de ella, pero es imposible la empatía con un personaje cuyos únicos remordimientos manifestados son hacia la actividad científica, y el cual sólo tiene la sensación de estar traicionando a la patria. A ella no considera que le deba ninguna aclaración ni disculpa.

La trama de espionaje no está ni bien presentada, ni bien expuesta, ni bien desarrollada. Y ya no es que no esté bien resuelta, es que quedan cabos sueltos. El autor se ha servido de ella como mera herramienta conceptual, abandonándola cuando le pone en algún aprieto y retomándola cuando le vuelve a ser útil.

Las referencias históricas sirven para delimitar un estético escenario. La desconcertante deriva científica es el didáctico y fluido fundamento para cuestiones sobradamente sabidas.

Y el epílogo, repleto de apócrifos argumentos, como que una novela moderna descubre una visión poliédrica, una narración inestable como intentar atravesar arenas movedizas (página 240), la sugerencia de que este libro debe ser leído así, cada una de sus partes es la pieza de un puzzle que se proyecta en una pantalla, o la intención expresada de haber hecho una novela conceptual, una instalación conceptual (página 243),  no son más que excusas de mal pagador.

viernes, 3 de mayo de 2013

"Si grita, suéltale", de Chester Himes.


Y de autores sobrevalorados a títulos menospreciados.

De Chester Himes únicamente interesan, a RBA y a Akal, las historias de Ataud Johnson y Sepulturero Jones. Las obras sociales se las dejaron a Mondadori y a Mario Muchnick, que lo intentaron, pero finalmente han sido descartadas en los últimos planes quinquenales de cualquier editorial conocida.

Quien quiera disfrutar, y educarse, con "Si grita, suéltale", (lo correcto es suéltalo, y lo discuto con cualquier leísta) la primera novela, no escrita, sí publicada, de Chester Himes, tendrá que perseverar, y madrugar. Eso sí, hay premio.

La portada concebida por la histórica Ediciones Júcar para su colección Gran Etiqueta es tan fea que me abstengo de exponerla. Tan representativa, a pesar de ser publicada a finales de 1989, cuando se empezaba a ver la luz más allá de las hombreras, de una década totalmente desorientada en cuestiones de diseño que por cincuenta céntimos te la malvenden, un domingo a las ocho de la mañana, en el Charco la Pava.

Casi setenta años después de su publicación, "Si grita, suéltale" es, para un privilegiado burgués europeo del sigo XXI, sin más prejuicios que los inconscientes, una novela esclarecedora, fascinante y estremecedora, a la que nunca se le ha hecho justicia.

Su autor, el hijo furioso de una raza ultrajada, un atormentado a disgusto en la sociedad que le rodeaba, un revolucionario que reclamaba cambios drásticos y efectivos, era, más que un adelantado a su tiempo, un evadido de su presente, un desesperado confiado en el futuro. Y sus obras, ahora lozanas, en su momento fueron menospreciadas, o consideradas impublicables. Su primera novela, "Tirar la primera piedra" tuvo que esperar diez años a un editor con la valentía suficiente.

La rabia y las urgencias de Chester Himes son tales que prescinde de adornos. Y su convencimiento hace innecesarias las innovaciones. Busca un estilo sencillo, abrupto, que no empañe ni distorsione la veracidad, y que permita a "Si grita, suéltale" funcionar tanto en el plano realista como en el alegórico.

Un primer estrato, directo y brutal, violento y rabioso, es la recopilación de comportamientos, actitudes y gestos, objetivamente descritos, por medio de los cuales se manifiestan la arrogancia, el cinismo y condescendencia de unos, la mansedumbre, la impotencia y la cobardía de los otros.

Por otro lado, con naturalidad y fluidez plantea las situaciones precisas que permiten la inclusión de una disputa intelectual mucho más elevada y trascendente. Un debate donde están representados y desarrollados todos los argumentos y puntos de vista, radicales, tolerantes, irracionales, conciliadores, dogmáticos y pragmáticos.

La figura de Chester Himes va más allá de la de poseedor y transmisor de una pasión ciega e irracional. Por encima de toda su cólera hay una conciencia de lo ponzoñoso y autodestructivo de ese sentimiento. Y por detrás de su angustia hay una inteligencia irrebatible en su razonamiento, y una aterradora lucidez sobre la inutilidad de ese patrimonio.

Mi más incondicional admiración a este autor. Tanto al treintañero que seguramente despreciaría este halago, como al que, posteriormente, espero que encontrase en Europa, primero en París después en Almería, serenidad y paz merecidas.