martes, 26 de febrero de 2013

"Noir", de Robert Coover.


"Noir". Negro. Toda una declaración de intenciones.

Noir, Phil M. Muy explícito y evocador.

Pero no se dejen engañar por Robert Coover, ni por su obra.

El es un traidor. y "Noir", en realidad, un seductor y narcótico caballo de Troya. Una astuta amenaza a los cimientos del género.

Una celada.

Robert Coover presenta la más negra de las novelas negras. Negra como la noche, como las pesadillas. Negro como el presente, negro como el carbón. El cual, sometido a la suficiente presión, puede dar como resultado otra cosa muy diferente. Un diamante, una joya.

"Noir" es negro como el café solo. Como un espresso, es denso, corto pero intenso. Contundente y estimulante. Concentrados, los tópicos del género, los escenarios, ambientes, vestuarios y personajes, sus palabras, respuestas, gestos y comportamientos son debidamente recopilados y escrupulosamente recogidos.

Son sagazmente revisados, sinceramente homenajeados, mas también implacablemente exigidos, singularmente sometidos y utilizados.

"Noir" no es un ingenuo ristretto. Más bien sería una de esas ediciones especiales, con aromas peculiares a jengibre, castaña o avellana, que de vez en cuando saca la marca suiza que anuncia el actor que muy bien podría prestar su imagen al protagonista.

Robert Coover, con esta historia circular, noctámbula, onírica y delirante, revuelve los ingredientes de la pócima. Añade acidez a la infusión para que suelten su esencia amarga. Les hace dar vueltas y vueltas. Hasta que las fuerzas centrífugas y centrípetas les desprenden la costra, la máscara, y muestran su interior. La verdad.

El resultado es que la fortaleza se transforma en debilidad, la inocencia en astucia. Y la modestia en el mejor camuflaje.

El ingenio se convierte en estulticia, la inteligencia en circunspección, lo inmediato en invisible. Y el amor en dominio.

El orgullo se muestra ridículo, el ingenio fatuo, la violencia innecesaria, la inmadurez endémica, lo obvio inescrutable, lo ofrecido esquivo. Y las huidas inútiles.

La paciencia triunfa ante la tenacidad, la discreción ante la osadía, prudencia ante la brutalidad. Y el silencio ante la procacidad.

Pero sobre todo Robert Coover logra que al final, este delirio tenga sentido. Le da lógica al desvarío. Justifica su deslealtad. Y obtiene como recompensa la absolución.

Más información sobre Robert Coover y "Noir".

viernes, 15 de febrero de 2013

"Morir bajo dos banderas", de Alejandro M. Gallo.


No se le pueden cuestionar los encomiables méritos enciclopédicos a "Morir bajo dos banderas". Mucho más discutibles son sus valores literarios.

Alejandro M. Gallo se zambulle en la historia, se sumerge en ella y, empapado, construye una memoria monumental, un detallado, minucioso, documento dramatizado sobre la II Guerra Mundial, fundamentalmente desde la huida de las tropas británicas y francesas por Dunkerque. Y desde su vuelta al continente, con el desembarco en Normandía, prácticamente es un relato diario de la reconquista y victoria definitiva. 

Con coherencia y fluidez, al menos hasta llegar a París, más atascados en los barros de Alsacia y Lorena a partir de ahí, se suceden los acontecimientos históricos, y engastadas a ellos las anécdotas aceptadas, escenificadas por sus protagonistas reales.

Son indudables el poder estimulante para espíritus medianamente inquietos, y el interés didáctico de la obra. Congrega a gran parte de los principales involucrados. Confirma aspectos conocidos, como la valentía de los ejércitos italianos. Aclara asuntos mal explicados, como el anfibológico papel de Francia, que sirven para comprender por fin "Casablanca".

Y, fundamentalmente, rescata y rinde honores a unos hechos olvidados u ocultados, pero dignos de un obligado recuerdo y reconocimiento: El papel de los voluntarios españoles en aquella tragedia. De todos. De los que lo hicieron en el bando correcto. Y de los que lo hicieron en el equivocado, por convicción o para escapar de la cárcel, con la intención de desertar, de cambiar de bando.

Los problemas de Alejandro M. Gallo comienzan al intentar hacer de "Morir bajo dos banderas" una obra de ficción. 

La misión es de tal magnitud que el ritmo ha de ser trepidante. No hay tiempo para contar las bajas del enemigo. Tampoco lo hay para sorpresas, sistemáticamente saboteadas con antelación. Y el estilo, austero, sucinto, concreto, después de más de seiscientas páginas, muestra, agotado y reiterativo,  sus carencias y limitaciones.  

La tarea es tan ardua que es imposible lograr que los personajes tengan una mínima profundidad psicológica. Los intentos son esperpénticos, errados y no van más allá de la humedad en los ojos.

Alejandro M. Gallo, inmerso en el espíritu y los valores del pasado, queda atrapado en ellos. Y por ello "Morir bajo dos banderas" oscila entre lo panfletario y lo folletinesco.

Por un lado, la trasnochada odisea familiar que vertebra la obra es digna de una radionovela, repleta de personajes prototípicos, héroes y villanos, de comportamientos íntegros y ejemplares, de situaciones melodramáticas. De soluciones inconcebibles. De oportunidades desaprovechadas.  

Por otro, el desafortunado tono elegíaco y propagandístico escogido por Alejandro M. Gallo es  innecesario, contrarresta su rigurosidad, perjudica su credibilidad y convierte "Morir bajo dos banderas" en un cantar de gesta.

"Morir bajo dos banderas" funciona como testimonio histórico, más amena y atractiva la etapa africana, más tediosa y farragosa la europea. Como obra literaria el resultado es rancio, trasnochado y superado.

Más información sobre Alejandro M. Gallo y "Morir bajo dos banderas".