martes, 24 de septiembre de 2013

"Cada cual y lo extraño", de Felipe Benítez Reyes

Aunque "Cada cual y lo extraño" deje cierta sensación de ser una mera faena de aliño, de estar ante la rutinaria satisfacción de algún compromiso editorial, siempre es un placer y un honor leer a Felipe Benítez Reyes.

Por favor, responsables de Ediciones Destino, sigan presionando para que se nos brinden más oportunidades como ésta.

Pero como ésta. No más novelas, que ya ha acreditado que no es su distancia.

Sus intentos de desarrollar narraciones extensas, "El novio del mundo""El pensamiento de los monstruos" o, sobre todo, su Premio Nadal "Mercado de espejismos", han desembocado en acumulaciones de momentos excelentes, repletas de muestras de ingenio, que, como conjuntos, pecan de erráticos y desiguales.

La prosa de Felipe Benítez Reyes, supeditada a su cualidad de poeta, es certera en la indicación de los detalles relevantes, en la captación de gestos reveladores, en la advertencia de las minucias trascendentales. 

Minucioso paladín de los recuerdos delicados, analítico preservador de las sensaciones fugaces, y sagaz traductor de los códigos inconscientes, su literatura trabaja con materiales demasiado delicados, inadecuados para los grandes proyectos, y fabrica piezas valiosas, pero a un escala incompatible con construcciones que han resultado endebles e inestables.

En "Cada cual y lo extraño" uno va a encontrar, por un lado, al mismo Felipe Benítez Reyes ansiado, con su adjetivación pertinente e intencionada, atinado e insólito en la propuesta de metáforas, hilarante en el ducho manejo de la perífrasis.
   
Por otro lado, los años empiezan a pesar.

Estos doce relatos, uno por cada mes del año, un recorrido por las cuatro estaciones, una manida, aunque eficaz, analogía que permite el repaso de lo que es una existencia, muestran a un Felipe Benítez Reyes en el, definitivamente, Tahantos le ha ganado la batalla a Eros.

En los cuentos sobre la infancia y la adolescencia no hay nostalgia ni ternura. Pese a adoptar la forma de recuerdos redactados en primera persona, y de describir territorios que le son muy próximos, son expuestos con un frío distanciamiento y rezuman una amarga melancolía.

Y en los cuentos de madurez y senectud, el escepticismo y el desaliento contaminan la intrínseca ironía del autor, transformándola en, o incorporándole, un saludable cinismo existencial.

Sinopsis y más información sobre Felipe Benítez Reyes.

jueves, 12 de septiembre de 2013

"El cuarto rey", de Harry Stephen Keeler.



Puede que ésta sea la última reseña. A partir de ahora mi vida estará en peligro.

En cualquier momento puede que sufra un accidente, que ingiera un alimento en tan mal estado que resulte letal, que contraiga una extraña enfermedad incurable o, sencillamente, que desaparezca. 

Soy consciente de mi traición. El ostracismo sería una condena benévola.

Incluso después de esta deslealtad, me sigo considerando miembro de un ateneo clandestino, cuyas veladas siempre concluyen con una solemne ceremonia de invocación a Aleister Crowley.

Sus miembros estamos convencidos de la veracidad de las conjuras, de la existencia de poderes ocultos, organizaciones secretas, realidades paralelas, explicaciones alternativas, fuerzas inconcebibles. Algunos son denodados buscadores de tesoros perdidos, otros son poseedores de pruebas incontestables de contactos con formas de vida extraterrestres, o de reliquias prodigiosas.

Somos los que mantenemos la audiencia de "Cuarto Milenio". Y los que alzamos a Dan BrownIndiana Jones y Benjamin Franklin Gates son algunos de nuestros iconos. Doc Savage , Charlie ChanLa SombraFantomas y Fu Manchú forman parte fundamental del santoral.

Por lo tanto, Kenneth RobesonEarl Derr BiggersMaxwell GrantMarcel Allain y Pierre Souvestrre, o Sax Rohmer serían los apóstoles.

Pero, sin duda, nuestro mesías, el Sumo Gran Sacerdote, el Pontífice del Pulp, es Harry Stephen Keeler.

La repulsa y la incomprensión generalizadas incrementan el valor de la discreción. Se nos puede encontrar en rastros, rastrillos, mercados, mercadillos, ferias, baratillos, desembalajes, subastas, liquidaciones, anticuarios, almonedas o librerías de usados, buscando ejemplares despreciados de sus evangelios. Por un euro compré, lo cual no es fácil, un jueves de este pasado julio, en la calle Feria de Sevilla, "El cuarto rey", el decimosexto de mi colección particular. Ya sólo me queda una treintena para alcanzar el paraíso.

Nos reconocemos por la avidez en el rastreo, el vestir descuidado, el desaliño, el pelo grasiento, a quien le quede, la palidez mórbida, los ojos vidriosos, la mirada suspicaz, las manos trémulas y los sobresaltos infundados.

Asumo el riesgo que supone la reivindicación de una raza de escritores que, aún lastrados por la premura, estigmatizados por la banalidad y venalidad, no ven reconocidos los méritos.

Acepto las consecuencias que acarre la defensa de una literatura llena de defectos, tramposa, sin ritmo, maniquea, manierista, elaborada a base de tópicos y exageraciones, a la cual no se le considera también estimulante, amena, divulgativa, especulativa, provocadora, evocadora... Ni se le reconoce que el paso del tiempo le ha añadido una pátina romántica y nostálgica enriquecedora.

Proclamo a Harry Stephen Keeler como la mayor de las figuras de este género. El más radical, desmesurado, imaginativo, ambicioso y heterogéneo.
Agradezco a  la Editorial Reus, ahora con una dedicación circunspecta, el respeto y el cuidado con el que en su día editó sus títulos, lo cual les añade valor. No reclamo la reedición de las novelas. Prefiero los desafíos.
  
Simplemente me revelo ante el olvido, y denuncio el injusto trato que recibe Harry Stephen Keeler, únicamente porque no centró su talento en crear un personaje capital que acabara fagocitándolo.

Más información sobre Harry Stephen Keeler.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

"Arde Chicago", de Charlotte Carter.


Desequilibrada y confusa, escogida confiadamente para comenzar las vacaciones, "Arde Chicago" ha resultado una lectura decepcionante.

Todos los defectos de este primer caso de la detective aficionada Cassandra Lisle, podrían tener una explicación y un motivo.

Si la intención de Charlotte Carter era la de mostrar en la narración y la de transmitir al lector el amateurismo de su protagonista, hay que reconocerle la inteligencia y sutileza con la que ha diseñado una obra repleta de desproporciones y asimetrías.

Ni los personajes, sugestivos y creíbles, ni el entorno eficazmente reflejado, se merecen estar involucrados en una historia vulgar, elemental que con una precipitada resolución intenta disimular su inverosimilitud.

Queda la esperanza de que todo ese potencial no se malgaste, y sea aprovechado por la autora en las siguientes entregas. 

No hay simetría entre la lucidez expuesta en las reflexiones, la perspicacia mostrada en las descripciones, o la sensibilidad imprescindible para captar los ambientes, y la desidia revelada en la concepción de la trama.

No hay proporción entre la generosidad con la que se explaya en la disección y análisis de los sentimientos, las circunstancias, las relaciones o los antecedentes, y la frugalidad con la que son solventadas determinadas situaciones o aclarados los interrogantes.

"Arde Chicago" puede ser considerada muchas cosas, todas ellas buenas. Es una novela de iniciación, de pérdida de la inocencia. Es también una novela de humor.

Y, sobre todo, una novela social.

Un personaje provechoso, Cassandra Lisle, mujer, dependiente, negra, joven, no muy agraciada y sí harto inteligente, y un entorno hostil, el Chicago de los días posteriores al asesinato de Martin Luther King, al que es expuesto, conforman el cuadro perfecto para la denuncia de injusticias y discriminaciones de clase, género o raciales, así como la manifestación de cuitas y temores existenciales.

El pecado de Charlotte Carter está en que se olvidó de escribir una buena novela de misterio.

Aunque la novela negra es un género de protesta, altavoz de la disconformidad y el desarraigo, tiene sus peculiaridades procedimientos, códigos, instituciones propias, rasgos identificativos que, en "Arde Chicago" no han sido respetados. 

Aunque la novela negra es un género acogedor, amplio y transigente, sus atributos han sido despreciados por Charlotte Carter.

Más información sobre Charlotte Carter y "Arde Chicago".

lunes, 29 de julio de 2013

"Últimos días en el Puesto del Este", de Cristina Fallarás.

Son apenas cien páginas.  Un día de playa, o una tarde tranquila y bien aprovechada.

Cien páginas merecedoras del XLII Premio Ciudad de Barbastro de novela corta.

Cien páginas que consolidan el prestigio de Salto de Página.

"Últimos días en el Puesto del Este" es la demostración de que cien páginas son suficientes para plantear un universo sugerente. También lo es de que, en cien páginas, no es exigible que te lo den todo hecho.

Esta obra de Cristina Fallarás debería venderse en IKEA.

La mañica ofrece un producto tan ambicioso y estimulante como los brindados por volúmenes más gruesos, pero con un coste más económico, en tiempo y medios. Tan elegante e inspirado como el que más, pero, eso sí, para que cupiera, viene desmontado.

Si el paisaje apocalíptico, la impetuosa y desesperada historia de amor y muerte, de qué si no, y los arquetípicos personajes son el producto, el texto sería el escueto manual de instrucciones para su montaje que siempre se adjunta. Un reto icónico, desafiante y tentador.

El propuesto en "Últimos días en el Puesto del Este", es un panorama devastado y envilecido. Un territorio combativo, intrincado, plagado de algos, de aquís y allás, sugestivas imprecisiones o atractivas ambigüedades; de quiénes, dóndes y por qués, preguntas sin respuesta; de gestos a medias.

Entre todo ese caos, Cristina Fallarás disemina localizaciones espaciales precisas, puntos de referencia que indican el carácter universal de la tragedia, menciones temporales que, amenazadoras, ubican en un futuro inmediato, el cual será presente, o ya pasado, en las próximas ediciones. Una sociedad degenerada, primitiva, cruel, con distintos valores, reglas, necesidades, autoridades y religión.  

La escasez de recursos y la necesidad de ahorro obligan a optimizar su uso. La opción más austera era la recuperación de prefabricados estereotipos de segunda mano, de asequible manejo y fácilmente reconocibles.
Cristina Fallarás, fotografiada 
por Mireya de Sagarra

Con esos elementos, la pieza resultante es conceptual, refinada e inspiradora.

Por un lado, una historia de observación de mezquindades, advertencia de vicios, señalamiento de culpas, prevención de peligros. Un juicio objetivo, sereno y preciso.

En ese páramo moral, por otro lado, todavía subsiste el frenesí. Desbordado, irracional, espléndido, descarriado, como han de ser las pasiones. También desdeñado, estéril.

La exposición integra de un arrebato, que abarca lo espiritual, lo carnal, lo sensitivo, lo especulativo y que alcanza la mayor brillantez en la página 38 con una ingeniosa representación y definitiva argumentación, sobre cómo los enamorados construyen la figura mental del amado únicamente con los fragmentos propicios y favorecedores, quedando descartados los recuerdos dañinos, dañados, inicuos e, incluso, inocuos.

miércoles, 17 de julio de 2013

"Nuestro hombre en La Habana", de Graham Greene



A una persona mayor hay determinadas cosas que no se le pueden pedir.

No se puede esperar que compartan aficiones que requieran grandes esfuerzos físicos.

Ni se les debe exigir que tengan aptitudes, siquiera inquietudes, en el manejo de las nuevas tecnologías.

Se ha de ser respetuoso con sus manías al tiempo que paciente con sus achaques. Escucharles, y aprovecharse de su experiencia. 

Siempre es recomendable la lectura de las obras de Graham Greene. Más ahora que los espías están, a su pesar, en los titulares de los media.

"Nuestro hombre en La Habana" es una novela con edad para jubilarse. Como tal, renquea y ya no tiene los reflejos ni la agilidad de un joven.

Pero, siendo uno comprensivo, comprueba que, con un estilo sencillo y sobrio, sin ardides ni artificios, se puede contar una historia alegórica e inteligente, construir unos personajes representativos, mantener el sentido del humor intacto y activa la capacidad de seducir e instruir.

La novela de Graham Greene es hija de otra época, no tan lejana mas sí radicalmente distinta. Un mundo todavía inocente aunque cruel. Un momento donde el tiempo transcurre calmo, permitiendo el disfrute, la rectificación, la complacencia, la farsa. Un territorio primitivo, visceral, a la vez que noble y caballeroso.

Un momento no fundamental mecánico y tecnológico, sino todavía humano, manual, artesano.

Y es en ese espacio donde se manejarían los mismos seres humanos que nos creemos que somos.

Seres tal vez insignificantes, pero orgullosos. Flexibles, pero firmes. Frívolos y triviales, pero osados y tercos.

Héroes capaces, incitados por las injusticias y alentados por sus valores, de controvertir las estructuras, resistirse a la capitulación, socavar el orden, embaucar al mando. Y reclamar su emancipación.

Demasiado optimista e ingenua resulta la propuesta de Graham Greene.

Dadas las circunstancias, me quedo con la alternativa más juiciosa. Que era un cínico despiadado el cual, en realidad, opinaba que, ante la sociedad y el poder, la conclusión a la que debe llegar el individuo es la misma que a la que llega Charlon Heston al final de "El planeta de los simios".

viernes, 5 de julio de 2013

"Tres noches", Austin Wright

Para venir precedida de las más elogiosas críticas, haber sido calificada como obra maestray tan eficazmente vendida por los de Ediciones Salamandra"Tres noches" resulta una muy decepcionante lectura.

Uno esperaba encontrarse con dos thrillers en uno, con dos oscuras y hermosas historias al precio de una, o con una lectura absorbente, aterradora y hermosa.

Pero la realidad es que, tras un comienzo impactante, la historia se revela, por un lado, como un relato eficaz sobre temas trillados, la violencia, la fragilidad de nuestro entorno, los principios y su fortaleza, el miedo, la pérdida y la venganza. Una crónica algo desigual por culpa, en gran parte, de los obstáculos.

Y por otro como, no una metaficción extraordinaria sobre la lectura y escritura, sino un forzado y superficial compendio de lamentaciones sobre el paso del tiempo, deseos y proyectos abandonados, manidas escenas de la vida familiar, triviales opiniones sobre las relaciones conyugales, y superficiales reflexiones acerca del oficio de escribir y el placer de leer.

Por sí solo, "Animales nocturnos", sería una sugestiva lectura que plantea cuestiones incomodas al lector, con diálogos verosímiles, situaciones bien concebidas, una estructura rematada y un justificado final abierto.

Pero Austin Wright, consciente de la falta de originalidad, consideró ocurrente y novedoso, alternar la narración con continuas e innecesarias interrupciones. Equivocado, ingenió un presunto puzzle literario, cuando en verdad los mejores momentos se dan al dejar que las historias transcurran y fluyan, mostrando las innegables cualidades del autor como narrador. 

Este presuntuoso recurso, dinamita cualquier potencial atractivo, desactiva los méritos de "Animales nocturnos", al agravar sus desequilibrios, y transforma la inquietud del lector en indignación.

Esta parte metaliteraria de "Tres noches"una novela brillante e inteligente, llena de emoción, es el reverso tenebroso, el contrapeso tramposo, innecesario y artificial, que acaba por hundir al conjunto.

Tramposas, y artificiosas, la sensación de inquietud y amenaza provocadas por recurrentes, enigmáticas y vacuas alusiones a una angustia y temor infundados.

Innecesarios, carentes de valor por obvios, por leves, o por frívolos, todos y cada uno de los comentarios, juicios, cavilaciones y consideraciones puestos en boca, o más bien en la mente, de la protagonista. E Innecesario que esta novela perdida haya sido rescatada para una nueva generación de lectores

Y artificial, tanto la siempre difícil descripción de escenas íntimas, en las que Austin Wright se muestra manifiestamente incomodo y peca de ridículo, como toda esta trama paralela en su conjunto. La cual, después de un comienzo esperanzador pero trucado, se desarrolla desorientada y concluye extraviada, con un desenlace decepcionante e insuficiente.


Más información sobre "Tres noches".

lunes, 24 de junio de 2013

"La promesa de Kamil Modrácek", de Jirí Kratochvil.

En Impedimenta tienen un singular concepción de la novela detectivesca.

La peculiaridad de su criterio ya se atisbó con "La juguetería errante".

Ahora, con "La promesa de Kamil Modrácek", esta pauta se confirma, al mismo tiempo que se quebranta. 

Da igual lo que digan en Alemania. Jirí Kratochvil no ha escrito una novela de género.

Que nadie se acerque a esta novela esperando encontrar algo parecido a Milos Urban.

Al estar fresca aún en la memoria la magnífica la lectura anterior, es posible, reconocidas las evidentes diferencias, frutos de tradiciones literarias dispares y reflejos de unas circunstancias históricas antagónicas, forzar un paralelismo entre "La promesa de Kamil Modrácek" y "Un paraíso inalcanzable", encontrar incluso sutiles pero básicos elementos comunes.

El humor ácido de "Un paraíso inalcanzable", en "La promesa de Kamil Modrácek" es macabro. El cinismo y veleidad de uno, al otro lado del Telón de Acero se convierten en esperpento y crudeza.

John Mortimer fue ciertamente más convencional en las formas y transigente con sus paisanos. Si la obra del británico era una revisión de su entorno, la de Jirí Kratochvil es un ajuste de cuentas que supura mucho dolor, y descarga su rabia contra los estamentos del estado y la sociedad en general.

Comprensible. No fue lo mismo vivir la posguerra, ni las décadas posteriores, en Brno que en la campiña inglesa.

"La promesa de Kamil Modrácek" es una reivindicación, una celebración, una demostración de libertad. Jirí Kratochvil no se somete a una sola voz, ni a un único punto de vista. Quiebra la linealidad temporal, vulnera la estructura tradicional del relato, y no respeta la cuarta pared. Un cuadro cubista, descoyuntado, complejo y eficaz.

Aunque escrita años después, rememorar aquella época supone volver a sumergirse en el pozo de la vejación.

Para dicha inmersión, es necesaria una coraza ficticia, una gran metáfora que se desplegará plena en la última parte y en cuya construcción Kafka se convierte en guía y referencia obligada.

Los elementos mágicos, el surrealismo, lo grotesco, o el humor negro, técnicas imprescindibles con las cuales, en su momento, se pudo digerir la situación, válvulas de escape que posibilitaron el mantenimiento de la cordura, son ahora ingredientes expresivos y analgésicos, las herramientas requeridas para explicar la opresión, la arbitrariedad, la injusticia, la burocracia, la estulticia, el miedo, la docilidad. 

"La promesa de Kamil Modrácek" es un higiénico viaje al pasado reciente, a un destino onírico, oscuro e irreal. Una incursión donde, entremezcladas la angustia y el bálsamo, no hay intención de resolver algún misterio.

Al contrario, hay más denuncia que conciliación. Son más las preguntas planteadas que las respondidas. Y más las heridas abiertas que las cerradas.

lunes, 10 de junio de 2013

"Un paraíso inalcanzable", de John Mortimer.


!Madre del Amor Hermoso! Qué bien me viene que en uno de los obituarios publicados en la prensa impresa con ocasión del lamentado fallecimiento de Tom Sharpe, concretamente en el de "La Razón", se diga de éste que no era cruel.

Aquí hay alguien, no me quedé con su nombre, que, víctima de los parecidos razonables, tal vez lo haya confundido con John Mortimer.

No se dejen engañar, ni por su apariencia bondadosa ni por la similitud física. Estos hijos de la Gran Bretaña, cuando se hacen mayores, acaban todos pareciéndose. ¿Dónde está la diferencia? En las dioptrías.

En realidad, el padre de Wilt fue tan clemente con sus criaturas, a las que en la mayoría de los casos abocaba a ineludibles catástrofes, o con los lectores, a los que procuraba matar de risa, como Jack el Destripador. Comparado con él, el que nos ocupa es como el más logrado y memorable de los personajes de "Un paraíso inalcanzable", un escéptico, perspicaz y afable médico rural.

Tom Sharpe fue un SEAL. Inmisericorde, devastaba sus objetivos, se ensañaba con sus víctimas y no contemplaba la posibilidad de dejar supervivientes ni de capturar rehenes. Un arma de destrucción masiva.

John Mortimer, en cambio, atenuó la innata acidez insular con dosificada y respetuosa delicadeza. Sus personajes son fundamentalmente objeto de sonrisas. Si acaso alguna esporádica carcajada, causada por esos brillantes diálogos cuya dudosa verosimilitud se ve superada por el gozo del lector y su anhelo de que sean posibles.

Siendo consciente de sus capacidades y recursos, demostró con éxito tener, con este relato familiar que le sirvió de excusa para reconocer a la sociedad de su tiempo, desde la posguerra hasta el Thatcherismo, examinar las carencias y méritos del carácter patrio y reflejar sus consecuencias, mayores ambiciones literarias que el gerundense adoptivo.

Más allá del anecdótico misterio, "Un paraíso inalcanzable" es una historia crepuscular de ambición y conformismo, fortaleza y debilidad, de astucia e ingenuidad, secretos y mentiras.

Con mucha humanidad, sin ferocidad, son expuestos tanto la decadencia como el advenimiento, descritos medradores e infortunados, y revisados los cambios radicales pero obligados, la renovación inevitable por necesaria, que garantizarán la continuidad de los pilares básicos que sostienen el sistema.

Gentil e indulgente, más incrédulo que cínico, John Mortimer sabía compensar la incisión terapéutica con un higiénico distanciamiento, la ironía con mucha tolerancia, y la trascendencia con algo de frivolidad.

"Un paraíso inalcanzable" es como si, a mediados de los ochenta, Hector Hugh Munro hubiera vuelto a la vida para escribir un "Il gattopardo" británico, veleidoso y modesto. Una lectura igual de exquisita.

Más información sobre John Mortimer y "Un paraíso inalcanzable".

martes, 28 de mayo de 2013

"Memento mori", de César Pérez Gellida.

En 2011, César Pérez Gellida se trasladó con la familia a Madrid para poder dedicarse en exclusiva a su carrera de escritor.

Para que eso sea posible es necesario vender muchísimos libros.

Y, para vender tantos ejemplares, o impones a los lectores tu talento, o los complaces con obras acomodadas a sus gustos.

Ninguna de las opciones es asequible. El pucelano lo va a intentar por la ruta humilde. Tal como está la cosa, es lo más sensato y prudente.

"Memento mori" es la prueba de lo difícil, e ingrato, que es el oficio. No son suficientes el esfuerzo y la dedicación. Hay algo indefinible, esquivo, inasible y azaroso que convierte un relato corriente en cautivador y adictivo. Esta obra no lo tiene.

Tiene otras cosas, trabajo, planificación, diseño, investigación y compromiso. Mas el resultado es endeble, liviano e insustancial.

El autor está cómodo en el bosquejo de los elementos externos, afanoso en el desarrollo superficial, empecinado en confeccionar el producto más aparente y atractivo posible. Las tentaciones de ahondar son eludidas y, cuando no hay más remedio, las consecuencias son desastrosas.

Todo su afán, su valor primordial, es convertir la lectura de "Memento mori" en una experiencia completa, sugiriendo para ello una banda sonora. Aunque no es el primero, recuerdo a un matrimonio italiano que adjuntaba a su novela un disco compacto con piezas de música barroca para ambientar, sí es César Pérez Gellida el que más lejos ha ido, escogiendo concienzudamente canciones que se integran en la trama.

La historia está elaborada con esmero, manteniendo el equilibrio entre la cotidianeidad y la sofisticación, cuidando que ningún mecanismo chirriante quede sin la correspondiente gota de lubricante, y dejando una vía que permita secuelas. Pero sin buscar la trascendencia, ni  pretender la originalidad. Ávido a la vez que cauteloso, sencillamente aprovecha fructíferas sendas abiertas anteriormente.

Sin ser objeto del esfuerzo necesario que los transforme en memorables, los personajes están dotados de la dosis justa de humanidad que los haga reconocibles, menoscabados por la imposición de ser ingeniosos en cada conversación, lo cual, además de lograrse con muy desigual éxito, es artificial y, en situaciones espinosas, trae como consecuencia diálogos grotescos.

Son simples vasallos de una supuesta protagonista efectiva, la ciudad de Valladolid, a la cual se le rinde un inocuo y vacuo homenaje, carente, salvo una testimonial y circunspecta dialéctica sobre el alcalde, del más mínimo y saludable análisis, osada denuncia, o perspicaz disección.

Mucho denuedo mal enfocado. Demasiados desvelos por arrebatar al lector distraen al escritor de sus compromisos reales y corrompen los resultados. Menos psicoanálisis norteamericano, y más respeto a la  tradición europea, el noir concienciado socialmente.

E inaceptable es que la banda sonora de una novela que transcurre y honra a Valladolid no incluya, aunque sea con calzador, al grupo local más relevante en la actualidad, los amigos de "Los Coronas".  

Más información sobre César Pérez Gellida y Sinopsis.

martes, 14 de mayo de 2013

"Amantes en el tiempo de la infamia", de Diego Doncel.


En los fusilamientos repartían entre los ejecutores cartuchos de fogueo para diluir las culpas y calmar las conciencias.

Lo mismo ha ocurrido con los miembros del jurado de la última convocatoria del Premio de Novela Café Gijón, los cuales, al tomar la decisión por mayoría en vez de por unanimidad, han compartido al mismo tiempo que eludido la responsabilidad de su dictamen.

Rosa Regàs, Mercedes Monmany, José María Guelbenzu, Antonio Colinas o Marcos Giralt Torrente siempre podrán, en privado y por separado, esquivar cualquier reproche sobre la concesión del premio a "Amantes en el tiempo de la infamia", diciendo que el suyo era el cartucho de fogueo. 

La novela de Diego Doncel es un dilapidado amago de lo podría haber sido una buena novela. No es suficiente un planteamiento atractivo. Son necesarias mucha constancia y esfuerzo para afrontar las dificultades y encontrar soluciones ingeniosas, en vez de soslayarlas mediante acelerones argumentales que desajustan el ritmo.

Muy lejos se ha quedado "Amantes en el tiempo de la infamia" de, como dice el jurado en su resolución, poseer una trama de espionaje  aventuras muy bien construida, que el autor resuelve de forma eficaz y con un apasionante desarrollo. Esa distancia es mensurable; pongan un ejemplar de la obra editada por Siruela junto a otro de "En manos del diablo" y comparen tamaños. Eso por fuera. Si abren el título de Anne-Marie Garat comprobarán cuándo sí una novela se sustenta en una historia de amor sacudida por las turbulencias de un periodo crucial del siglo XX, aunque éste sea distinto.

Diego Doncel se ha visto desbordado por una historia que, en un entorno de acontecimientos históricos y divulgación científica que le otorgan verosimilitud, conjuga romance con espionaje como instrumentos, nada originales, de denuncia de los abusos e injusticias cometido por los órganos de poder.

Desde el comienzo demuestra la incapacidad para manejar el proyecto. No teje un prenda con los hilos de los géneros escogidos. Más bien forma un ovillo con los flecos de su imaginación, de los cuales tira hasta donde éstos den de sí. Y cuando aparece un nudo no se enfrenta a él y lo desata. Corta y elige otra hebra.

Así es imposible que funcione, por supuesto, el conjunto, ni tampoco cada una de las vertientes individualmente.

No es exigible la comprensión de una relación surgida, textualmente de la noche a la mañana, de la desesperación de ella y del acatamiento de una orden por parte de él. Se podría explicar y justificar la pasión ciega de ella, pero es imposible la empatía con un personaje cuyos únicos remordimientos manifestados son hacia la actividad científica, y el cual sólo tiene la sensación de estar traicionando a la patria. A ella no considera que le deba ninguna aclaración ni disculpa.

La trama de espionaje no está ni bien presentada, ni bien expuesta, ni bien desarrollada. Y ya no es que no esté bien resuelta, es que quedan cabos sueltos. El autor se ha servido de ella como mera herramienta conceptual, abandonándola cuando le pone en algún aprieto y retomándola cuando le vuelve a ser útil.

Las referencias históricas sirven para delimitar un estético escenario. La desconcertante deriva científica es el didáctico y fluido fundamento para cuestiones sobradamente sabidas.

Y el epílogo, repleto de apócrifos argumentos, como que una novela moderna descubre una visión poliédrica, una narración inestable como intentar atravesar arenas movedizas (página 240), la sugerencia de que este libro debe ser leído así, cada una de sus partes es la pieza de un puzzle que se proyecta en una pantalla, o la intención expresada de haber hecho una novela conceptual, una instalación conceptual (página 243),  no son más que excusas de mal pagador.

viernes, 3 de mayo de 2013

"Si grita, suéltale", de Chester Himes.


Y de autores sobrevalorados a títulos menospreciados.

De Chester Himes únicamente interesan, a RBA y a Akal, las historias de Ataud Johnson y Sepulturero Jones. Las obras sociales se las dejaron a Mondadori y a Mario Muchnick, que lo intentaron, pero finalmente han sido descartadas en los últimos planes quinquenales de cualquier editorial conocida.

Quien quiera disfrutar, y educarse, con "Si grita, suéltale", (lo correcto es suéltalo, y lo discuto con cualquier leísta) la primera novela, no escrita, sí publicada, de Chester Himes, tendrá que perseverar, y madrugar. Eso sí, hay premio.

La portada concebida por la histórica Ediciones Júcar para su colección Gran Etiqueta es tan fea que me abstengo de exponerla. Tan representativa, a pesar de ser publicada a finales de 1989, cuando se empezaba a ver la luz más allá de las hombreras, de una década totalmente desorientada en cuestiones de diseño que por cincuenta céntimos te la malvenden, un domingo a las ocho de la mañana, en el Charco la Pava.

Casi setenta años después de su publicación, "Si grita, suéltale" es, para un privilegiado burgués europeo del sigo XXI, sin más prejuicios que los inconscientes, una novela esclarecedora, fascinante y estremecedora, a la que nunca se le ha hecho justicia.

Su autor, el hijo furioso de una raza ultrajada, un atormentado a disgusto en la sociedad que le rodeaba, un revolucionario que reclamaba cambios drásticos y efectivos, era, más que un adelantado a su tiempo, un evadido de su presente, un desesperado confiado en el futuro. Y sus obras, ahora lozanas, en su momento fueron menospreciadas, o consideradas impublicables. Su primera novela, "Tirar la primera piedra" tuvo que esperar diez años a un editor con la valentía suficiente.

La rabia y las urgencias de Chester Himes son tales que prescinde de adornos. Y su convencimiento hace innecesarias las innovaciones. Busca un estilo sencillo, abrupto, que no empañe ni distorsione la veracidad, y que permita a "Si grita, suéltale" funcionar tanto en el plano realista como en el alegórico.

Un primer estrato, directo y brutal, violento y rabioso, es la recopilación de comportamientos, actitudes y gestos, objetivamente descritos, por medio de los cuales se manifiestan la arrogancia, el cinismo y condescendencia de unos, la mansedumbre, la impotencia y la cobardía de los otros.

Por otro lado, con naturalidad y fluidez plantea las situaciones precisas que permiten la inclusión de una disputa intelectual mucho más elevada y trascendente. Un debate donde están representados y desarrollados todos los argumentos y puntos de vista, radicales, tolerantes, irracionales, conciliadores, dogmáticos y pragmáticos.

La figura de Chester Himes va más allá de la de poseedor y transmisor de una pasión ciega e irracional. Por encima de toda su cólera hay una conciencia de lo ponzoñoso y autodestructivo de ese sentimiento. Y por detrás de su angustia hay una inteligencia irrebatible en su razonamiento, y una aterradora lucidez sobre la inutilidad de ese patrimonio.

Mi más incondicional admiración a este autor. Tanto al treintañero que seguramente despreciaría este halago, como al que, posteriormente, espero que encontrase en Europa, primero en París después en Almería, serenidad y paz merecidas.



martes, 23 de abril de 2013

"Tres entre montañas", de Humphrey Slater.


Hay editoriales las cuales, contrarias a la pena de muerte que, para autores y obras, supone el olvido provocado por el paso del tiempo, luchan decididamente por su abolición.

Unas veces, cuando creen firmemente en su inocencia, tratan de, con la convicción, el arrojo y tino del abogado defensor, o con la desesperación de los familiares, demostrar su interés, convencernos de su valía, persuadirnos de su rescate y lectura.

Otras, en cambio, simplemente parecen considerar cruel y desmedido el veredicto. Publican indolentes títulos arrollados por las modas y relegados por los lectores. E imploran clemencia con la misma aflicción que aquéllos congregados a las puertas de la prisión, con la misma intensidad que la de la luz desprendida por sus velas.

Galaxia Gutenberg tiene crédito. El suficiente como para que sea la única a la que le compre sus ejemplares pese a ser éstos, por muy duras que sean las tapas, editados en rústica.

La reciente incorporación a sus filas de Lawrence Norfolk compensa la veleidad de publicar a Humphrey Slater, un escritor mucho más interesante como personaje que como autor. Poco hay que justifique la reivindicación de "Tres entre montañas".

Insuficientes fueron los esfuerzos formales de Humphrey Slater. Zafio, artificial es el planteamiento, desnortada, extenuada la resolución. Es meritorio el ofrecimiento de diversos puntos de vista, pero torpe el manejo de los recursos estilísticos.

Tan bienintencionado como estéril fue su afán por darle enjundia a "Tres entre montañas". A pesar del denuedo puesto en la exposición de los personajes, los resultados son unos tipos manidos y costumbristas. Y burdas las consideraciones que, de un modo ortodoxo y convencional, se hacen sobre alguna de nuestras deficiencias como individuos y sociedad. Burocracia, desconfianza, necedad, soberbia, egoísmo son reflejadas con tosquedad y obviedad.

Y nada hay que argumente la existencia de dos portadas. Se pueden especular razones estéticas, legales o, más probables, comerciales que expliquen la prevalencia, sobre una versión más franca, de otra más llamativa y engañosa. Las tropas alemanas tienen una presencia tangencial en la historia.

Definitivamente, hay alguien en Galaxia Gutenberg que, obnubilado por la misteriosa biografía de Humphrey Slater, no ha ponderado acertadamente la calidad de su bibliografía.



Más información sobre Humphrey Slater y "Tres entre montañas".

viernes, 12 de abril de 2013

"Padres, hijos y primates", de Jon Bilbao.

Como el chimpancé de la atinada portada, "Padres, hijos y primates", una pertinente parábola ganadora de la cuarta edición del premio Otras voces otros ámbitos, al primer vistazo aparenta inocencia. Pero con el tiempo, cuando la historia seduce al lector, al igual que los ojos del animal captan su mirada, surge la inquietud.

Como el chimpancé de la portada, el relato de Jon Bilbao es un iceberg que únicamente muestra una inofensiva octava parte, permaneciendo ocultas las amenazantes siete restantes.

Como ese iceberg, "Padres, hijos y primates" parte de una fórmula elemental, oraciones arquitectónicamente ejemplares y rotundamente precisas, para construir un conjunto sólido, refinado, sencillo y resplandeciente, basado en la ausencia de lo accesorio y centrado en lo imprescindible.

Como ese iceberg, pese a su gran masa la obra de Jon Bilbao se mantiene a flote. El resultado es capaz, sin tensiones ni desalientos, de portear inmutable la carga inoculada.

Jon Bilbao diseña, con astucia, economía y concisión, un experimento moral.

Prepara, para unos personajes éticamente ufanos, un escenario aparentemente inocuo, en el cual éstos puedan eludir las culpas, proyectar responsabilidades, personificar su mal fario, mostrarse ingrato ante amparo, o requerir el reconocimiento de los méritos propios a la vez que se envidia y desacredita el ajeno.

Gradualmente la condiciones se agravan, lo cual permite inducir las reacciones, y al lector apreciar la renuncia a los principios, valorar sus respuestas primarias, justificar sus comportamientos y comprender la ausencia de remordimientos.

Con "Padres, hijos y primates" la Editorial Salto de Página consolida la buena opinión que aquí se tiene de ella, y sube puestos en un hipotético escalafón particular.
Más información sobre Jon Bilbao y "Padres, hijos y primates".

martes, 2 de abril de 2013

"El sentido de un final", de Julian Barnes.


Que un final abrupto y un tanto desalentador no empañe la magnífica impresión general de esta lectura.

Que una inesperada misiva no acabe revelando lo anodino que ha sido su paso por este mundo, o la ponzoña, aunque sea venial, del rastro dejado.

Que los recuerdos saludablemente reprimidos no se liberen nunca para desenmascararlo ante los demás o, lo que sería irremediable, ante sí.

"El sentido de un final", por algo mereció el Man Booker prize hace un par de años, es un espléndido ejemplo de esa literatura británica de larga tradición que combina, como ninguna, la frialdad y mojigatería en los comportamientos, la distancia y el miramiento en las relaciones, con la acidez, la agudeza en los juicios y opiniones.

El pueblo que domina el arte de conjugar la estricta compostura con el más virulento cinismo, capaz de soltar, impasible, irónicos vituperios, brinda obras donde las alusiones, anfibologías y perífrasis conviven con la brusquedad y la acritud. Donde la severidad no excluye al humor, ni el laconismo a la determinación.

Y sus escritores son, sobre todo, maestros elevando, con elegancia, lo doméstico, corriente y cotidiano a consideración, paradigma y enseñanza. No esperen en "El sentido de un final" grandes sorpresas, aventuras o misterios. Cualquier desconcierto, peripecia e intriga que pueda haber será sutil y consecuencia de la capacidad de indagación y sondeo de su autor.

Julian Barnes, lúcido y sarcástico, sugiere el carácter de sus personajes por medio de la descripción de rasgos físicos y vestuario. O induce su aspecto a través de  las respuestas,  los comentarios y las opiniones.

Caustico pero clemente, extrae de la realidad una existencia apática y vulgar, y la somete a examen. De su banal desarrollo, resuelto con una veintena escasa de sagaces páginas, extirpa un evento enquistado e inconcluso.

No desaprovecha la ocasión. Lo revive, lo interpreta, y lo convierte en la sibilina excusa que justificará una revisión total de comportamientos, relaciones y convicciones comunes.

Será la grieta por la que se viertan perspicaces reflexiones sobre el paso del tiempo, su fugacidad, el provecho que se le saca o su legítimo derroche. Sobre la evolución del carácter y la superación de etapas, de la arrogante juventud a la falaz madurez.

Más significativas serán las cavilaciones sobre la memoria, sus trampas y engaños, las saludables elipsis y sobre la inevitable y necesaria subjetividad del bagaje de cada cual. O las consideraciones acerca de los celos, los remordimientos o la culpa.

"El sentido de un final" se convierte en la oportunidad para absorberle el rédito a unas suculentas conjeturas. O para cavilar otras propias, con el riesgo que supone abrir puertas peligrosas, remover el inconsciente domador, y aspirar las miasmas que desprendan los fastidiosos recuerdos, las indómitas culpas y los ponzoñosos remordimientos.

Más información sobre Julian Barnes y "El sentido de un final".

martes, 19 de marzo de 2013

"El libro uruguayo de los muertos", de Mario Bellatin.

Intentar ser educado, gesto que no frecuento y al cual no estoy acostumbrado, me ha llevado hasta "El libro uruguayo de los muertos"

Una conversación iniciada por mí, asumo la responsabilidad. Con un absoluto desconocido. No es que olvidara su nombre, como suele suceder cuando se me dice el de alguien a quien supongo no voy a volver a ver, es que no me fue proporcionado. Bien se cuidó de que, si fuera necesario, no pudiera ir contra él.

Esa charla mesurada, en la que, aparte de nuestros gustos, recuerdo se mencionó a Bolaño, Cesar Aira, la leche, el cacao, las avellanas y el azúcar, terminó con el ofrecimiento de un ejemplar de "El libro uruguayo de los muertos".

Le había dicho que Bolaño me parecía desmesurado, que cuando alcanzaba la perfección siempre iba un paso más allá, y acababa estropeándolo. Que la trilogía de Agustín Fernández Mallo era una propuesta cautivadora mas de corto recorrido, una belleza cegadora que envejecerá muy mal.

Y, sobre todo, que no me atrevía con Cesar Aira. Que tenía curiosidad, sí, pero que lo único que había en casa era "Las aventuras de Barbaverde". Que yo, para una primera cita, buscaba algo más breve, un libro de cuentos, el cual pudiera dejar inconcluso sin remordimientos en caso de decepción o disgusto.

Es cierto que lo suyo no fue una recomendación. Fue una presentación. Se recomiendan los libros, o los autores. Las personas son presentadas.

Buscó y rebuscó entre pilas de libros, encontró el volumen del "Libro uruguayo de los muertos", y al entregármelo dijo quiero que conozcas a Mario Bellatin

Esta Guacamole experience íntima, espiral, redundante y excesiva, muestra un personaje fascinante, y complejo, pleno de temores, traumas, obsesiones, rutinas, arrebatos, arbitrios o cuitas.

Mario Bellatin se entrega en esta exhibición vocal, una rítmica y recurrente sucesión de mutantes enunciados, surrealistas, poéticos, cotidianos, simbólicos, absurdos, irónicos. Y, por supuesto, tratándose de un escritor, muchísima metaliteratura. Variaciones sobre los mismos asuntos, que incorporan mensajes cifrados, leales homenajes y algún ajuste de cuentas.

Mario Bellatin se ofrece, pero no se sincero. Su franqueza es la del poeta, y exige en la lectura de cada párrafo el esfuerzo y la atención que aquél pide para sus estrofas.

Es bueno conocer a las personas, y conocerlas bien. Pero hasta de la persona más atractiva es innecesario saberlo todo. Siempre habrá un aspecto que defraudará.

"El libro uruguayo de los muertos" es una obra sólida y coherente en su conjunto. Con tonos variados para afrontar la realidad desde puntos de vista dispares. Para captar los estados de ánimo, y de espíritu. Pero como una convivencia opresiva, consume y acaba decepcionando.

No les recomiendo "El libro uruguayo de los muertos". Simplemente, les presento a Mario Bellatin, escritor. Fartúquense.

martes, 5 de marzo de 2013

"Intemperie", de Jesús Carrasco.


Tres ediciones en un mes.

Elogios unánimes, merecidos.

Certeras referencias, vertiginosos símiles, meritorias comparaciones, todas ellas oportunas, por mucho que puedan turbar al afectado o parecer desmesuradas.

"Intemperie" es una obra inspirada y provocadora.

Su lectura un impactante regalo aleccionador.

La ironía, y la conmoción, es que lo novedoso de la oferta de Jesús Carrasco está en la vuelta atrás, en la recuperación de los elementos tradicionales, los peculiares y más sólidos, de nuestra literatura.

Ese retorno se produce a todos los niveles. Lo que es válido para la literatura, es perfectamente aplicable al conjunto de la sociedad. Forma y fondo trabajan coordinados con un objetivo común. Jesús Carrasco desempolva un vocabulario agonizante, sugerente, y reivindica su precisión, melodía y poder evocador.

A la intemperie sitúa a sus personajes. Solidario con ellos, bajo ese mismo cielo raso, con los pies firmes en la tierra común, sin otro abrigo que la sabiduría de ésta, escribe una sincera y humilde historia que se nutre con el brioso simbolismo del paisaje mesetario y con la épica endémica de sus estoicos habitantes. Un relato atávico que supura un existencialismo lírico, resignado y un acracia cautelosa.

En un momento de extravío como el presente, Jesús Carrasco propone retroceder hasta un terreno conocido, una ubicación segura y, a partir de ahí, examinar los errores, localizar los desvíos, y buscar de nuevo el norte que marque el rumbo. El norte, como siempre, es lo deseado, la meta, el futuro soñado.

Un porvenir propicio se logrará si se busca en el pasado. Si se aprende de los errores. Si no se cometen insensateces ni atropellos. Jesús Carrasco invoca la reimplantación de valores seculares y de comportamientos más acordes con el entorno.

"Intemperie" abre vías alegóricas de debate sobre diversos temas candentes. Reclama la vigencia, actualizada, de fórmulas económicas que se han demostrado sensatas, solidarias, humanas y equilibradas. Plantea la necesidad de una efectiva adecuación de las formas de gobierno a un respeto real por las libertades individuales. Denuncia los abusos de poder. Y justifica la defensa propia, la legítima respuesta ante agresiones e injusticias.

Jesús Carrasco es un monstruo. Da miedo imaginar lo que puede ser capaz de escribir. Produce vértigos calcular su potencial. Causa envidia saberse incapaz de escribir algo semejante.

Y si las expectativas no se ven confirmadas, da igual. Ha sido un honor leer esta pequeña obra maestra. 

Más información sobre Jesús Carrasco e "Intemperie".

martes, 26 de febrero de 2013

"Noir", de Robert Coover.


"Noir". Negro. Toda una declaración de intenciones.

Noir, Phil M. Muy explícito y evocador.

Pero no se dejen engañar por Robert Coover, ni por su obra.

El es un traidor. y "Noir", en realidad, un seductor y narcótico caballo de Troya. Una astuta amenaza a los cimientos del género.

Una celada.

Robert Coover presenta la más negra de las novelas negras. Negra como la noche, como las pesadillas. Negro como el presente, negro como el carbón. El cual, sometido a la suficiente presión, puede dar como resultado otra cosa muy diferente. Un diamante, una joya.

"Noir" es negro como el café solo. Como un espresso, es denso, corto pero intenso. Contundente y estimulante. Concentrados, los tópicos del género, los escenarios, ambientes, vestuarios y personajes, sus palabras, respuestas, gestos y comportamientos son debidamente recopilados y escrupulosamente recogidos.

Son sagazmente revisados, sinceramente homenajeados, mas también implacablemente exigidos, singularmente sometidos y utilizados.

"Noir" no es un ingenuo ristretto. Más bien sería una de esas ediciones especiales, con aromas peculiares a jengibre, castaña o avellana, que de vez en cuando saca la marca suiza que anuncia el actor que muy bien podría prestar su imagen al protagonista.

Robert Coover, con esta historia circular, noctámbula, onírica y delirante, revuelve los ingredientes de la pócima. Añade acidez a la infusión para que suelten su esencia amarga. Les hace dar vueltas y vueltas. Hasta que las fuerzas centrífugas y centrípetas les desprenden la costra, la máscara, y muestran su interior. La verdad.

El resultado es que la fortaleza se transforma en debilidad, la inocencia en astucia. Y la modestia en el mejor camuflaje.

El ingenio se convierte en estulticia, la inteligencia en circunspección, lo inmediato en invisible. Y el amor en dominio.

El orgullo se muestra ridículo, el ingenio fatuo, la violencia innecesaria, la inmadurez endémica, lo obvio inescrutable, lo ofrecido esquivo. Y las huidas inútiles.

La paciencia triunfa ante la tenacidad, la discreción ante la osadía, prudencia ante la brutalidad. Y el silencio ante la procacidad.

Pero sobre todo Robert Coover logra que al final, este delirio tenga sentido. Le da lógica al desvarío. Justifica su deslealtad. Y obtiene como recompensa la absolución.

Más información sobre Robert Coover y "Noir".

viernes, 15 de febrero de 2013

"Morir bajo dos banderas", de Alejandro M. Gallo.


No se le pueden cuestionar los encomiables méritos enciclopédicos a "Morir bajo dos banderas". Mucho más discutibles son sus valores literarios.

Alejandro M. Gallo se zambulle en la historia, se sumerge en ella y, empapado, construye una memoria monumental, un detallado, minucioso, documento dramatizado sobre la II Guerra Mundial, fundamentalmente desde la huida de las tropas británicas y francesas por Dunkerque. Y desde su vuelta al continente, con el desembarco en Normandía, prácticamente es un relato diario de la reconquista y victoria definitiva. 

Con coherencia y fluidez, al menos hasta llegar a París, más atascados en los barros de Alsacia y Lorena a partir de ahí, se suceden los acontecimientos históricos, y engastadas a ellos las anécdotas aceptadas, escenificadas por sus protagonistas reales.

Son indudables el poder estimulante para espíritus medianamente inquietos, y el interés didáctico de la obra. Congrega a gran parte de los principales involucrados. Confirma aspectos conocidos, como la valentía de los ejércitos italianos. Aclara asuntos mal explicados, como el anfibológico papel de Francia, que sirven para comprender por fin "Casablanca".

Y, fundamentalmente, rescata y rinde honores a unos hechos olvidados u ocultados, pero dignos de un obligado recuerdo y reconocimiento: El papel de los voluntarios españoles en aquella tragedia. De todos. De los que lo hicieron en el bando correcto. Y de los que lo hicieron en el equivocado, por convicción o para escapar de la cárcel, con la intención de desertar, de cambiar de bando.

Los problemas de Alejandro M. Gallo comienzan al intentar hacer de "Morir bajo dos banderas" una obra de ficción. 

La misión es de tal magnitud que el ritmo ha de ser trepidante. No hay tiempo para contar las bajas del enemigo. Tampoco lo hay para sorpresas, sistemáticamente saboteadas con antelación. Y el estilo, austero, sucinto, concreto, después de más de seiscientas páginas, muestra, agotado y reiterativo,  sus carencias y limitaciones.  

La tarea es tan ardua que es imposible lograr que los personajes tengan una mínima profundidad psicológica. Los intentos son esperpénticos, errados y no van más allá de la humedad en los ojos.

Alejandro M. Gallo, inmerso en el espíritu y los valores del pasado, queda atrapado en ellos. Y por ello "Morir bajo dos banderas" oscila entre lo panfletario y lo folletinesco.

Por un lado, la trasnochada odisea familiar que vertebra la obra es digna de una radionovela, repleta de personajes prototípicos, héroes y villanos, de comportamientos íntegros y ejemplares, de situaciones melodramáticas. De soluciones inconcebibles. De oportunidades desaprovechadas.  

Por otro, el desafortunado tono elegíaco y propagandístico escogido por Alejandro M. Gallo es  innecesario, contrarresta su rigurosidad, perjudica su credibilidad y convierte "Morir bajo dos banderas" en un cantar de gesta.

"Morir bajo dos banderas" funciona como testimonio histórico, más amena y atractiva la etapa africana, más tediosa y farragosa la europea. Como obra literaria el resultado es rancio, trasnochado y superado.

Más información sobre Alejandro M. Gallo y "Morir bajo dos banderas".

jueves, 31 de enero de 2013

"Absolución", de Luis Landero.


Con "Absolución", el discretísimo Luis Landero confirma que él sigue a lo suyo. A escribir.

Mientras unos anteponen su figura e inabarcable personalidad a su obra, otros languidecen y deambulan, publicando libros menores que no están a la altura de la capacidad otrora demostrada.

También han existido siempre, pero ahora con más herramientas a su disposición, las alianzas de mediocres que, mediante la adulación mutua, medran y alcanzan una notoriedad inmerecida.

Al margen están los comprometidos y concienciados, los persistentes como Luis Landero. Respetuosos con su oficio y responsables de su talento, se limitan a escribir, a publicar y a que sean sus frutos los que hablen. Y den que hablar.

Puede que Luis Landero sea culpable. Sí, de haber desplegado todo su talento en una magna primera obra, y de, con ella, haber deslumbrado a más público del que en realidad podía tolerar sus formas, personalidad, pensamiento, propósito y trayectoria.

Pero al menos no ha asumido la pena. No se ha preocupado por mantener el auditorio al completo y complacido. Ese no era su problema.

Su obligación, como demuestra "Absolución", es ser consecuente con su peculiar estilo, exuberante tras una apariencia de accesibilidad, de campechanería, y cuyo secreto es ser sencillamente impecable. Ser fiel a sus preocupaciones, a sus obsesiones, ya sean las grandes cuestiones existenciales o transcendentales, los problemas y asuntos generales, o las situaciones, peripecias personales, trances concretos y recurrentes. Y mantener latente y constante una leve ironía que conjuga acritud, crudeza, y ternura.

A partir de ahí, el que se quiera quedar que se quede. Sean muchos o pocos, ya saben lo que van a encontrar en "Absolución".

Una historia que permite varias lecturas, e interpretaciones a distintos niveles, universal, social, generacional, ambiental, familiar o individual. Unos personajes memorables. Todos ellos cotidianos, reconocibles, cuidadosamente perfilados. Hasta el perro. Pero dotados de un rasgo paradigmático, peculiar, perturbador. Una cualidad desfigurante que convierte su destino en maldición, una tara que transforma su devenir en tragedia.

Cierto es que cuando se pretende alcanzar determinada altura la mayor parte del combustible se consume en el despegue. Es necesario ir bien pertrechado de temple y transigencia para enfrentarse a la insatisfacción, la impaciencia o el tedio diseccionados al comienzo.

Que el aterrizaje es un momento crítico. En este caso, Luis Landero parece haber tenido ciertos problemas para encontrar una pista en la que le dieran autorización para tomar tierra.

Y que siempre hay perturbaciones durante el vuelo. Pero allí arriba las vistas merecen la pena. Son reveladoras la mayoría, y por momentos, a mitad de viaje, realmente hermosas.

Más información sobre Luis Landero y "Absolución".

viernes, 18 de enero de 2013

"Un buen chico", de Javier Gutiérrez.


Es normal que "Un buen chico" genere discrepancias.

Las propuestas radicales y arriesgadas acarrean respuestas extremas, entusiastas o devastadoras.

Los habrá que, desde el principio, conecten con el tono, empaticen, se deslumbren por la solidez y coherencia del conjunto, y admitan el acierto de la fórmula escogida.

Otros, en cambio, si superan un comienzo en su opinión contradictorio, petulante y excesivo, jaspeado con pretenciosas imágenes -monólogos interiores paralelos (página 24)- o expresiones rebuscadas y desafortunadas - filtro de un cigarro (página 18)- se aclimatarán, le encontrarán cierto sentido a la oferta de Javier Gutiérrez, le reconocerán el esfuerzo y el mérito, pero fundamentalmente resolverán que tras esos malabarismos formales hay mucho menos de lo que se aparenta.

Por cada lector que vea en "Un buen chico" valentía, originalidad e innovación, que le encuentre sentido a la fragmentación, a la reiteración y a la miscelánea, estará quien reconozca dichos trucos y los considere caducos, obsoletos, unos burdos intentos de expresar la culpa, la vergüenza, el deseo. E incomprensible usar el infinitivo en algunas proposiciones.

Cierras el libro y titubeas. El uso de la segunda persona, te dices, es una eficaz e ingeniosa manifestación de la cobardía, la negación y de los tiránicos remordimientos. O, dubitativo, te planteas si no es más bien un artificio, una fórmula agotadora, exasperante, una artimaña para embarullar al lector.

"Un buen chico" puede ser declarada la novela testimonial de una generación. O la demostración de la práctica inexistencia de diferencias entre promociones, de la universalidad de las necesidades, las inquietudes y los temores que acucian, los problemas que surgen, las decisiones que se toman y los errores que sistemáticamente se comenten, a una determinada edad.

Unos se identifican, espero que parcialmente, con los personajes y sus circunstancias. Reconocen y valoran los diálogos, mientras los hay a quienes les rechinan, los sienten postizos, o también los que se entretienen enumerando obras anteriores sobre jóvenes privilegiados, drogas, bandas de música, sexo, insatisfacción, delincuencia, Malasaña...

Si para unos, además de una certera apuesta formal, hay una historia redonda, consecuente y singular, para otros Javier Gutiérrez juega fuerte la carta de la apariencia externa, apoyándose en una crispante tribulación y  en una débil trama espiral, alargada, manipulada y retorcida tanto en su concepción como en su desarrollo.

Dicen que la virtud está en el término medio, pero hay ocasiones en las que no son admisibles las posturas tibias.

Más información sobre Javier Gutiérrez y "Un buen chico".

viernes, 11 de enero de 2013

"La marca del meridiano", de Lorenzo Silva.


Quien hace tiempo que cruzó la marca del meridiano, es el propio Lorenzo Silva.

¿Qué fue de aquél joven críptico que escribía sobre la construcción de lóbregas catedrales?

¿Dónde está, siquiera, el responsable de crear al personaje que, llevado al cine, posibilitó conocer a María Valverde?

Han sido muchas las oportunidades dadas a la pareja Bevilacqua y Chamorro, a sus investigaciones en los archipiélagos, tanto el balear como el canario, en la Alcarria o en los territorios de la antigua Corona de Aragón. Demasiadas.

Recopilando, salvo el episodio anterior a éste, todo lo demás. Incluso aquel volumen formado con cuatro retales, leído en la playa de Salinas, confirmación de una decepción que se venía fraguando, desencadenante de una decisión.

Lo que era una despedida amistosa, una resolución tan frágil que un bienintencionado presente ha bastado para el reencuentro, la irritante lectura de "La marca del meridiano" la ha transformado en una sentencia firme.

Éste último capítulo en ningún aspecto mejora la saga. Si acaso la empeora.

Su protagonista sigue siendo un relamido - quién, en la vida real, sigue utilizando la expresión estoy en ascuas (página 276) - hasta el empalago. Y el peor de los ególatras, el modesto, mas encantado de conocerse, de escucharse y de tener un apellido que le permita corregir a sus interlocutores y aleccionarles con la manida historia de sus orígenes. El paso de los años lo está amargando, por lo que se parece cada vez más al taciturno y detestable Kurt Wallander, del cual lo distancia el beneficio de una ironía intrínseca.

Salvo alguno de los perdedores, el resto del elenco es tediosamente correcto, educado y amable. Los diálogos son artificiales y ridículamente didácticos. A falta de discusiones o disputas, ni siquiera debates, dada la buena crianza de los intervinientes, los intercambios de pareceres son teatrales e impostados. Las escasas muestras de agudeza quedan recluidas a los interrogatorios.

"La marca del meridiano" está muy lejos de ser la absorbente novela policíaca que dice la contraportada.

Una novela policíaca que se precie ha de tener, como sí al menos ocurría en ocasiones anteriores, un argumento mucho más trabajado. Si, en cambio, se sustituye la perspicacia por la persistencia, la sorpresa por la rutina, y la intuición por la tecnología, el resultado es una precisa, escrupulosa, pero nada apasionante, descripción de los trámites burocráticos y de los límites competenciales de los cuerpos policiales.
 
Y para que fuera absorbente, Lorenzo Silva debería haber prescindido de todas esas chorradas. Lugares comunes revueltos con más o menos ingenio y mala baba (página 160). Ese cúmulo de obviedades, reflexiones superficiales, juicios tan ciertos como pusilánimes, proposiciones políticamente impecables, tibias, cordiales, inofensivas, que constituyen su principal preocupación y magro patrimonio.

La única gran verdad de "La marca del meridiano" es que una vez cruzada la línea, es difícil dar marcha atrás.

Que una vez probadas las mieles del éxito, es humano acomodarse, limitarse a redactar aduladoras crónicas costumbristas, corteses y lucrativos retratos de nuestras miserias.

Que una vez perdido el crédito, éste no se recobra jamás.

Más información sobre Lorenzo Silva y "La marca del meridiano".