miércoles, 4 de julio de 2012

"Vive como puedas", Joaquín Berges.

La relación entre el lector y un libro es muy personal. Hay libros con los que conectas y otros con los que no.

Para mí, "Vive como puedas" es un claro ejemplo de ausencia de vínculo con un libro. Pero no es el típico caso, ya que es un espécimen raro, con el cual he estado siempre incomodo, incapaz de apreciar las virtudes y cualidades que iba descubriendo, con el que me he reído mientras su lectura me hastiaba.

En cambio, seguro que a mucha gente le gustará este libro. Sería lo normal. De hecho las opiniones, al parecer, son mayoritariamente favorables. La culpa de que me haya caído tan gordo es únicamente mía.

Con "Vive como puedas" tengo la misma sensación que con uno de los amigos que hizo mi señora en los años de universidad. Un tío sin duda educado, inteligente, brillante académicamente, triunfador en lo profesional, fracasado en lo personal. Un chistoso agotador, de esos que tienen la necesidad de caer bien inmediatamente, que el día que sois presentados no se toma tiempo para conocerte y ver de qué palo vas, sino que desde el minuto uno no deja de decir chorradas, la mayoría sin ninguna gracia. Éste, además, orgulloso de ser del Atlético. Esa primera y trascendental impresión lastró mi mitad de la relación, gobernada por el establecimiento de una distancia prudencial, y dificultó la empatía cuando una noche, cenando en casa, circunspecto confesó su desdicha familiar y demandó nuestro apoyo, comprensión y consejo.

Me ha sido imposible descubrir de qué va esta novela, comprender cuáles son sus verdaderas intenciones. Porque esta claro que no sólo se trata de hacer reír al lector. Esta incapacidad me molesta, y me frustra que el esmero de Joaquín Berges en el diseño preciso de la obra y su preocupación por los detalles no tengan recompensa. Pero esa simetría y equilibrio tan perfectos perjudican a la historia, la impregnan de impostura y artificio.

La decisión de darle a "Vive como puedas" un marcado aire de convencional comedia de situación es respetable, lógica y estéticamente coherente con el argumento. Sin embargo, esa banalidad impide profundizar, siquiera entrar, y disuade de respetar el resultado. Manteniendo esa coherencia estética, se puede decir que es más bien como un payaso pusilánime e inseguro que, protegido tras su cara pintada y el disfraz, gana tiempo para decidir si quiere o no ser tomado en serio.

Este payaso, su representante o el promotor del espectáculo, no han acertado con la transmisión del mensaje sustancial que la actuación seguro encierra. No pueden sorprenderse si la atención del público se queda en la originalidad de su maquillaje, en lo estrafalario que es su traje o en la aparatosidad de la coreografía. No pueden quejarse porque niños y mayores sólo busquen el entretenimiento, porque exijan una sucesión ininterrumpida de payasadas que les distraigan, o porque encuentren aburridos y fuera de lugar los momentos en los que el clon se pone taciturno o trascendental.

No era esa la intención de  Joaquín Berges. Él puso meritorio empeño en crear un ingenio multiusos perfecto, también ficticio e irreal, que sirviera para motivar o para divertir, para reflexionar o para evadir, para reír o para llorar. Una empresa excesiva, y excesivos los ingredientes.

Demasiados discursos diferentes. Por separado, todos son sensatos e interesantes. Juntos, en cambio, se muestran incompatibles. El alegato ecologista es muy forzado y quimérico. Y las reflexiones más inteligentes y brillantes, sobre la vida y el paso del tiempo, sobre las esperanzas o la felicidad, al centrarse los esfuerzos en la búsqueda de la chanza, corren peligro de pasar desapercibidas.

Siempre me cayó mejor ese otro compañero que tuvo mi mujer en la facultad. Prudente y discreto, el día que nos conocimos nos tanteamos y observamos mientras charlábamos tranquilamente. Así, de forma natural surgió la complicidad y la simpatía, favorecidas por el hecho de ser del mismo equipo y, de mi parte, por la elegancia y admirable deportividad con la que sobrellevaba el tener el mismo gusto que yo para las mujeres.

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