martes, 20 de marzo de 2012

"La devoción del sospechoso X", Keigo Higashino

"Colombo" era, y sigue siendo, ahora en Nitro creo, una misteriosa maravilla. El encanto de su protagonista no es suficiente explicación del éxito de unos capítulos en los que se repetía sistemáticamente la estructura, en los que se sabía desde el principio quién era el asesino y dónde no había duda de las capacidades del teniente para desenmascararlo.

Quizá su secreto estaba en que sus guionistas iban por derecho, con la verdad por delante y las cartas boca arriba. Sin trampa ni cartón se mostraba la comisión del crimen, el posterior encubrimiento, la fabricación de una coartada o la eliminación de posibles pruebas. Tareas todas ellas inútiles, porque luego llegaba Colombo y asistíamos al duelo intelectual con su contrincante, disfrutábamos el persistente acoso, acorralamiento y derribo final.

En "La devoción del sospechoso X" el lector va a encontrar esta misma fórmula, básicamente traicionada. El resultado puede que produzca unos efectos similares en cuanto a entretenimiento, mas deja cierto regusto amargo en paladares sutiles y exigentes.

La pretensión de Keigo Higashino querer ir un paso más allá, de no conformarse con importar la receta trasladándola a una cultura ya no tan ajena ni exótica, adornándola con unos personajes de ojos rasgados o la pretenciosa y fallida épica de un combate mental entre dos protagonistas con capacidades superiores, le lleva a quebrar el compromiso fundamental de lealtad con el lector.

Esta nueva vuelta de tuerca propuesta no provocará que ésta se pase de rosca, mas no tiene mérito alguno porque no es tal. Es una trampa, una burla obrada con medias verdades y una gran elipsis. Y no me refiero a la sucesión de ingeniosas y certeras celadas cuya existencia está justificada en el legítimo intento de engañar a los investigadores y, con esa disculpa, al lector.

Tampoco las verdades parciales que exclusivamente van destinadas al que está a este lado del papel, la verdad sea dicha un par tan sólo, serían graves delitos, ni siquiera faltas leves, sino útiles herramientas de las que puede servirse lícitamente un escritor, si no se hubiera postulado éste, en las primeras cincuenta páginas, como adalid de la sinceridad y de ir de cara. 

Incluso, siendo generosos, se podría tolerar como recurso la esencial omisión que sustenta gran parte del mérito que pueda tener el argumento, si no fuera porque el sostenimiento de tal mentira implica un desarrollo superficial de los personajes. Keigo Higashino reconoce, en un fundamental, polisémico y esclarecedor diálogo, que no son más que engranajes. Cierto, y algunos de los que él ha utilizado chirrían a causa de lo forzado que está el mecanismo. Los comportamientos están condicionados por la efectividad de la artimaña ideada por su creador. Los que no son convencionales son manifiestamente artificiales en su proceder, y la introversión endémica del carácter nipón no es explicación suficiente de sus personalidades. Únicamente, cuando todo se ha aclarado, son libres para mostrar sentimientos naturales y reacciones esperadas por obvias.

Si Keigo Higashino quería de verdad haber sorprendido debería haber mostrado por fin a la mujer de Colombo. Una discreta belleza oriental, sumisa, obediente, callada, un rostro milagrosamente joven, hermoso, sereno, enmarcado por una lisa, morena, larguísima melena. Pero "La devoción del sospechoso X" únicamente desconcierta como la demostración de que dos millones de japoneses también pueden equivocarse.

Puestos a leer una historia japonesa semejante en algunos aspectos, pero mucho más sincera, mejor probar con "Out", de Natasuo Kirino.

Más información sobre "La devoción del sospechoso X" y Keigo Higashino.