viernes, 30 de noviembre de 2012

"Música acuática", de T. C. Boyle

Por fin nos conocemos, mi querido Tom Coraghessan Boyle. Si me permite la confianza, le llamaré simplemente T. C. Boyle.

Menudo filón.

Como preveía que éste podía ser el comienzo de una gran amistad, en vez de "El pequeño salvaje", actualmente en los escaparates gracias a Editorial Impedimenta, qué más lógico que empezar por el principio y escoger para mi estreno su debut.

"Música acuática", a sus treinta años, está en la mejor edad, lozana, ubérrima y vigente. Recién acabada ya la estoy echando de menos. Han sido unos meses en los que, generosa y solícita, siempre ha estado ahí. Ahora, al alcance de mi mano sólo hay vacío.

Un volumen de casi setecientas páginas macizas, disuasorias, en la edición de Galaxia Gutenberg, la única que hay aunque ellos parecen haberlo olvidado, debe ser afrontado con voluntad y mesura. Además están los prejuicios, siempre los malditos prejuicios.

Uno cree que se enfrenta a un libro difícil, pesado, minucioso. Todo lo contrario, es una fiesta de lectura fluida, un despliegue de imaginación, irreverencia y procacidad. Una comunión en la que tanto disfruta el escritor que ese gozo se transmite al lector.

Pero no es puro esparcimiento. Tras tanta diversión y exuberancia hay una misión. El humor, la ironía y la inteligencia requerida tienen una responsabilidad, mostrar las vergüenzas, confesar los pecados, plantear errores, evidenciar tópicos, sugerir alternativas.

"Música acuática" es una novela repleta de dualidades.

Dos historias transcurren alejadas, aparentemente paralelas. Antes de converger, una se disocia para mantener la distancia y bipolaridad. Una parte de acontecimientos ciertos, la otra es pura invención. Y en ambas conviven el rigor y la precisión con anacronismos y licencias.

Dos continentes, dos mundos diferentes, opuestos incluso, pero igualmente inhóspitos, perniciosos e inclementes.

Dos protagonistas, uno un personaje histórico, el otro pura ficción. Cada uno, a su vez, compartirá su devenir con sucesivos compañeros hasta la coincidencia en un destino común.

Y un elemento atávico, revelador, cuya omnipresencia es discordante, cuya sabiduría cruel.

El continuo emparejamiento es el elemental y eficaz mecanismo utilizado por T. C. Boyle. Suficiente para que razas, civilizaciones, culturas, sociedades, clases, géneros, costumbres, caracteres y valores queden expuestos, enfrentados, comparados, desmontados.

Ése y la descripción detallada. Nada más. Todo muy sencillo, convencional y ortodoxo. No es que decepcione, pero sí contraría, por esperada, la ausencia total de osadía formal, de cualquier riesgo o novedad.

Ahí sí que a T. C. Boyle le gana por la mano su circunspecto y complementario sosias Lawrence Norfolk. Ambos recurren a hechos reales para cimentar su obras, Ficción histórica lo llaman, pero "El diccionario de Lemprière" o "El rinoceronte del Papa", la que tiene más en común con "Música acuática", son  más barrocas, osadas, crípticas, pero carentes de humor. 

Viendo la calma con la que se lo toma Lawrence Norfolk, diez años ha tardado en publicar "John Saturnall´s Feast", T. C. Boyle es una alternativa.

Por eso "Un amigo en la tierra", "El fin del mundo", "Drop city", "El balneario de Battle Creek" u "Oriente, Oriente" suponen un yacimiento, y su búsqueda un reto.

Más información sobre T. C. Boyle y "Música acuática".

martes, 20 de noviembre de 2012

"Muerte en verano", de Benjamin Black, vs...


Las historias son sus protagonistas.

Está todo contado. Se podrá ser más enrevesado o truculento, lo cual no es igual que ser original.

Los personajes son los que deben marcar la diferencia. De eso, afortunadamente, ya se han dado cuenta en  la televisión. 

También lo entiende así, y lo demuesta con "Muerte en verano", Benjamin Black, seudónimo con el que publica sus novelas detectivescas el irlandés John Banville, al cual, como tal, no he tenido oportunidad de leer.

Por principio y por necesidad, también por entretenimiento, los libros que aparecen, y aparecerán, aquí son obsequios, regalos, comprados en librerías de segunda mano, físicas o virtuales, en ferias de libro antiguo y de ocasión, en diversos rastros y mercadillos, o, como mucho, aprovechando alguna oferta, saldo o descuento. Y hasta ahora no se me ha puesto a tiro una ejemplar de John Banville con ese nombre en la portada, en negro sobre el fondo amarillo propio de Anagrama.

De cualquier forma, no existen obras menores, bromas privadas, experimentos ni divertimentos. Cuando uno es bueno, lo es siempre, aunque se distancie de alguna de sus creaciones. "Muerte en verano" no es, con ese final algo anodino y unos indicios ofrecidos con cicatería para que cundan, una gran novela de misterio. La trama es elemental, anecdótica, un componente secundario, estructural, un pretexto para escribir lo que sí es, una gran novela cimentada en los personajes.

Tanto en la magnífica, y en todos los aspectos mejor, "El secreto de Christine" como ahora en "Muerte en verano", el principal patrimonio lo constituyen sus protagonistas y su tratamiento. Unos actores verosímiles, naturales, complejos, cautivadores, que no son descritos por Black/Banville, sino que son ellos mismos los que, enfrentados a diversas situaciones comunes y cotidianas detalladas con una pulcritud y precisión que las convierten en cuadros singulares, demuestran cómo son con sus palabras, sus gestos y sus silencios.

La resolución de "Muerte en verano" me ha recordado una lectura de este último agosto que, por decepcionante y bochornosa, no tenía pensado mencionar. Se trata de, no es ironía,  "Un paso en falso", del noruego Kjell Ola Dahl, para los amigos K. O. Dahl, quien precisamente tiene otra novela titulada "La muerte en una noche de verano".

La similitud de aspectos fundamentales de los argumentos hacían ineludible una confrontación, a la vez desigual y reveladora, entre Muerte en verano" y "Un paso en falso".

Y es que mientras una es mucho más que una novela negra, la otra es apenas una novela negra más.

Mientras una es una historia con carácter, escrita con esmero, perspicacia y preocupación por el detalle, la veracidad, por procurar una atmósfera propia creíble donde se mueven un elenco completo y humano, la otra es un relato convencional y estereotipado, repleto de lugares comunes, escenas trilladas y tópicos perfiles.

Mientras una esparce las pistas, muy dosificadas eso sí, con honestidad, la otra es una intolerable sucesión de celadas, distracciones, obstáculos y dilaciones.  

Y los finales, con sus implicados mirando al mar, unos desde lo alto, los otros en la orilla de la playa, son uno frío, sobrio, real y triste, el otro fallido por obvio y ridículo por impostado.

Ambas lecturas, y su posterior comparación, son una prueba de que son preferibles las historias sencillas, auténticas, protagonizadas por personajes sólidos y sustanciosos.

Más información sobre John Banville"Muerte en verano"K. O. Dahl o "Un paso en falso".

martes, 13 de noviembre de 2012

"El joven vendedor y el estilo de vida fluido", de Fernando San Basilio.

No conocía a Fernando San Basilio. En el pecado llevo la penitencia. 

De esta ignorancia me han librado los de Impedimenta cuando, ahora que el proyecto está consolidado, con frecuencia abandonan la comodidad, relativa, de asegurar con figuras más o menos consagradas, aunque no sea aquí, para arriesgarse apostando por autores contemporáneos mucho menos conocidos (Eduardo Berti o Laurence Cossé).     

"El joven vendedor y el estilo de vida fluido", como antes a otros, lo escogí por la editorial, la portada y el título. Cuando es así no leo las solapas y apenas la contraportada para no verme condicionado. Qué ingenuidad. Está claro que solo soy capaz de formarme ideas preconcebidas equivocadas.

En este caso creía que Impedimenta había ido más lejos, que promocionaba a un desconocido, por primerizo y jovencísimo, autor. Al poco de comenzar la lectura de "El joven vendedor y el estilo de vida fluido" se percibe una madurez incompatible con la imagen construida de un autor prácticamente adolescente. A medida que sigues, demostrado que aquéllo se mantiene firme y no decae, comprende uno que ha errado, o ante un caso de monstruosa precocidad.

Al final las solapas te aclararán que Fernando San Basilio tiene de joven lo que tú, que ésta no era, obviamente, su primera novela sino la tercera, y que si no lo conocías fue porque Caballo de Troya no es el sello más promocionado del grupo Me gusta leer.

Y es que "El joven vendedor y el estilo de vida fluido" tiene un estilo de escritura fluido, con interminables cadenas de oraciones subordinadas y concatenadas formando fluidos párrafos. Un estilo donde se alternan con naturalidad y lógica diferentes formas verbales; la narración pasaba fluida del pretérito imperfecto al pretérito perfecto simple, de ésta al compuesto, que es sustituido por el presente de indicativo, al cual seguirá el futuro simple. Este ciclo se repite sucesivamente, sin tener porqué respetar la misma secuencia, y el conjunto crea una sensación de omnisciente panorámica envolvente.

Un estilo de compleja, metódica y cuidadosa construcción, pero de fluida y absorbente lectura, por medio de la cual, subrepticiamente, se van filtrando una serie de imágenes, sensaciones, consignas, ideas, sentencias que Fernando San Basilio quiere sean asimiladas por el lector.

A diferencia de la introductora Mercedes Cebrían, el clásico al cual vinculo "El joven vendedor y el estilo de vida fluido" no puede ser, por mucho que transcurra en un día o por tanto entrar y salir de pubs irlandeses, el "Ulises" porque de Joyce sólo me he atrevido con "Dublineses", y relacionar la Vaguada, ese experimento, ese laberinto, esa geografía detallada para anclar al lector a un presente real, con cuyo elemental y eficiente simbolismo Fernando San Basilio se siente tan a gusto (su anterior novela se titula "Mi gran novela sobre la Vaguada"), con populares territorios ideales es evidente. A mí, salvada la distancia que hay entre la grandeza de una y la modestia de la otra, la novela que me viene a la memoria es "El Quijote".

No sólo por el protagonista que, por supuesto, como la mayoría de los protagonistas tiene bastante de quijote, o por el título, largo y doble como los de antaño, sino fundamentalmente porque de manera similar a Cervantes, quien al parodiar un género parió la más grande novela de Caballería, Fernando San Basilio ha desenmascarado el género de la Autoayuda, mostrándolo como autoengaño y, a lo peor, lo que acaba logrando es que términos como Ambiente Facilitador, Chasquido Inicial o Experiencia Trascendente de Calidad sean expresiones de uso común entre frágiles y desamparados.

También como "El Quijote", "El joven vendedor y el estilo de vida fluido", a menor escala, transciende la simple ridiculización. La caricatura se convierte en tragicomedia, la sonrisa convive con el angustioso malestar ante la certeza de lo mostrado. Independientemente de la edad, cualquiera se identifica con las juveniles urgencias por la satisfacción de deseos o la obtención de gozo, con la inmadurez, el cruel desencanto, el terror y la frustración, con la ingenua búsqueda de soluciones fáciles para consecución de metas, la elusión de obstáculos o la evasión de la realidad de una generación, eso sí, significativamente hedonista, voluble, cómoda, especialmente consumista e incapacitada para el esfuerzo y el sacrificio.