miércoles, 29 de febrero de 2012

"Livingstone nunca llegó a Donga", de Alfonso Vázquez

Si Mariano José Larra, que siempre tuvo una opinión un poquito pesimista sobre sus conciudadanos y fue un tanto escéptico en cuanto al futuro de la patria, levantara la cabeza estaría henchido de orgullo y ahíto tras tener que tragarse el papel en el que escribió sus infundios y libelos.

En este páramo investigador y científico, y más que lo va a ser con los próximos recortes en I+D (si de verdad existió para ese concepto una partida presupuestaria) que es España, todavía hay gente que, contra viento y la tradicional molicie, lucha por satisfacer las inquietudes propias y ajenas.

"Livingstone nunca llegó a Donga" es un verdadero brote verde cultural que, en este crudo invierno que estamos pasando, aparece entre los títulos de la colección "Breviarios" de la comprometida y cada vez más grande Rey Lear Editores. Y una alegría es la valentía de ésta por promocionar un género tan extraño a nuestras letras como es el de la divulgación científica. Este país es un territorio escaso en escritores que se desenvuelvan cómodos en dicho género. Tenemos filósofos, divagadores y especuladores, los últimos de cualquier tipo, pero no tenemos nada semejante al ameno Oliver Sacks o a la sorprendente Dava Sobel, y lo más parecido al llorado Carl Sagan es J.J. Benítez.

A partir de ahora podremos presumir de tener nuestro propio Marvin Harris. Y tal vez con el tiempo sean los americanos los que tengan que decir que suyo es el predecesor de Alfonso Vázquez, quien con toda seguridad está destinado a convertirse, gracias a contribuciones como este estudio sobre el pueblo dongolés, que no es más que una madura confirmación de lo que ya se intuía en trabajos anteriores (véase "Teoría del majarón malagueño"), en una referencia dentro de la comunidad socio-músico-médico-económico-psico-antropológica mundial. 

Sin el apoyo de las universidades españolas, para las cuales es un total desconocido, no así para los bares de la Calle de Julián Romea y alrededores en Madrid, donde es una celebridad, Alfonso Vázquez ha sido capaz, gracias a la escasa financiación, a la vista del magro pero jugoso resultado, proporcionada por la Fundación Sigurd Tolvasson y la Universidad de New Beckham, de redactar un profundo y meticuloso tratado, que abarca todos los campos científicos y artísticos, y proporcionar un exhaustivo conocimiento de Donga.

"Livingstone nunca llegó a Donga" está recomendado para aquellos que deseen satisfacer sus comprensibles incertidumbres y cultivarse por fin sobre la relevancia de esa civilización en el concierto mundial y la transcendencia de su influencia en la cultura global del planeta.

De una forma afable, al estilo marcado por Nigel Barley en "El antropólogo inocente" y su secuela "Una plaga de orugas" pero sin derivas anecdóticas poco científicas, mucho más riguroso y conciso, preciso y comprometido con el pormenor metódicamente comprobado, adjuntando ilustraciones didácticas, gráficos aclaratorios y elocuentes fotografías, Alfonso Vázquez inunda al lector con información imprescindible para entender cómo esa gente ha pasado desapercibida hasta ahora, y porqué podemos estar tranquilos si los mantenemos a una distancia prudencial.

Esta obra desvela datos relevantes y conmovedores: La existencia de una Ruta Africana del Camino de Santiago que, desde Ciudad del Cabo a Tánger, enlazaría con la Vía de la Plata y supondría la entrada en la península de la endémica siesta, el origen de la denominación de determinado tipo de roedores como Hamsters, el papel jugado en la Gran Guerra y su fundamental contribución en el éxito del desembarco de Normandía, o las aportaciones de la rica y variada gastronomía dongoleña a la dieta mundial. Sólo queda sin demostrar la aseveración hecha en el título.

Gracias Alfonso Vázquez por este pequeño divertimento que conecta con la, sí más rica y abundante, tradición humorística hispana, de la cual pasa a formar parte dignamente. Seguro que habría sido una delicia para Tip, genio irreverente, esta muestra de humor puro pero fino, elegante, absurdo a la vez que inteligente, una diversión necesaria. Y sin duda le hubiera otorgado al libro, al autor y a los ciudadanos de Donga, en donde creo que pasó más de un verano llamado por sus costumbres y benigno clima, el título de Más bonito que un San Luis

Más información sobre Alfonso Vázquez y "Livingstone nunca llegó a Donga"

jueves, 23 de febrero de 2012

"Los Living", de Martín Caparrós.


Qué barbaridad, qué bueno. Y qué duro. Sólo para personas con carácter firme y el ánimo optimista. Absténganse los que padezcan problemas emocionales, o simplemente carezcan de fortaleza afectiva. También los que conciban el disfrute únicamente como evasión, porque Martín Caparrós escribe para los que gozan pensando y aprendiendo, sorprendiéndose y, porque no, padeciendo.

"Los Living" no es el soplo de realidad que aparenta al comienzo, ni el puñetazo de realidad que rápidamente se desenmascara. Es la realidad entera que te cae encima, lanzada desde bien alto, con saña y precisión, con todo el peso de las certezas y las dudas, las alegrías y los temores. Y eso puede hacer daño.

Lo (cojas) mires por donde lo (cojas) mires, el XXIX Premio Herralde de Novela es un gran libro. Desde el punto de vista formal, Martín Caparrós demuestra un dominio total de estilos y técnicas. Como un pintor que suelta el pincel para usar el carboncillo, que descarta un bodegón para afrontar un retrato, que renuncia al realismo para experimentar con la abstracción, que utiliza grandes lienzos para plasmar en ellos evocadores paisajes o pequeñas cuartillas donde dibujar caricaturas de encargo, pasa este argentino de un registro a otro, del diálogo al monólogo, de la narración al discurso, del ensayo filosófico a la ácida parodia con naturalidad, sin quiebros ni cambios en el ritmo.

Esa riqueza estilística no es jactanciosa, sino necesaria para darle cobertura al inmenso contenido de esta novela, grande en sus pretensiones como en los logros. Sus aspiraciones son las de ser una obra global, monumental, abarcarlo todo, desde lo infinito hasta lo anecdótico, y hacerlo con juicio. Aborda la vida y especula sobre la muerte, vivisecciona la existencia e imagina la trascendencia, reflexiona sobre las grandes cuestiones, se regodea en detalles banales o morbosos. Juega cruelmente con los miedos.

En la respuesta de las preguntas ambiciosas o en la disección de las situaciones cotidianas el principal mérito de Martín Caparrós es la inteligencia exhibida, la brillantez y el talento demostrado en las imágenes y tesituras propuestas, en las sugerencias y alternativas ofrecidas. Y la mayor muestra de cordura está en el cable de seguridad que recorre la narración, del que se puede tirar en cualquier momento, la barra que va por lo alto y a la cual te puedes asir cuando la cosa se pone difícil. Ese humor oscuro y sutil que está permanentemente presente como alternativa, aportando ese punto de trivialidad saludable, una necesaria válvula de escape que salta cuando se carga el ambiente, cuando sube alarmantemente la presión emotiva.

Siendo una novela codiciosa, "Los Living" ofrece diversos senderos que recorrer, varias plantas que visitar. Paralelamente, despacio, va gestándose la idea central. Brindada a modo de claves que a la vez son instrucciones, de reglas que al mismo tiempo son pistas, únicamente se mostrará plena como metáfora en el colofón, y se descubrirá como broma disyuntiva en el epílogo. Los que seguro tienen más riqueza de datos y mejor conocimiento para descifrar y disfrutar esa incalificable performance que son los Living, los que poseen llaves y herramientas útiles para comprenderla en su totalidad son los argentinos, a quien directamente va dirigida.   

Y es que Argentina, como no podía ser de otra manera tratándose de un autor argentino, es la protagonista, infructuosamente sujeta y que impone su presencia irremediablemente. Eso sí, en este caso el planteamiento es novedoso y complementario a cualquier anterior, más flemático, mezcla de circunspección que otorga relevancia y chanza fruto de una endémica locura o imprescindible para no enloquecer, para relativizar obsesiones y superar traumas. 

No sé cómo calificar a"Los Living". O tal vez sí lo sé, pero soy prudente, o me puede la cobardía, a la hora de usar adjetivos mayúsculos. De lo que estoy seguro es de que es más que una buena novela, más que una gran novela, y de que es un acierto pleno.

Más información sobre Martín Caparrós y "Los Living"

miércoles, 15 de febrero de 2012

"El arte místico de limpiar los rastros de la muerte", de Charlie Huston.

Ya ha sido elogiada la obra de Rodrigo Fresán. Quedaba valorar su gusto, juzgar su criterio como responsable editorial de la colección "Roja & Negra". Surge la oportunidad con "El arte místico de limpiar los rastros de la muerte", novela que llama la atención tanto por su original título como por las buenas opiniones que sobre ella han dado los que la han leído.

Me sumo a esos juicios y celebro el acierto del editor. Lo que no entiendo es la pertinencia de su prólogo. Comparto sus comentarios sobre lo artificiales, ajenos y fríos que son los guiones de "CSI", y lo ridículos, fantásticos y melodramáticos que son los esquejes plantados en Miami y New York, así como sus temores de que broten otros aquí cerca. "Homicidios", ese híbrido con "El mentalista", parece que no agarró. Pero no creo que sea la referencia más acertada, salvo por la más radical oposición. "El arte místico de limpiar los rastros de la muerte" nada tiene que ver con una investigación criminal, más bien con meterse en un lío gordísimo e intentar salir de él evitando que intervengan las fuerzas de orden público. Y el vínculo con la ciencia forense es tangencial. Se trataría de tareas anteriores o posteriores, de limpiar lo ya inspeccionado o de no dejar pistas de lo sucedido a la policía.

Si Rodrigo Fresán quería apoyarse en un producto televisivo para desarrollar la presentación debería haber escogido otra serie, "Justified". Sin la misma solera ni repercusión pero infinitamente más real, su origen está en un relato de Elmore Leonard, el cual aparece en los títulos como productor ejecutivo, participa en los guiones, sobre todo de la segunda temporada, y por una vez está encantado del tratamiento que tienen sus criaturas en la pantalla, sea ésta grande o pequeña.

Charlie Huston no puede negar la influencia de Elmore Leonard. Influencia que es evidente en el dibujo de esos personajes peculiares y sin embargo cotidianos que arrastran un pasado, con muchos defectos y escasas virtudes, condenados por su estupidez o salvados por su astucia, ninguno sobrado de principios morales, lo más con una ética amoldada a las circunstancias, y todos ellos, por activa o pasiva, aptos para una carcajada.

También es evidente el ascendiente en la construcción de la historia. Nada de resolver un crimen misterioso, sino provocar la concurrencia, por circunstancias o casualidades, de unos personajes variados y pintorescos, todos con su personalidad bien definida, sea cual sea su transcendencia, colocarlos en situaciones extremadamente complicadas y que la emoción esté en saber cómo éstos, y el autor, logran salir de esa.

En el penúltimo número de Qué Leer, con la excusa de la publicación de "Perros callejeros", aparece un artículo, en forma de decálogo, sobre Elmore Leonard y cómo concibe él que debe ser una novela negra. Discúlpeme el, o la, responsable del artículo porque no la, o lo, mencione, pero es que tiré el ejemplar y en la página web no aparece su, o su, nombre. Tampoco recuerdo más que cuatro de los puntos, uno por sincero (Todo por dinero), los otros tres por acertados. Charlie Huston cumple dos de estos tres y, viendo el cinismo que supura su obra, seguro que el primero también.

Los diálogos, además de ingeniosos, creíbles y algunos desternillantes, son directos. Nada de Yo dije o respondió aquél que interrumpan el ritmo. El lector es inteligente y sabe qué dice cada cual. Tampoco hay que pararse en descripciones de los personajes, como mucho alguna referencia o pista intercalada en la narración o en los diálogos pero dejando mucho margen, cediendo la responsabilidad, a la soberana imaginación del lector.

La última regla decía algo así como que si un texto suena a literatura hay que reescribirlo. Es este factor el que Charlie Huston no tiene todavía dominado. Hay una serie de reflexiones y observaciones, inteligentes, cuya inclusión es forzada y que chirrían por literarias. Darle darle peso a la historia acarrea dos consecuencias, por un lado le otorgas enjundia, por otro la lastras, y no sólo se reduce la vertiginosa velocidad de crucero, buscada y lograda cumpliendo las reglas anteriores, sino que se producen parones notables.

En cualquier caso magro defecto es ser acusado de literario. Mucho mayores son los méritos de este inteligente, entretenido y muy divertido libro. Espero impaciente las nuevas novelas que, aprovechando estos jugosos personajes, escriba Charlie Huston

Y esa serie basada en esta historia que, según Rodrigo Fresán, tiene proyectada la HBO.  

miércoles, 8 de febrero de 2012

"La vida perra de Juanita Narboni", de Ángel Vázquez


Está claro que Ángel Vázquez es un escritor maldito. Allá donde se ve su nombre le acompaña esa etiqueta. Y aquéllos que de vez en cuando organizan algún acto para reivindicar su obra parecen encantados alentando ese malditismo. Llevados por el cariño y la simpatía malgastan las fuerzas anteponiendo al autor en vez de defender su obra.

Ángel Vázquez no es un personaje con una vida tan novedosa ni apasionante que justifique por sí misma la presencia de sus libros en las librerías. Eso es un hecho. Los que lo conocieron y lo apreciaron algún día ya no estarán para sostener su recuerdo, y sólo quedarán tres novelas y once cuentos. Lo importante es saber si la lucha por fomentar la lectura de sus textos, y superar esa imagen, es una causa justa.

Entre ese poquísimo que hay, más sencillo, y más barato, que encontrar "El cuarto de los niños y otros cuentos", editado en 2008 por el 1880 de las editoriales, Editorial Pre-textos, o "Fiesta para una mujer sola", recuperada por Rey Lear Editores hace un par de años, fue ir al mercado de segunda mano a por el Premio Planeta de 1962, "Se enciende y se apaga una luz", prácticamente regalado, y a por la considerada su mejor obra, "La vida perra de Juanita Narboni", publicada primero por Editorial Planeta en 1976, después por su filial Seix Barral en los ochenta, y descatalogada hasta que Ediciones Cátedra, en 2006 la incluyera en su catálogo con introducción y notas de Virginia Trueba.

Se habla de esta última como de una de las novelas más importantes del siglo XX. Comprobemos si eso es o no verdad. Las razones dadas para elevarla a esa categoría son fundamentalmente tres: Su original estructura, el testimonio ofrecido de la que fue la ciudad abierta de Tánger, y ser el excepcional ejemplo literario de una lengua extinta.

La originalidad de su estructura podría defenderse si la osada propuesta inicial se mantuviera con valentía y esfuerzo. Tanto la forma como la organización evolucionan suavizando su radicalidad. La sorprendente dislocación temporal rige apenas cuarenta páginas, un inteligente recurso limitado a la presentación y destinado a la rápida puesta en situación del lector por medio de significativas anécdotas extraídas de distintos momentos de la vida de su protagonista. A partir de ahí los párrafos se suceden ordenados cronológicamente, con un desarrollo ortodoxo. El monólogo interior en que consiste la obra también pasa de ser introspectivo, conceptual, elíptico y emocional, a más narrativo y convencional. Las frases cortas se alargan, los cambios constantes de tema se reducen y los pensamientos se van hilvanando. El monólogo se sustituye por diálogos, reales o imaginados, con personas o presencias, y desemboca en un penúltimo trance de paroxismo surrealista recopilatorio. Comparada con "Tiempo de silencio" es "El Principito".

El supuesto valor arqueológico de "La vida perra de Juanita Narboni" como vestigio de una lengua castellano-tangerina está sobrestimado. Sí hay alguna palabra intercalada, excepcionalmente una expresión. Pero está escrita un perfecto castellano colorido, enriquecido y aderezado con localismos, anglicismos y galicismos, una consecuencia lógica de la convivencia. Nada siquiera cercano a ser considerado un dialecto.

La visión que ofrece Ángel Vázquez del Tánger de la primera mitad del siglo XX es difusa y fragmentada. Los que no tenemos ni idea de cómo era aquella vida ni cuáles las circunstancias en esa ciudad abierta y cosmopolita prácticamente nos quedamos como estábamos. Ésta es la historia de una mujer, un personaje miserable, mezquino y ensimismado. El entorno es únicamente mostrado desde la perspectiva que otorga su estrechez de miras. La rendija proporciona pocas vistas, la protagonista se coloca delante y son escasos los momentos en que se puede ver qué hay detrás de ella.

No es necesario mirar a ningún otro sitio sino al frente. No hay que despistarse con el ambiente, ni obsesionarse con las herramientas utilizadas o los aspectos formales. Esta figura monumental constituye su principal patrimonio, el mérito fundamental. Un personaje central que, considerado una persona, se impone tedioso, insoportable, reiterativo y desquiciante. Sin embargo se descubre eficaz como metáfora de aquella España y de su presencia en dicho territorio: Condescendiente con los nativos, desdeñosa y desconocedora de su realidad, supuestamente superior moralmente, altiva y ridícula dándose aires de gran potencia colonial, presuntuosa por un lejano pasado imperial, en realidad empobrecida, acomplejada, cretina, ruin y sin futuro.

Definitivamente, el título, otorgado por benévolos, de Cumbre de la Literatura Española del siglo recién acabado le viene grande a "La vida perra de Juanita Narboni". Que sea una novela sin duda interesante y por supuesto salvable, con muchas virtudes y valores como tantas otras, no evita que sus doscientas sesenta y siete páginas sean también redundantes, pretas, fatigosas y desmoralizadoras.

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