viernes, 28 de diciembre de 2012

"Adiós, hasta mañana", de William Maxwell.

Qué fácil parece.

Pero qué jodidamente difícil es en realidad.

William Maxwell es uno de los escasos afortunados que tenía el don. Uno de esos privilegiados que dio con la clave.

"Adiós, hasta mañana" es la estimulante, a la vez que frustrante, demostración de lo engañosamente sencillo que es escribir bien. 

William Maxwell encontró en esa necesidad tan norteamericana de saldar deudas, de ajustar cuentas, de aliviar su conciencia, el estimulo para escribir.

Y en los recuerdos, nostálgicos o traumáticos, en las heridas abiertas y en los remordimientos enquistados, los ingredientes de una historia que se apoya en la tesis, proclamada, según la cual la memoria tiene más de recreación, invención y especulación que de certeza, veracidad o custodia.

Esas modestas y particulares pretensiones son los argumentos suficientes para escribir una novela paradigmática, ineludible, sobresaliente. 

Tanto al comienzo, cuando William Maxwell muestra una aparente desorientación o indecisión, una rentable estrategia que le proporciona mayores oportunidades de purga, redención y reflexión sobre la familia, los vínculos, las pérdidas, la amistad, los sentimientos, o también sobre cuestiones más mundanas, como el lenguaje o diversas costumbres y comportamientos.

Como después, cuando decididamente se centra en el pasado y la narración es como las gentes de las que trata, humilde, taciturna, respetuosa, como su vida, sobria, constante, austera, o como sus tierras, seca, áspera, tosca. 

Todo, en "Adiós, hasta mañana", es llaneza, perspicacia e inocencia.

De esta elemental combinación surge un relato lúcido, sensible, sutil, trascendente, impregnado de una tenue poesía natural e instintiva.

Una historia intima, un compromiso privado que crece hasta ser el retrato de un periodo, de una geografía, de una cultura. Y desde ahí se convierte en un testimonio inmenso, universal e intemporal.

Más información sobre William Maxwell y "Adiós, hasta mañana".

lunes, 17 de diciembre de 2012

"El lamento de las sirenas", Michael Koryta

Desde abril está disponible "Una tumba acogedora", la tercera novela de Michael Koryta y, como las demás, con Lincoln Perry, probo detective privado y ex policía, como protagonista.

Puesto que no la he leído no puedo opinar, pero el precipitado avance que se incluía en la anterior, "El lamento de las sirenas", es más interesante que la obra precedente entera.

Esas escasas diez páginas tenían potencial, pese a incluir alguna torpeza inaceptable -Mi compañero Joe Pritchard estaba de baja indefinida, llevaba de baja dos meses (página 344)- que habrán corregido.

Los dos primeros capítulos de "Una tumba acogedora" ofrecidos evidencian las carencias "El lamento de las sirenas". En ellas hay ritmo, unos añorados diálogos ácidos, y unos personajes que, aún siendo los mismos, se presumen más seductores.

Lo mejor y, sobre todo, lo peor que puede decirse de "El lamento de las sirenas" se reduce a una palabra cuyas dos acepciones le son aplicables.

Correcto, ta.
        (Del latín correctus).
        1. Adjetivo. Dicho del lenguaje, del estilo, del dibujo, etc... Libre de errores o defectos, conforme a las reglas.

Rígida, estricta, "El lamento de las sirenas" está encorsetada por las reglas de un género. Sumiso y escrupuloso, Michael Koryta respeta, con desigual fortuna, los tópicos sin permitirse ninguna licencia, y renuncia a la libertad de poder equivocarse. Su obsesión por presentar una historia impecable, inexpugnable, constituye una tiranía en la que toda conversación, tesitura, exposición o digresión ha de rendirle pleitesía y contribuir a su monumentalidad con un exvoto. El conjunto, desposeído de verosimilitud, con cada diálogo, cada aparición, cada referencia sin otro sentido que su aportación a la trama, y los protagonistas condenados a un profesional celibato, queda rendido, hueco, espurio y sin atractivo.

        2. Adjetivo. Dicho de una persona: De conducta irreprochable.

Qué hay más aburrido que las conductas intachables. Quién busca personajes íntegros en una novela negra.

"El lamento de las sirenas" no tiene sabor. Ni es dulce, ni salada, ni ácida. Michael Koryta demuestra tener equilibrio para sortear las situaciones delicadas sin resultar empalagoso, como carecer del ingenio suficiente para dotar a sus personajes de gracia y mordacidad. Tampoco es amarga, puesto que el dramatismo es impostado. Y además le falta picante; la abstinencia es chocante, su explicación innecesaria y delatora.

La conclusión, aunque a ella se ha llegado antes, la ofrece el protagonista en la página 287, en un ejemplo de redacción descuidada:

Me hubiera gustado que aquello me importara. Me hubiera gustado querer preguntar por los detalles, intentar cuadrarlo todo con las piezas del rompecabezas que había estado montando durante toda la semana, hacer que encajara, ordenarlo todo. Pero no podía. Me resultaba imposible encontrar una razón por la que aquello tuviera la más mínima importancia.

Y los brotes verdes, el comienzo de "Una tumba acogedora".

 Más información sobre Michael Koryta"El lamento de las sirenas" y "Una tumba acogedora".

lunes, 10 de diciembre de 2012

"Retrato de un joven adicto a todo", de Bill Clegg.


"Retrato de un joven adicto a todo" no es ni innovadora ni rompedora, como lo fueran en su día los textos de Bukowski, ni amena ni seductora, como "Ciego de nieve", ni tan cruda, consciente o poética como "Candy", la del australiano Luke Davies.

Ni sincera. Ni valiente. Ni responsable.

Como cualquier historia real de caída y superación, "Retrato de un joven adicto a todo" tiene, por supuesto, momentos muy duros. Los detalles de la explícita y desafortunada portada de Lidia Toga ayudan a hacerse una idea.

Pero, fundamentalmente, es un relato distante y rutinario con algunos aciertos, episodios como el del ataque paranoico en el aeropuerto o el de la primera calada, e imágenes interesantes.

La confusa redacción tiene sentido para la descripción de la deriva. Sin embargo las convenientes regresiones, redactadas en una elusiva tercera persona, son igualmente planas y monótonas. Y el supuesto lirismo es obsceno, obvio, superficial y medroso.

"Retrato de un joven adicto a todo" pasaría por de ser una novela corriente, cuya publicación estaría justificada por la condición de conocido agente literario de Bill Clegg, al cual sus amistades en el mundo editorial habrían tenido a bien publicarle este libro para motivarle, y recomendable, por el escaso valor que tiene como testimonio, sino fuera por el ominoso discurso subyacente, por las desalentadoras conclusiones que resultan de la experiencia.

El problema no es que en "Retrato de un joven adicto a todo" la contrición esté ausente, que el agradecimiento escasee, o que éste sea gélido y descortés. Otros relevantes adictos, antes que él, tampoco dieron muestra de arrepentimiento. Ni de gratitud. Ni de voluntad.

Es más, a Bukowski no se le reprocharon el egoísmo de Chinaski, o el orgullo que, por su adicción, destilan los relatos. El ingenio y el cinismo de Robert Sabbag resultan atractivos, aún al reconocer que la fiesta únicamente acabó porque le pillaron. A Luke Davies no se le reprende por la ausencia total de ánimo, valentía, o de mérito, simplemente dejó de pincharse cuando ya no había sitio en su cuerpo dónde poder clavar la aguja.

Amorales, ufanos, ingratos y consecuentes, ninguno fue pródigo en dar razones, eludir culpas, compartir responsabilidades o proponer excusas. Ninguno se justificó, ni apeló al destino, a maldiciones o a condicionamientos genéticos para explicar su conducta. Ninguno disfrazó de poesía su cobardía o su incapacidad para reflexionar.

Bill Clegg será lúcido en cuanto a las causas, mas ciego y necio para profundizar sobre las consecuencias. Tan escueto en los remordimientos como osado en lanzar reproches y ajustar cuentas, sus argumentos pierden toda legitimidad al carecer de compunción.

En  este testimonio lo realmente desgarrador es la brevedad, frialdad y displicencia con las que resuelve las relaciones con las personas que le rodean, su socia, sus empleados, y fundamentalmente con la persona que estuvo con él y compartió los momentos de absoluta degradación sin recriminaciones.

Al menos, reconoce que aún quedan cuestiones por cerrar y sin resolver.  Las únicas palabras de perdón y de asunción de errores son las de sus progenitores. Las suyas están pendientes.

Se ha precipitado. Pero todos los damnificados, entorno, familia, amigos, tanto los que aguantaron hasta el final como los que agotados renunciaron, sabrán disculparle este último venial acto de egoísmo e ingratitud.

 P. D. Quien posea un ejemplar de "Candy", que lo guarde, tiene un tesoro. Quien lo encuentre que lo adquiera, o que me avise. Y quien tenga los derechos (¿Planeta?), por favor, que la publique.

Más información sobre Bill Clegg y "Retrato de un joven adicto a todo".

viernes, 30 de noviembre de 2012

"Música acuática", de T. C. Boyle

Por fin nos conocemos, mi querido Tom Coraghessan Boyle. Si me permite la confianza, le llamaré simplemente T. C. Boyle.

Menudo filón.

Como preveía que éste podía ser el comienzo de una gran amistad, en vez de "El pequeño salvaje", actualmente en los escaparates gracias a Editorial Impedimenta, qué más lógico que empezar por el principio y escoger para mi estreno su debut.

"Música acuática", a sus treinta años, está en la mejor edad, lozana, ubérrima y vigente. Recién acabada ya la estoy echando de menos. Han sido unos meses en los que, generosa y solícita, siempre ha estado ahí. Ahora, al alcance de mi mano sólo hay vacío.

Un volumen de casi setecientas páginas macizas, disuasorias, en la edición de Galaxia Gutenberg, la única que hay aunque ellos parecen haberlo olvidado, debe ser afrontado con voluntad y mesura. Además están los prejuicios, siempre los malditos prejuicios.

Uno cree que se enfrenta a un libro difícil, pesado, minucioso. Todo lo contrario, es una fiesta de lectura fluida, un despliegue de imaginación, irreverencia y procacidad. Una comunión en la que tanto disfruta el escritor que ese gozo se transmite al lector.

Pero no es puro esparcimiento. Tras tanta diversión y exuberancia hay una misión. El humor, la ironía y la inteligencia requerida tienen una responsabilidad, mostrar las vergüenzas, confesar los pecados, plantear errores, evidenciar tópicos, sugerir alternativas.

"Música acuática" es una novela repleta de dualidades.

Dos historias transcurren alejadas, aparentemente paralelas. Antes de converger, una se disocia para mantener la distancia y bipolaridad. Una parte de acontecimientos ciertos, la otra es pura invención. Y en ambas conviven el rigor y la precisión con anacronismos y licencias.

Dos continentes, dos mundos diferentes, opuestos incluso, pero igualmente inhóspitos, perniciosos e inclementes.

Dos protagonistas, uno un personaje histórico, el otro pura ficción. Cada uno, a su vez, compartirá su devenir con sucesivos compañeros hasta la coincidencia en un destino común.

Y un elemento atávico, revelador, cuya omnipresencia es discordante, cuya sabiduría cruel.

El continuo emparejamiento es el elemental y eficaz mecanismo utilizado por T. C. Boyle. Suficiente para que razas, civilizaciones, culturas, sociedades, clases, géneros, costumbres, caracteres y valores queden expuestos, enfrentados, comparados, desmontados.

Ése y la descripción detallada. Nada más. Todo muy sencillo, convencional y ortodoxo. No es que decepcione, pero sí contraría, por esperada, la ausencia total de osadía formal, de cualquier riesgo o novedad.

Ahí sí que a T. C. Boyle le gana por la mano su circunspecto y complementario sosias Lawrence Norfolk. Ambos recurren a hechos reales para cimentar su obras, Ficción histórica lo llaman, pero "El diccionario de Lemprière" o "El rinoceronte del Papa", la que tiene más en común con "Música acuática", son  más barrocas, osadas, crípticas, pero carentes de humor. 

Viendo la calma con la que se lo toma Lawrence Norfolk, diez años ha tardado en publicar "John Saturnall´s Feast", T. C. Boyle es una alternativa.

Por eso "Un amigo en la tierra", "El fin del mundo", "Drop city", "El balneario de Battle Creek" u "Oriente, Oriente" suponen un yacimiento, y su búsqueda un reto.

Más información sobre T. C. Boyle y "Música acuática".

martes, 20 de noviembre de 2012

"Muerte en verano", de Benjamin Black, vs...


Las historias son sus protagonistas.

Está todo contado. Se podrá ser más enrevesado o truculento, lo cual no es igual que ser original.

Los personajes son los que deben marcar la diferencia. De eso, afortunadamente, ya se han dado cuenta en  la televisión. 

También lo entiende así, y lo demuesta con "Muerte en verano", Benjamin Black, seudónimo con el que publica sus novelas detectivescas el irlandés John Banville, al cual, como tal, no he tenido oportunidad de leer.

Por principio y por necesidad, también por entretenimiento, los libros que aparecen, y aparecerán, aquí son obsequios, regalos, comprados en librerías de segunda mano, físicas o virtuales, en ferias de libro antiguo y de ocasión, en diversos rastros y mercadillos, o, como mucho, aprovechando alguna oferta, saldo o descuento. Y hasta ahora no se me ha puesto a tiro una ejemplar de John Banville con ese nombre en la portada, en negro sobre el fondo amarillo propio de Anagrama.

De cualquier forma, no existen obras menores, bromas privadas, experimentos ni divertimentos. Cuando uno es bueno, lo es siempre, aunque se distancie de alguna de sus creaciones. "Muerte en verano" no es, con ese final algo anodino y unos indicios ofrecidos con cicatería para que cundan, una gran novela de misterio. La trama es elemental, anecdótica, un componente secundario, estructural, un pretexto para escribir lo que sí es, una gran novela cimentada en los personajes.

Tanto en la magnífica, y en todos los aspectos mejor, "El secreto de Christine" como ahora en "Muerte en verano", el principal patrimonio lo constituyen sus protagonistas y su tratamiento. Unos actores verosímiles, naturales, complejos, cautivadores, que no son descritos por Black/Banville, sino que son ellos mismos los que, enfrentados a diversas situaciones comunes y cotidianas detalladas con una pulcritud y precisión que las convierten en cuadros singulares, demuestran cómo son con sus palabras, sus gestos y sus silencios.

La resolución de "Muerte en verano" me ha recordado una lectura de este último agosto que, por decepcionante y bochornosa, no tenía pensado mencionar. Se trata de, no es ironía,  "Un paso en falso", del noruego Kjell Ola Dahl, para los amigos K. O. Dahl, quien precisamente tiene otra novela titulada "La muerte en una noche de verano".

La similitud de aspectos fundamentales de los argumentos hacían ineludible una confrontación, a la vez desigual y reveladora, entre Muerte en verano" y "Un paso en falso".

Y es que mientras una es mucho más que una novela negra, la otra es apenas una novela negra más.

Mientras una es una historia con carácter, escrita con esmero, perspicacia y preocupación por el detalle, la veracidad, por procurar una atmósfera propia creíble donde se mueven un elenco completo y humano, la otra es un relato convencional y estereotipado, repleto de lugares comunes, escenas trilladas y tópicos perfiles.

Mientras una esparce las pistas, muy dosificadas eso sí, con honestidad, la otra es una intolerable sucesión de celadas, distracciones, obstáculos y dilaciones.  

Y los finales, con sus implicados mirando al mar, unos desde lo alto, los otros en la orilla de la playa, son uno frío, sobrio, real y triste, el otro fallido por obvio y ridículo por impostado.

Ambas lecturas, y su posterior comparación, son una prueba de que son preferibles las historias sencillas, auténticas, protagonizadas por personajes sólidos y sustanciosos.

Más información sobre John Banville"Muerte en verano"K. O. Dahl o "Un paso en falso".

martes, 13 de noviembre de 2012

"El joven vendedor y el estilo de vida fluido", de Fernando San Basilio.

No conocía a Fernando San Basilio. En el pecado llevo la penitencia. 

De esta ignorancia me han librado los de Impedimenta cuando, ahora que el proyecto está consolidado, con frecuencia abandonan la comodidad, relativa, de asegurar con figuras más o menos consagradas, aunque no sea aquí, para arriesgarse apostando por autores contemporáneos mucho menos conocidos (Eduardo Berti o Laurence Cossé).     

"El joven vendedor y el estilo de vida fluido", como antes a otros, lo escogí por la editorial, la portada y el título. Cuando es así no leo las solapas y apenas la contraportada para no verme condicionado. Qué ingenuidad. Está claro que solo soy capaz de formarme ideas preconcebidas equivocadas.

En este caso creía que Impedimenta había ido más lejos, que promocionaba a un desconocido, por primerizo y jovencísimo, autor. Al poco de comenzar la lectura de "El joven vendedor y el estilo de vida fluido" se percibe una madurez incompatible con la imagen construida de un autor prácticamente adolescente. A medida que sigues, demostrado que aquéllo se mantiene firme y no decae, comprende uno que ha errado, o ante un caso de monstruosa precocidad.

Al final las solapas te aclararán que Fernando San Basilio tiene de joven lo que tú, que ésta no era, obviamente, su primera novela sino la tercera, y que si no lo conocías fue porque Caballo de Troya no es el sello más promocionado del grupo Me gusta leer.

Y es que "El joven vendedor y el estilo de vida fluido" tiene un estilo de escritura fluido, con interminables cadenas de oraciones subordinadas y concatenadas formando fluidos párrafos. Un estilo donde se alternan con naturalidad y lógica diferentes formas verbales; la narración pasaba fluida del pretérito imperfecto al pretérito perfecto simple, de ésta al compuesto, que es sustituido por el presente de indicativo, al cual seguirá el futuro simple. Este ciclo se repite sucesivamente, sin tener porqué respetar la misma secuencia, y el conjunto crea una sensación de omnisciente panorámica envolvente.

Un estilo de compleja, metódica y cuidadosa construcción, pero de fluida y absorbente lectura, por medio de la cual, subrepticiamente, se van filtrando una serie de imágenes, sensaciones, consignas, ideas, sentencias que Fernando San Basilio quiere sean asimiladas por el lector.

A diferencia de la introductora Mercedes Cebrían, el clásico al cual vinculo "El joven vendedor y el estilo de vida fluido" no puede ser, por mucho que transcurra en un día o por tanto entrar y salir de pubs irlandeses, el "Ulises" porque de Joyce sólo me he atrevido con "Dublineses", y relacionar la Vaguada, ese experimento, ese laberinto, esa geografía detallada para anclar al lector a un presente real, con cuyo elemental y eficiente simbolismo Fernando San Basilio se siente tan a gusto (su anterior novela se titula "Mi gran novela sobre la Vaguada"), con populares territorios ideales es evidente. A mí, salvada la distancia que hay entre la grandeza de una y la modestia de la otra, la novela que me viene a la memoria es "El Quijote".

No sólo por el protagonista que, por supuesto, como la mayoría de los protagonistas tiene bastante de quijote, o por el título, largo y doble como los de antaño, sino fundamentalmente porque de manera similar a Cervantes, quien al parodiar un género parió la más grande novela de Caballería, Fernando San Basilio ha desenmascarado el género de la Autoayuda, mostrándolo como autoengaño y, a lo peor, lo que acaba logrando es que términos como Ambiente Facilitador, Chasquido Inicial o Experiencia Trascendente de Calidad sean expresiones de uso común entre frágiles y desamparados.

También como "El Quijote", "El joven vendedor y el estilo de vida fluido", a menor escala, transciende la simple ridiculización. La caricatura se convierte en tragicomedia, la sonrisa convive con el angustioso malestar ante la certeza de lo mostrado. Independientemente de la edad, cualquiera se identifica con las juveniles urgencias por la satisfacción de deseos o la obtención de gozo, con la inmadurez, el cruel desencanto, el terror y la frustración, con la ingenua búsqueda de soluciones fáciles para consecución de metas, la elusión de obstáculos o la evasión de la realidad de una generación, eso sí, significativamente hedonista, voluble, cómoda, especialmente consumista e incapacitada para el esfuerzo y el sacrificio. 

martes, 30 de octubre de 2012

"La verdad sobre Marie", de Jean-Philippe Toussaint.


Cuando niño me cautivaban los trozos de pirita que mi compañero de pupitre traía a clase. Me maravillaban su pureza, su sencillez, su artificiosa naturalidad. La geometría, la pulida superficie de las caras, los vértices pulcros, los bordes tajantes, convertían esas misteriosas piedras en seductores y evocadores objetos lúdicos polifacéticos.

Esas pequeñas multicúbicas figuras metálicas tan pronto eran unos eficaces talismanes protectores, como poderosas armas letales que una civilización tecnológicamente superior nos había confiado. Unas veces eran las sagradas representaciones de una deidad a cuya clandestina advocación nos habíamos consagrado como sus apóstoles. Otras eran simples mascotas, mudos camaradas, tesoros envidiados, ventajosas herramientas, o los distintivos utilizados por los miembros de una hermandad secreta.

La lectura de "La verdad sobre Marie" me ha traído a la memoria ese recuerdo de la infancia. Como una roca de pirita, esta obra tiene una elemental perfección cautivadora, sugerente, poliédrica. Y, como dicho mineral, es fría. Majestuosa, hierática, orgullosa, sabedora de su belleza, se cree suficientemente dadivosa mostrándose hermosa, y habrá de ser el lector el que, con sus manos, le dé temperatura.  

Jean-Philippe Toussaint secunda modestamente, con "La verdad sobre Marie", la propuesta formal de Jorge Luis Borges. De palabra le rinde expreso homenaje (páginas 73 y 115). De obra reivindica la literatura estética y elegante, el estilo preciso, conciso, severo. Las frases que construye Jean-Philippe Toussaint, y que la juiciosa traducción de Javier Albiñana, a pesar de los aprietos (entenebrecidas, en la página 72, o anfractuosidades, en la 106), respeta, son modélicas por su rigor, economía y concreción.

"La verdad sobre Marie" no es sólo un ejercicio de estilo, también es reflexión práctica sobre las pretensiones, los cotos, las metas, las cortapisas de la tarea del escritor.

... existía sin duda alguna una realidad objetiva de los hechos (...), pero (...) esa realidad me sería siempre ajena, podría tan sólo girar en torno a ella, abordarla bajo diferentes ángulos, rodearla y volver al asalto, pero me toparía siempre con ella, como si (...) fuese para mí por esencia inalcanzable, imposible de imaginar e irreductible al lenguaje. Por más que reconstruyera aquella noche desdoblándola en imágenes mentales que tuvieran la precisión del sueño, por más que la sepultara con palabras que poseyesen un diabólico poder de evocación, sabía que nunca captaría lo que había sido durante unos instantes la vida misma, (...) tal vez podría captar una verdad nueva que se inspiraría en lo que había sido la vida y la trascendería sin pruritos de verosimilitud o de veracidad, y tan sólo aspiraría a la quintaesencia de la realidad, a su sustancia sensible, una veracidad próxima a la invención o gemela a la mentira, la verdad ideal. (página 113) 

Si Borges despreciaba la realidad objetiva, y la consideraba un mero un punto de apoyo a partir del cual crear un universo privado, con su propia geografía, historia, mitología, física, zoología o astrología, Jean-Philippe Toussaint tiene un planteamiento más humilde y cauto. Reconoce la imposibilidad del artista de abarcar la realidad, lo erróneo de intentar imitarla. Traza un cerco a su alrededor, la observa, la analiza, busca inspiración en ella y nos brinda una aromática sustancia aséptica, resultado de una cuidadosa destilación.

Borges era un intelectual, no un sentimental. Jean-Philippe Toussaint sí habla de pasiones y sentimientos, pero desde la distancia que él mismo ha establecido, y lo que ofrece, esa verdad ideal de la que habla, consiste en una gentil descripción externa de gestos, palabras y situaciones. Incluso los pensamientos reseñados, son timoratos, circundantes, y no abordan directamente deseos o afectos.

Esta es una opción legítima, sensata, y "La verdad sobre Marie" un refinado cascarón, al estilo (¿y a la altura?) de los relatos de Borges. Y como los de éste, que no era un sentimental sino un intelectual, es una obra de una extrema belleza, fría, distante, antinatural. 

Más información sobre Jean-Philippe Toussaint y "La verdad sobre Marie".

miércoles, 17 de octubre de 2012

"Nosotros los animales", de Justin Torres


En la solapa se puede leer que Justin Torres es una joven promesa de la literatura americana, lo cual es muy posible; que algunos de sus relatos han aparecido en The New Yorker, Granta, Tin House y otras publicaciones, lo cual es irrebatible; y que "Nosotros los animales" supone su debut como novelista, lo cual es controvertido.

Aunque exista una relación de personajes común, un orden cronológico y una unidad argumental, aunque tengan una única voz característica, cada uno de los capítulos de "Nosotros los animales" es un relato en sí mismo, con la estructura, los mecanismos, los recursos y el lenguaje propios del género.

Cuentos cuidados, elegantes, contenidos, algunos ("Otras langostas", "Camioneta pichabrava") notables, que perfectamente podrían reclamar la independencia y llevar una existencia autónoma. O que, tal vez, en algún caso nacieron como una realidad individual, y han sido obligados por el autor a renunciar a su soberanía para terminar conformando esta armoniosa y racional confederación de relatos que es "Nosotros los animales".

Sea como sea, Justin Torres, en esta primera aventura como novelista, ha sido prudente. Ante el reto de afrontar la larga distancia, y temiendo acabar desfondado, se decidió por la comodidad de recorrerla en sucesivas etapas. Ha optado por no alejarse demasiado de territorios conocidos, por abordar temas asequibles, ya pateados, eso sí, por muchos otros antes, utilizando herramientas y métodos que domina, técnicas con las que se siente sólido y convincente.

El resultado, "Nosotros los animales" no es una novela ortodoxa, es un artificio, una astucia que funciona por su modestia. No se marca grandes metas, es una presentación. No ambiciona ser un hito, ni cambiar el curso de la historia de la literatura, únicamente lo que pretende Justin Torres es demostrarse a sí mismo, y a los demás, que sabe escribir.

Con pasos cortos pero seguros, firmes y maduros ("El tiempo de nunca jamás""Herencia"),  respetuosos, demasiado, con la tradición cuentista americana y conformes, demasiado, con la normativa que enseñan en sus talleres literarios, se muestra perspicaz, sensible, intenso, sugerente y, sobre todo, atractivo, al impregnar toda la narración con una sombra de rabia ciertamente perturbadora. Una pátina que enturbia y dota de originalidad a lo que amenaza con ser una semblanza familiar más, una rutinaria crónica de la iniciación, del desarraigo, de la pérdida de la inocencia, del maltrato, o del descubrimiento de la sexualidad. 

Todas esas pistas, todas esas anomalías, intentan, con mayor o menor éxito, preparar al lector para un desenlace que amalgama y da sentido al conjunto. Un cierre que supone el único riesgo, una pirueta para la cual ha cogido carrerilla desde el principio, pero velocidad sólo a partir del último cuarto, y de la cual sale más o menos trastabillado. Es un cierre digno, impactante, estremecedor, emocionante, consecuente al mismo tiempo que chocante. Un final que desentona, cuyo engarce con lo anterior, en cierta medida, chirría.

Justin Torres todavía no tiene el tacto lo suficientemente fino para controlar la espita de las emociones. No tiene bien ajustado el dispensador de tensión, ni lo tiene correctamente calibrado para las dimensiones y necesidades del género novelístico. Por eso lo que a lo largo de la historia desasosiega, al final se desborda.

Se dice que, en las primeras obras, la querencia natural es la de escribir en primera persona y la de hablar de uno mismo. "Nosotros los animales" está escrito en primera persona. No sé lo que tendrá de autobiográfico, algo seguro. Lo lamento por él. Sí sé que le vienen que ni pintadas sus propias palabras, cuando dice que poseía una aguda capacidad de observación, y cierta inteligencia, si bien resentida.

Una a una, sus partes son hasta magníficas. En conjunto, "Nosotros los animales" es esperanzador. Es sólo un comienzo, no la cúspide.


Más información sobre Justin Torres y "Nosotros los animales".

miércoles, 10 de octubre de 2012

"La edad de la duda", de Andrea Camilleri


Estaba convencidísimo de haber leído alguna de las historias del comisario Montalbano. A Andrea Camilleri seguro, que de eso se encarga mi señora, que no sé que zuna tiene con él.

He repasado la relación de sus obras, intentando recordar entre los títulos, y sólo tengo claro que he leído al menos dos:

"La concesión del teléfono", una simpática, sencilla y nada novedosa crónica folclórica de la Sicilia, la misma Sicilia, siempre Sicilia, esta vez de finales del siglo XIX, representada en Vigàta, la misma Vigàta, siempre Vigàta.

Y esa evocadora, alegórica, sugerente, leyenda mediterránea que es "El beso de la sirena". Ninguna de las dos con il dottor Montalbano como protagonista, ninguna publicada por Ediciones Salamandra, sino por Ediciones Destino, con quien se reparte el pastel Camilleri en castellano.

Si bien "El beso de la sirena" va aparte, es diferente, un cuento mitológico, una aventura, un reto, una deuda, Andrea Camilleri parece que, invariablemente, pretende ser grato y bienintencionado, generar un fondo de optimismo, con un estilo ameno, escueto, que garantiza una lectura fluida y una sonrisa en los labios.

Este Andrea Camilleri de "La edad de la duda" casa con el recuerdo que tengo de "La concesión del teléfono", en cuanto al dibujo benévolo, irónico pero cariñoso de unos personajes arquetípicos e identificables, los tipos italianos que uno busca y encuentra en la literatura desde Guareschi, o en el cine desde el Fellini de "Dolce vita" o "Amarcord". Los hombres son torpes unos, otros despistados, apasionados, un tanto violentos, como contrapunto está el sensato, la mayoría rijosos, todos galantes e infantiles. Las mujeres son pacientes, maternales, sabias, y nunca falta la rotunda, incluso voraz, para saciar las fantasías.

Lo que no cuadra con mi memoria es un protagonista tan descreído, subversivo, saboteador, zampón y voluptuoso. Serán los años, que no pasan en balde ni para un enemigo de las frases hechas. Son esos años precisamente, esa edad de la duda a la que se refiere el título, los que explican y dignifican su papel en la forzada anécdota amorosa en la que, con torpeza, lo involucra el autor.

Aunque no me ha sorprendido la trama sencilla pero eficaz, entretenida, resuelta con credibilidad y premura, tampoco tenía formada la opinión de que los libros detectivescos de Andrea Camilleri no eran más que un modesto remedio para aquéllos a los que les guste Lorenzo Silva y se hayan leído completa la saga de Bevilacqua y Chamorro. Ambos, Camilleri y Silva, ofrecen historias reales, con escenarios y personajes reconocibles, pero las del segundo están más trabajadas en cuanto al argumento, tienen más enjundia y mejor ligados los ingredientes.

Y es que lo más chocante es lo livianas que son las intenciones de Andrea Camilleri. Agradar con un retrato costumbrista y sensiblero, poco más. La superficialidad general de "La edad de la duda" se evidencia en cualquiera de las ocasiones en las que el autor intenta ahondar o transcender. Sea cual sea la oportunidad, romántica o social, fracasa y únicamente es capaz de ofrecer unas reflexiones vanas, ridículamente correctas y superfluas.

Al final va a resultar que, en realidad, hasta ahora no había leído nada del comisario Montalbano. Debo de haberlo confundido con otro comisario, tal vez con el veneciano Brunetti. Perdón, a los cuatro. A Montalbano, a Brunetti, a Andrea Camilleri y a Donna Leon.

Con el que, sin duda, no es posible este equívoco es con Aurelio Zen.

Más información sobre Andrea Camilleri y "La edad de la duda".

miércoles, 3 de octubre de 2012

"Pasajero K", de Adolfo García Ortega.


Se dice que honra merece quien a lo suyo se parece. Pues "Pasajero K" es un noble fruto de este momento tan complicado. Ese mérito tiene al menos. 

Lo que ya no tengo tan claro es si será la novela más recomendable para leer en estos tiempos. Eso depende del estado de ánimo de cada uno. Se requiere estar exultante.

Y es que Adolfo García Ortega ofrece una, por real más desalentadora, representación de Europa donde los ciudadanos son hijos no buscados ni deseados, molestias resultantes de uniones accidentales, frágiles e inmaduras.

Así, abandonados por sus progenitores, sin referentes, dirigentes, ni modelos, escépticos, traicionados, erráticos, tal vez tengan claro a donde quieren ir, y lo que no desean para sí, pero fuerzas mayores los obstaculizan, los extravían, o los dirigen en sentido contrario.

Además, esta Europa, permisiva, endeble y desorientada, mira hacia otro lado, esconde o consiente la existencia, no debajo, ni detrás de ella, sino plenamente integrada, de la denominada, para distanciarse y minimizarla, "otra" Europa, amoral, atroz y cruel.

Un panorama muy alentador y estimulante.

Todo ese pesimismo, ese desánimo, a Adolfo García Ortega lo supera y lo domina. Su incredulidad se transforma en apatía. Escribir se convierte en una tarea rutinaria. Y no se le puede exigir al lector entusiasmo si éste no percibe pasión en el autor.

"Pasajero K"  es una sucesión monocromática de escenas, una oscura exposición de ideas, que no ofrece luz alguna que anuncie el final del lóbrego, claustrofóbico, monótono túnel que describe. No hay, por tanto, motivos para la esperanza (tampoco razones que justifiquen los cambios de voz, ni reglas que sustenten algunas puntuaciones, objetables).

El camino es transitado sin convicción, primero por el escritor y después por el lector. Cualquiera de los frentes abiertos planteados están llenos de tópicos, conversaciones artificiales y situaciones increíbles que generan, por lo menos, indiferencia.

La trama central, plana y carente de tensión, languidece desaprovechada. La maternidad de la protagonista femenina es un intermitente y melodramático recurso de contraste, ineficaz herramienta para incitar la reflexión. El pobre y manido dilema edípico-existencial de quien da título al libro, tiene cierto valor como símbolo pero está resuelto sin verosimilitud, imaginación u originalidad. Únicamente la posibilidad de un romance, latente hasta el final, una puerta con la llave en la cerradura que nadie osa abrir, da lugar al momento más lúcido del pasajero K.

Consultando sus datos biográficos descubro que ya he leído a Adolfo García Ortega. De vez en cuando se planta mi suegra en casa con libros que le han dado en el trabajo. Lo normal es que ni mire para ellos, pero da la casualidad que el único que he leído es "Lobo". De esto puede que haga ocho años, y el escaso recuerdo que tengo es algo más favorable.

En cualquier caso, a Adolfo García Ortega le es perfectamente aplicable lo que un crítico un día sentenció sobre las películas de su personaje: "Se niegan a dar más de lo que parecen estar dando" (página 96, en la edición de Círculo de Lectores). Son tan acertadas estás palabras, que no me cabe duda de que él mismo las leyó en la reseña de alguno de sus libros, las aceptó con deportividad, y las ha aprovechado en un irónico detalle.

Más información sobre "Pasajero K" y Adolfo García Ortega.

lunes, 24 de septiembre de 2012

"Un buen detective no se casa jamás", Marta Sanz.


Éste estuvo a punto de ser el juicio de únicamente las primeras ciento treinta y nueve páginas. Luego casi lo fue de doscientas y pico. Definitivamente, gracias a la fuerza de voluntad y el orgullo, es la opinión de las trescientas catorce.

Que tampoco hubiera pasado nada. Los hay por ahí, muy estimados y seguidos, que se pronuncian sobre una obra larguísima que obviamente no he leído entera, y lo hacen con mucho criterio. 

En su momento, "Black, black, black" dejó sensaciones contrarias. Marta Sanz demostraba que sabía escribir, pero aquello no era, aunque formalmente lo aparentaba y como tal se publicitó, una espléndida novela negra. Espléndida puede, negra lo dudo, imposible espléndida y negra a la vez, salvo que el adjetivo espléndida sea una cáscara vacía, abierta para que el lector la llene con los significados que estime oportuno. 

Nos quedamos con lo primero, con que sabe escribir. La fe en su talento prevalece y por eso se le ha dado la oportunidad a "Un buen detective no se casa jamás". La conclusión esta vez es que las virtudes se agrandan hasta lo desmesurado y los defectos se agravan.

En Editorial Anagrama sabían que era imposible hacer lo mismo con "Un buen detective no se casa jamás" sin mentir y ganarse una plaza eterna en el averno del descrédito. Han optado por una fórmula más ambigua, ofrecerla como una moderna novela detectivesca, siendo el calificativo moderna la gatera por donde colarla dentro de dicha categoría.

De esta maquinación comercial y publicitaria Marta Sanz no tiene ninguna culpa, pero sí es responsable de un ímprobo afán de escribir, sin tener tan claro sobre qué concretamente. Así como en "Black, black, black" ideó un relato más o menos acorde con el género, en "Un buen detective no se casa jamás" no se toma la molestia de disimular, de diseñar una historia digna, simplemente demuestra un mínimo de originalidad e ingenio al estructurarla de tal forma que, en una narración anodina y plana, haya algo de suspense que justifique su inclusión en el género.

Marta Sanz es acaparadora, avasalladora, desmoralizante y devastadora con el ánimo y la paciencia del lector.

No desaprovecha nada, cualquier pretexto le viene bien para desahogarse, explayarse barroca, exponer su dominio del vocabulario, abrumar con la amplitud de sus conocimientos literarios, cinematográficos o generales, con la abundancia de sugerentes y estimulantes imágenes, símiles o alusiones. No le interesa el argumento, se ocupa y divierte creando personajes ciclópeos en un recorrido tan ínfimo.

Invade desmedida espacios que no son suyos. Tan importante como la exhibición o la demostración del talento son la participación y la colaboración del lector. Por egoísmo hurta gozos ajenos, asume tareas que no son suyas. Tanto en el dibujo de los personajes como en el transcurrir del relato, Marta Sanz lo aclara todo y lo ilustra demasiado, no dando posibilidad a la imaginación, a la especulación o a la interpretación.

Y ello repercute letalmente en el ritmo. Las situaciones, las conversaciones se eternizan. La más mínima variación en la escena, cada gesto, cada frase ha de ser necesariamente diseccionada y analizada. Los obstáculos al fluir natural se incrementan por culpa de un subterfugio exasperante e innecesario, de lo cual el narrador es consciente (página 243).

Marta Sanz es una gran escritora cuyo único pecado es el exceso. Debería tomárselo con calma, no ser tan ambiciosa y fundamentalmente buscar el equilibrio. El equilibrio entre los personajes y la historia. Y el equilibrio entre ella y sus lectores, sobre los cuales no debe imponerse, a los cuales debe respetar, reconocerles su espacio.

martes, 18 de septiembre de 2012

"Una oración por Katerina Horovitzová", de Arnost Lustig

Por fin un libro tan elegante por fuera como hermoso por dentro.

Una historia tremenda, un relato rotundo, sencillo y elocuente.

Un regalo perfecto para lectores con un mínimo de celo, sentido y sensibilidad.

Una lectura obligada, de las que se recuerdan porque te enriquecen.

Es la primera vez que Editorial Impedimenta cumple plenamente con las expectativas que la habitual magnífica apariencia externa de los ejemplares que publica provoca.

Y es que la esperanza es lo último que se pierde. Había mucha confianza en el acierto de Editorial Impedimenta en la tarea de búsqueda y redención que, como las demás pequeñas editoriales,  viene realizando. Con "Una oración por Katerina Horovitzová" han dado en el centro de la diana.

No como otras (Editorial Funambulista), en algún caso de reciente lectura ("Rehenes").

"Una oración por Katerina Horovitzová" es tanto una narración auténtica y reveladora como un relato lírico y alegórico. La realidad, si es descabellada, llega a ser inasumible. La incapacidad de, no ya comprender, simplemente soportar tanta desdicha, tanta injusticia inconcebible, desemboca en la denigración, provoca la destrucción del orgullo, de la voluntad y de la personalidad, lleva a la consecución de los objetivos del enemigo.

La desesperación, la incredulidad son antinaturales; vano el ansia de explicación para el aberrante presente, de justificación para la prolija crueldad y la humillante hipocresía. La alternativa a la alienación, a la derrota, es la evasión.

"Una oración por Katerina Horovitzová" es una historia específica y verosímil que habla de víctimas y verdugos, que refleja la variedad de reacciones de aquéllos y la uniformidad de los comportamientos de éstos. Además es una sagaz y pedagógica sinécdoque, por medio de la cual Arnost Lustig ofrece un esclarecedor diagnóstico, una asequible explicación de dolorosa belleza y simbolismo elemental pero eficaz.

Todo se reducía a una cuestión económica. A partir de ahí surgió un guión, acompañado de una escenografía, un vestuario, un reparto artificiales. Un argumentario que no necesita ser cierto, siquiera lógico. Será irrebatible con ayuda de la fuerza y el terror. Todo para enmascarar la finalidad, arrebatarle a una parte de la población su patrimonio económico, minar su moral, vejarlo y, ya puestos, extinguirlo.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

"Relato soñado", de Arthur Schnitzler.


Uno va a la librería, se aproxima a la estantería y lo primero que cree ver es un ejemplar de Stefan Zweig. Cuando lo tiene entre sus manos se da cuenta de que no. Es de Arthur Schnitzler, la cuarta edición. Y por la solapa descubre que, aunque casi veinte años mayor, fue un contemporáneo suyo, también austriaco, también de Viena, también judío. Y presume que eran de la misma cuadrilla y se los imagina en una tertulia compartiendo sus escritos con una pizca de nata montada en los bigotes.

Quien se acerque a este cuento, que es lo que "Relato soñado" es, por concepción, estructura, desarrollo de la historia, diseño de los personajes e intenciones didácticas y moralistas, con la esperanza de encontrar algo similar a Stefan Zweig verá satisfechas sus expectativas. Lo cual, por otro lado, sirve de disuasoria advertencia para los que lo aborrecen, que abundan.

Los hay que consideran a la acomodada burguesía europea de finales del XIX y primer tercio del XX un fenómeno que habría que extirpar de la memoria, mientras otros lo consideran, no por nostalgia, atractivo, estético, estimulante y digno de análisis. No todo va a ser novela social. El compromiso se puede manifestar de diferentes maneras, o tener distintos objetivos.

Los gustos cambian. Donde unos ven precisión, profundidad y matices, otros ven afectación, manierismo y parsimonia. Los estilos, los argumentos, los planteamientos pasan de moda. Pero la inteligencia, la perspicacia o el sentido común no.

"Relato soñado" es, no por culpa de la impoluta traducción de Miguel Sáenz, un relato desigual donde lo más contemporáneo es lo más clásico y tradicional. Sin embargo, lo más osado o transgresor, los episodios sicalípticos y carnavalescos que inspiraron a Stanley, Tom y Nicole, o los recursos oníricos, son lo que peor ha envejecido.

Dispar también su avance. A un comienzo esperanzador, preciso, conciso, que vaticina un lúcido estudio sobre la fragilidad de la condición humana, sierva de sus miedos y anhelos, le suceden unas escenas eróticas manidas, propias de un viejo verde, llenas de recurrentes imágenes de disfraces y máscaras, bajo los cuales se esconden deseos, traumas y obsesiones.

Recupera Arthur Schnitzler la sagacidad con el sustancioso sueño y las reflexiones que provoca, acerca de la tolerancia con los impulsos propios y, en cambio, la severidad de juicios y condenas ajenas inmisericordes, consecuencia de los prejuicios, las inseguridades y temores. Pero la resolución y la moraleja final son conformistas y decepcionantes. Intenta a lo largo del relato combatir y cuestionar los convencionalismos y ataduras sociales, mas no logra liberarse de ellos ni proponer alternativa.

"Relato soñado" es similar a alguna de las obras de Stefan Zweig. Similar formal y contextualmente, muy distinta en intenciones, preocupaciones, objetivos y, sobre todo, en los resultados.

Arthur Schnitzler, éste al menos, es más burdo, menos fino, con menos recursos que el Stefan Zweig de "Novela de ajedrez" o de "Mendel el de los libros", también que el de "Amok""Los ojos del hermano eterno" "Carta de una desconocida", mucho más profundo, más actual, más poliédrico y menos obvio. Más centrado en las personas, en sus ideas y comportamientos éste, más obsesionado por los instintos el otro.

Más información sobre Arthur Schnitzler y "Relato soñado".

martes, 4 de septiembre de 2012

"Los amantes" y "Voces que susurran", de John Connolly.

Tusquets Editores tiene previsto publicar en septiembre "Cuervos", la undécima novela que el gran John Connolly ha escrito sobre el detective Charlie Parker. En el Reino Unido salió a finales de mes pasado la duodécima, "The wrath of angels".

Así que este verano, como iba un poco retrasado, ha habido que apretar. A Salinas me llevé "Los amantes", y a Conil "Voces que susurran".

John Connolly es lo más novedoso y, junto con el más clásico Philip Kerr, lo más sólido y apetecible que pueden leer los aficionados al género negro. Sus obras combinan el respeto, la obediencia, la comunión con la ortodoxia y la osadía de aventurarse por la senda mefistofélica abierta por "El ángel caído", de William Hjortsberg, a quien rinde homenaje con el nombre de uno de los principales secundarios de la saga.

El resultado es verosímil, no grotesco como le ocurre a Fred Vargas. Las diferencias están en que John Connolly integra los elementos irreales con naturalidad, que éstos siempre están supeditados a la historia, nunca al contrario, y que por supuesto no son atajos ni argucias para salir de embrollos argumentales.

En sus relatos hay víctimas, pero no hay héroes, lo más protectores o vengadores. Hay abogados, policías, camareros, traficantes, contrabandistas, alguna prostituta y el consiguiente chulo. Todos ellos, tipos duros y mujeres que no se achantan así como así, protagonizan diálogos ácidos y afilados. Hay matones, psicópatas, asesinos por encargo, en serie, o de niños. Y también hay otra categoría de seres. Unos apenas son percibidos como sombras o apariciones. Otros con más éxito logran alcanzar o volver a este mundo, ocupando o infectando algún cuerpo.

Su personal y original estilo también se aparta de, o aporta algo a, la lealtad al género. Independientemente de su relevancia, John Connolly se molesta en describir detalladamente cualquier personaje, en contarnos su historia, pese a que ésta no vaya a ir más allá de un par de páginas, y aunque la presentación ocupe más espacio que su presencia en la narración. Y lo mismo ocurre con los escenarios. Cada pueblo, local o paisaje reclama y merece su esfuerzo. John Connolly les hace el trabajo sucio a esos autores que van directos al grano. Sus retratos e imágenes se quedan en la memoria y son útiles para rellenar los huecos que dejan los otros.

Por otro lado, mientras la mayoría de los compañeros de  John Connolly  no plantean dilemas éticos, o éstos son sutiles y accesorios, o presumen de criaturas amorales, Charlie Parker está inmerso en disputas entre el bien y el mal en diferentes vertientes. Conceptos tales como la culpa, el pecado, redención, condena, remordimiento, venganza, incluso cielo e infierno, o ángeles y demonios tienen una presencia muy relevante en la saga, que por momentos orilla peligrosamente el maniqueísmo.

Aunque sus novelas soportan una lectura independiente, ni "Voces que susurran", ni menos aún "Los amantes" son las mejores elecciones para iniciarse en la obra de este autor. Lo recomendable, lo más respetuoso con el compromiso y el empeño de John Connolly, es leerlas por orden de publicación. Es así como se asiste al nacimiento de un mito y a la construcción del universo que lo rodea, como se garantiza su plena comprensión y la admisión de las venias.

Este consejo se convierte en advertencia para el caso de las primeras cuatro novelas. "Todo lo que muere""El poder de las tinieblas""Perfil asesino" y "El camino blanco" constituyen una unidad con un fascinante debut, dos meritorios episodios y un colofón colosal, que requiere del conocimiento de los antecedentes.

Completada esta tarea, John Connolly se enfrentó a una disyuntiva, y dudó. Primero se dejó llevar por las fantasías espectrales más oscuras, en "El ángel negro". Luego dio marcha atrás. Recuperó el equilibrio en "Los atormentados", y demostró con "Los hombres de la guadaña", historia protagonizada por los secundarios de lujo y en la que Charlie Parker tiene un papel residual, que era capaz de escribir un gran libro prescindiendo de lo irreal o espiritual.

Es con una lectura ordenada como, en definitiva, se obtiene la información capital sin la cual un lector novel de "Voces que susurran" es imposible que quede satisfecho, que obtenga respuesta a cuestiones fundamentales que John Connolly da por sobrentendidas o ya explicadas. Y peor será para uno que lo primero que lea sea "Los amantes" el cual, sin haberse empapado de la atmósfera y carente de contexto, concluirá que es inconsistente, si no ridícula.

Pero la lectura sistemática de la saga de Charlie Parker también delata que "Los amantes" es rutinaria y decepcionante. Una obra de transición, con la que John Connolly, atorado e indeciso, aprovecha para atar cabos que habían quedado sueltos, justificar alguna circunstancia secundaria, o solucionar la cuestión de la recuperación de su licencia de detective. Ni siquiera el desenlace es la coreografía precisa que los fieles esperamos, sino una versión capada en su mayor parte y  resuelta con apatía.

Con "Voces que susurran" parece que definitivamente John Connolly se ha decidido por seguir la vía infernal y fabulosa, pero sin ahondar ni profundizar, más preocupado por contar una buena historia que por buscar la tensión o provocar emociones. Mucho más trabajada que la anterior y más comprometida que las demás, manteniendo las virtudes del conjunto, el problema de "Voces que susurran" está en que no tiene nada de original o sorprendente. Todo se ha leído ya anteriormente. Tanto los personajes como las localizaciones, las situaciones, los ambientes o los diálogos, son combinados afanosamente en una nueva fórmula para conformar infructuosamente una historia diferente, pero que suena igual.

Esto puede ser entendido de dos formas. Una que, lamentablemente, por unas razones u otras, John Connolly muestre unos tenues, pero preocupantes síntomas de agotamiento. Otra que sus seguidores estemos malacostumbrados y ya no nos resignemos con más de mismo, por mucho que sea igual de bueno que lo anterior.

Más información sobre  John Connolly"Los amantes" "Voces que susurran"

viernes, 27 de julio de 2012

"Rehenes", de Stefan Heym.

Menudo lío tienen montado en Editorial Funambulista

Otras editoriales pequeñas, como Libros del Asteroide o Impedimenta, demuestran tener bien definida una línea editorial que garantiza a los lectores lo que se van a encontrar al abrir un ejemplar suyo.

Si los de Editorial Funambulista simplemente hubieran optado por el eclecticismo la decisión sería respetable, y valiente la asunción del riesgo que supone generar inseguridad en el comprador. Las sorpresas pueden ser buenas, pero también malas, y a uno le puede gustar aventurarse confiado en las propuestas del editor o recelar temeroso por la incertidumbre.

El problema va más allá. Indagando en su página descubres que hay varias colecciones, lo cual no aclara nada. Navona editorial también tiene hasta cinco colecciones y se percibe la coherencia tanto en cada una como entre todas, además de guardar una práctica y conveniente uniformidad externa. En cambio, lo de Editorial Funambulista es un caos en el que no se ve, en unos casos, el criterio aglutinador y, en otros, la razón de la existencia de alguna categoría. Además, físicamente, los ejemplares de la misma colección son diferentes y los que pertenecen a colecciones distintas son similares.

Unos libros atractivos y elegantes, eso sí, pero son mírame y no me toques. No hay en el mercado otros que menos soporten tenerlos entre las manos, que se ensucien más y envejezcan peor.

"Secretas injusticias" y "El danés serbio" son títulos cuyo buen recuerdo han hecho que ahora abriera "Rehenes". Al parecer, a pesar del aspecto parecido en un caso e idéntico en otro, cada uno pertenece a una colección distinta. Éste último a una colección que alterna los libros de papá, con los de japonesas contemporáneas, o los de jóvenes añosos españoles con los de exitosas púberes francesas. O naturalistas con malditos.

"Rehenes" es publicitado como El mayor best seller durante la II Guerra Mundial en EEUU. Quizá sea una pena que, en su momento, fuera imposible su publicación en la España franquista, donde era inaceptable un discurso tan explícitamente nihilista o idealista, además de antibelicista y socialista. Setenta años después, demasiado tarde para redimir injusticias, lo que tenemos entre las manos es una historia maniquea y envejecida con un mensaje anticuado y polvoriento.

El relato tiene un ritmo desigual, que arranca ágil, aunque tópico, para después, sometido a toda la ideología que tiene que acarrear, avanzar a trompicones previsibles. Tanto el argumento, una sucesión de escenas artificiales y efectistas, como los personajes, arquetipos reconocibles por repetidos, rígidos e incómodos, son, uno, un mero armazón predecible que engarce y justifique los alegatos lanzados por, los otros, unos instrumentos de propagación ideológica.

Tampoco los alegatos han soportado mejor el paso del tiempo. La diatriba libertaria y antifascista, por incontestable, no genera debate. El existencialismo está más que consolidado como para que ahora suponga polémica alguna. Y en cuanto a las referencias utópicas a un nuevo mundo que está por llegar, si Stefan Heym se refería al ejemplo de su querida RDA, no hay añoranza más rancia, fracasada y superada. Si, por otro lado, se quiere entender como una alusión a soluciones socialdemócratas más moderadas y actuales, sí que ahí para gustos están los colores.

Hay dos autores, dos auténticos best seller de la época, que, aunque continuamente me los encuentro a muy buen precio, nunca me han llamado la atención: W. Somerset Maugham y Lajos Zilahy, precisamente éste tratando de ser recuperado por Editorial Funambulista por medio de la Biblioteca Lajos Zilahy. Leer "Rehenes" no ha conseguido otra cosa que reafirmarme en la idea de la carencia de interés de autores que por alguna razón están olvidados, por mucho que vendieran en su momento.

Puestos ha recomendar una buena historia, menos ideológica, más moderna, real, ambigua y contradictoria, que poco tiene en común con "Rehenes" salvo el telón de fondo, el momento y la ciudad que son los que me la han recordado, es "La hora estelar de los asesinos". No sé cómo se habrá vendido, si fue mucho o poco, qué importa eso.

Más información sobre Stefan Heym y "Rehenes".

miércoles, 18 de julio de 2012

"Claroscuro", de Nella Larsen

Un libro muy, pero que muy, interesante este "Claroscuro". Todo un acierto el de Contraseña, otra pequeña editorial maña, su descubrimiento para los lectores en castellano.

No la llamaría novela. Y no sólo por su tamaño, ciento noventa páginas menos treinta y seis del prólogo de Maribel Cruzado Soria. Quita también el título, la dedicatoria, la cita, los encabezamientos de cada una de las tres partes, la nota final de los editores y el índice. En total, poco más de ciento cuarenta, con caracteres New Baskerville de buen tamaño.

Ni siquiera novelita. Por su eficaz sencillez, por lo austero de su planteamiento, o por lo directas que son las intenciones de la autora, "Claroscuro" es un cuento largo. Incluso estaría más cerca de ser una pieza teatral, ya que la ausencia de acción, la sobriedad de escenarios, junto con el imperio de los gestos y palabras de los personajes, facilitan su transcripción al medio dramático.

Nella Larsen, parecer ser, se dijo voy a escribir poco pero lo voy a hacer bien, concisa y elegante, cuidando la sintaxis. A Nella Larsen le gustaban las joyas, y quiso crear su propia gema, elemental, pura. El color era lo de menos, siempre que fuera hermosa, brillante, precisa, afilada. Y con muchas facetas donde reflejarse.

El resultado es una historia aparentemente íntima y doméstica, que aborda y disecciona las ambiciones, esperanzas, deseos y temores que cimientan la construcción y desarrollo de cada proyecto familiar, o los pulsos, tensiones, dudas y crisis que gobiernan la evolución de las relaciones de pareja. Por encima, el objetivo fundamental es el de concienciar al lector sobre conceptos como el de la discriminación o el de la conciencia de raza, lo que es muy instructivo para los privilegiados desconocedores de su existencia.

Aunque sea una historia básicamente de mujeres, y de mujeres negras, "Claroscuro" no es ni feminista ni combatiente con la causa racial. Es una obra que supura sensibilidad y sentido común. Piedad no. La autora demuestra que tanto que los hombres somos previsibles y medrosos como las mujeres, además de complejas y apasionadas, son también complicadas e impulsivas; que tanto los blancos eran brutales e injustos, y los negros agraviados, como las comunes debilidades, miedos y pasiones los igualan.

El gran mérito de Nella Larsen está en la objetividad en la exposición. Construye unos personajes provistos de los matices necesarios para sus (de ella) intereses. Colocados en situaciones meditadas, ofrecen el abanico completo de alternativas, fundamentan argumentos opuestos, y suscitan preguntas que permiten la reflexión, el debate y el análisis. Y para no decantar las conclusiones hacia un lado determinado, no es misericordiosa con  ninguna de sus criaturas. Ni tampoco fue una mujer feliz.

Las similitudes personales con el personaje que, aunque narrada en tercera persona, establece el punto de vista de la narración, hacen pensar que hay mucho de autobiográfico en esta historia. Si además es especialmente inclemente con dicha figura, sobre todo a partir de la segunda parte, la conclusión es que era dolorosamente lúcida, consciente de sus defectos, y que la literatura fue la purga, la terapia o su penitencia auto impuesta.

Una posdata para Pepa Linares, la bregada traductora, a falta de mayor responsable de un título un tanto burdo, y poco sutil. Es posible que el original sea intraducible, que su versión literal carezca de sentido porque gran parte del mismo se pierda en el tránsito, o que una opción más respetuosa carezca de atractivo, pero a quién se le ha ocurrido un título tan poco sutil. Si no es tarde aún, ofrezco una alternativa para una ediciones futuras, "Café con leche".

Sinopsis, y más información sobre "Claroscuro" y Nella Larson.

miércoles, 11 de julio de 2012

"La juguetería errante", de Edmund Crispin.

Editorial Impedimenta estaba castigada. Después de las decepciones que supusieron "La hija de Robert Poste" o, anteriormente y en mayor medida, "Botchan" decidí mantenerme alejado de la tentación que son sus libros.

Serán los más bonitos que se pueden encontrar en una librería, pero su lectura fue perniciosa para mi estabilidad. Me generaron dudas sobre mi sentido del humor, aptitud y sensibilidad, al ser incapaz de percibir la perspicacia y ternura de una de las más hilarantes y entretenidas novelas japonesas de todos los tiempos, ni de degustar la considerada la novela cómica más perfecta de la literatura inglesa del siglo XX.

Más marginado te sientes cuando compruebas que una va por la decimoctava edición y el otro por la duodécima, sin que te consuele la certeza de que sus tiradas no son las del Premio Planeta. Únicamente te alivias pensando que la población esta envejeciendo, que la gente es muy curiosa, o que la mayor parte de los libros son comprados para regalo. A eso se agarra Editorial Impedimenta, y no tiene rival.

Ahí tenemos, por ejemplo, "La juguetería errante", una preciosidad. Cómo voy a culpar a mi mujer de haber picado, o a hacerle responsable del fin de la cuarentena con ocasión de mi santo. No había libro más elegante en toda la librería. Además el fajín decía que es un auténtico clásico de la novela de detectives inglesa, considerado una cumbre indiscutible del género. Causa furor. Ya va por la quinta edición, cuando mi ejemplar es de la tercera edición, y no hace ni quince días.

¿Y después de leerlo, qué? Pues mejor. A diferencia de Stella Gibbons o Natsume Soseki, sí se merece otra oportunidad Edmund Crispin. Tengo curiosidad por ver cómo evolucionan las aventuras de Gervase Fen y se me ha pasado el enfado con la editorial, aunque sigo pensando que sus libros son manifiestamente más atractivos por fuera que por dentro.

No es un acontecimiento editorial, el descubrimiento de un supuesto clásico de la novela detectivesca. Si en España, hasta ahora, apenas se podían encontrar tres títulos suyos, "Muerte en el colegio", "Enterrado por gusto" y "El caso de la mosca dorada", éste último incluido en la reputada colección Selecciones del Séptimo Círculo de Alianza Emecé, no será porque se trate de un postergado dichosamente rescatado.

A tenor de lo visto con "La juguetería errante", estamos más bien ante un autor popular, cuya imaginación se manifiesta en la tan original como confusa trama, cuya cultura se constata por la ingente cantidad de citas literarias y referencias mitológicas e históricas, reto superado para José C. Valés*, y, por encima de todo, cuya inteligencia se demuestra con su sentido del humor, principal mérito de la obra.

*Una pregunta, querido José C: ¿Pesadillesca? (página 140) Falta una nota a pie de página más, que justifique el uso de ese palabro, tal vez por la existencia de otro semejante en la versión original. 

"La juguetería errante", es fundamentalmente una perspicaz y deliciosa sátira que, al contrario de lo que se pueda presumir al transcurrir en Oxford, no se ceba con el mundo académico. Estudiantes y profesores son tratados con igual desconsideración que el resto de los miembros de la sociedad. Sí es Edmund Crispin incisivo con sus disidentes juicios literarios, transmitidos por diversos medios, el menos sutil pero más ocurrente de los cuales es un provocador juego en el que los protagonistas evocan al cura y al barbero en la biblioteca de Alonso Quijano.

El problema está en que como novela de misterio, que es lo que se supone que es según el marchamo con el que se vende, apenas tiene interés. Las razones que motivan el crimen son enrevesadas. Las circunstancias de su comisión se ofrecen como caso de habitación cerrada cuando en absoluto lo son. Las indagaciones en sí son fastidiosas e irrelevantes. La resolución encuentra al lector indiferente, cautivado por la ciudad y los personajes.

Y no le favorece nada a la intriga, pero sí en cambio le da valiosa singularidad al conjunto, el aire de irrealidad que abarca a todo el libro. Una atmósfera onírica activada por la solitaria entrada nocturna en la ciudad, alentada primero por el singular descubrimiento del cadáver, después por la desaparición del escenario del crimen con aquél dentro, sostenida por las rupturas de la cuarta pared (páginas138 y 282) y por los excesos característicos.

Ah, una advertencia para terminar: Mucho cuidado con la palabra considerado/considerada en cualquier reseña relativa a un libro/novela. Es una elusión de responsabilidad de dicha opinión, y un indicio alarmante de estar ante un bulo arteramente liberado para su propagación.