martes, 18 de octubre de 2011

"Las cinco muertes del barón airado", de Jorge Navarro


Comencemos con una denuncia. Le ha tocado a Seix Barral, ya que el libro se me deshace entre las manos. Esta editorial, al igual que Mondadori con su colección Roja & Negra, se ha unido al grupo que pretende que paguemos a precio de libro cosido libros encolados. Esta protesta estaba reservada para cuando me topara con la colección de novela negra de RBA, el caso más escandaloso porque, si Seix Barral ahorra además en cola, la otra lo hace en papel ofreciendo unos ejemplares mínimamente más grandes que los de bolsillo. Hay más editoriales, pero su humildad y la necesidad de austeridad les absuelve; sólo me quejo de las que tienen un prestigio y una capacidad de venta que hacen esta política vergonzosa.

Para una vez que creo entender el significado de las citas con las que los autores suelen adornar, como prólogo, sus obras, no voy a perder la oportunidad, porque en el caso de "Las cinco muertes del barón airado" son ilustrativas.

La primera, de Soledad Puértolas, es una advertencia de lo que uno va a encontrar; la combinación de realidad y ficción, la amalgama de acontecimientos históricos y fabulosos, la mezcla de personajes inventados y reales, la atribución a éstos de comportamientos, ideas y palabras ciertas o falaces, con la única intención de que el resultado sea plausible. Objetivo conseguido.

Jorge Navarro quería escribir una novela y lo ha hecho. Sabía que podía y lo ha demostrado. Una obra modesta, honrada, amena y nada pretenciosa en sus dos primeros tercios, y que evidencia mucho trabajo de hemeroteca y esfuerzo para recrear acertadamente un momento, su elenco, la geografía, los ambientes y las circunstancias sociales y políticas que lo conformaron.

La segunda cita, de Cristóbal Serra, es una muestra de inseguridad, una disculpa anticipada e innecesaria ante el temor de caer en el folletón. Si "En manos del diablo", de Anne Marie Garat, es un desbordante homenaje a dicho género, Jorge Navarro no puede evitarlo al situar su historia en una época en la que éste está en boga, al estructurar la trama necesariamente como un enredo, al trabajar con unos personajes inevitablemente tópicos que suenan a eso, y al dibujar con ironía sus pasiones y obsesiones, bordeando en algún momento la caricatura, pero a la vez contenido por el respeto al trabajar con figuras históricas.

Cuando lleva dos tercios escritos Jorge Navarro se da cuenta de que lo que está haciendo es meritorio pero no suficiente; necesita una justificación, encontrar o demostrar el sentido de su obra. Es entonces cuando la obra da un giro, se oscurece, la narración se adereza con una serie de reflexiones tanto existenciales como sociales, unas más obvias, pequeñas y huecas que las otras, y finalmente el autor no es capaz de cerrar la historia sino que la deja languidecer y apagarse. Y es consciente, a la vista de algunos argumentos (páginas 308 y 325), excusas más bien, aplicables válidamente al narrador y al autor.

"Las cinco muertes del barón airado" no es ni mucho menos una novela redonda. Es una novela entretenida que, no sabiendo a dónde ir, se cae en el último tramo. Tampoco es ambiciosa, simplemente tenía la ilusión de escribir y esto lo logra con algo más que dignidad, con eficacia incluso, en su mayor parte. El problema está más en la concepción que en la capacidad narrativa de Jorge Navarro. Por ahora prueba que cuando tenga una idea bien rematada nos ofrecerá un producto atractivo y de calidad. Algo se atisba.

Quiero cerrar con dos objeciones.

Página 120: "Gerbex prohibía a sus discípulos que se abstuvieran de coger los pinceles si no estaban satisfechos de lo que veían a lápiz". Prohibir que se abstenga alguien es lo mismo que exigir que se haga algo, y no creo que eso sea lo que Jorge Navarro quería decir en este caso.

Página 164: "Rita, que desde la muerte de su madre, le ayudaba a cuidar la finca y la casa rectoral, estaba caída en el suelo, desnuda...". ¿A quién ayudaba Rita? A su madre muerta no, por supuesto. Dando marcha atrás, al primero que nos encontramos es al barón. No veo al barón en la huerta o limpiándole la casa al cura. Tenemos que ir a la página anterior para entender que es a su padre, el masovero, a quien asiste. Me parece una interpretación muy amplia y discutible de la regla sobre el uso de los pronombres, con la que no estoy de acuerdo.

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