martes, 6 de septiembre de 2011

"Crimen en el Barrio del Once", de Ernesto Mallo


"Crimen en el Barrio del Once" tiene sus cosas buenas y sus cosas peores. Bastantes cosas muy buenas pero unas pocas, al menos cuatro, regulares.

Para Ernesto Mallo la trama no es lo importante. Esto no es un demérito, todo lo contrario. La realidad pocas veces supera a la ficción. La mayoría de las ocasiones la vida es sencilla. La precipitación y la inexperiencia a la hora de cometer un crimen, mas si el autor es alguien sin valor e incapaz movido únicamente por la rabia y la desesperación, suponen dejar tras de sí numerosas pruebas y pistas que permitirán una rápida inculpación y resolución.

Eso es lo normal, como demuestra la Sexta por las mañanas.

"Crimen en el Barrio del Once" no tiene pretensiones de intrigar ni sorprender y, por lo tanto, tampoco tentaciones de trampear y engañar. Mejor una historia franca, bien contada y mejor resuelta que enredos artificiales. No importa que atinemos lo que va a pasar, eso no significa que sea previsible. Previsible es cuando se quiere desconcertar  y no se consigue. Esta obra es lógica y consecuente, con la austeridad propia del género negro clásico, con un ritmo adecuado y una interesante, ágil, rigurosa forma de presentar los diálogos.

Ésta es una novela sobre personas, preocupada por argüir cuándo, cómo y porqué se hacen determinadas cosas y se desencadenan acontecimientos inusuales. Por eso, si se ha acertado al elegirlas y dibujarlas, hay que ser cuidadoso con lo que se pone en su boca, para no estropearlo.

El pecado, venial, de Ernesto Mallo es la falta de sutileza en algunos momentos.

Con la mujer de Giribaldi se le va la mano. La responsabiliza con la representación de una clase social, deposita en ella tanto significado que el valor metafórico desaparece y sólo queda un borrón grotesco. Véase la página 62.

Cuando profundiza en la cuestión amorosa, para explicar y justificar los comportamientos posteriores del protagonista, un par de diálogos penalizan a los intervinientes y ridiculizan sus interacciones. Páginas 34 y 103.

La dictadura militar argentina es una situación tan trágica y terrorífica que se impuso a todo y a todos, una presencia constante que condicionaba las conversaciones, las conductas, las decisiones. No es necesario que se destaque, se evidencia por si misma. Eso está bien reflejado; con el discurrir normal del relato, la inmoralidad, la arbitrariedad o la vileza se descubren perfectamente integrados. El problema está en la inclusión quimérica de un discurso ideológicamente irreprochable e incuestionable pero a la vez, y parcialmente por eso, increíble e innecesario, en boca del personaje más logrado. Página 149.

Sólo son cuatro detalles. La opinión general es que es buena, merecedora del premio Memorial Silverio Cañada de la Semana Negra de Gijón en 2007. Si Ediciones Siruela, como parece, se decide a publicar una segunda novela suya y la encuentro a buen precio, con gusto insistiré.

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