miércoles, 6 de julio de 2011

"No es elegante matar a una mujer descalza", de Raúl del Pozo


La Barcelona del siglo XX ha sido escenario de más novelas que Madrid. Si no de más sí de mejores. Barcelona es un personaje más complejo y atractivo, sobre todo como decorado para una novela negra. Como excepcional (no de bueno, sino de escaso) ejemplo de novelas policíacas con Madrid de marco, en algún sitio se citaban las "inencontrables" novelas de Raúl del Pozo. No se ha perdido nada irreemplazable.

"No es elegante matar a una mujer descalza" es poco más que el fruto de una apuesta o sugerencia arrojada por un amigo editor, o el meritorio trabajo final de un taller literario. Una novelita, pequeña no por su calidad literaria sino por sus pretensiones, no tanto por el resultado como por su concepción. Bien escrita, es una idea sencilla, básica, poco trabajada y esquemáticamente desarrollada, agarrotadamente ortodoxa y rigurosamente fiel a las reglas del género, sin errores pero tampoco aportando alguna novedad.

Sí se ve esfuerzo en presentar unos personajes, arquetípicos y nada originales, pero bien definidos y lamentablemente dilapidados. A partir de ahí, vueltas y vueltas a una historia simple hasta lo ridículo que únicamente cuenta con dos elementos particulares, la distancia temporal entre la comisión del delito y su descubrimiento, excusa fallida para revisar un momento fundamental de nuestra historia reciente, y las peculiares circunstancias en las que es encontrada la víctima, las cuales van a tener una explicación vulgar.

Aparte de esto, el argumento no tiene interés ni mérito. Marear la perdiz, sirviéndose de alguna trampa, durante unas ciento cincuenta páginas para retrasar una resolución que se hubiera logrado con sólo agilizar un par de trámites policiales.

Si la historia no justifica el empeño de escribir, y menos aún el ánimo de leer, sólo quedan dos motivos, lograr un ejercicio literario de calidad que pueda ser disfrutado y ser reflejo de una época relevante e ilustración de una ciudad. Sobre lo primero, destaca la precisión y austeridad de Raúl del Pozo, y su disposición a homenajear el argot judicial y policial.

En cuanto a la relevancia de "No es elegante matar a una mujer descalza" como testimonio de la Transición, lo que debería ser su mayor mérito se queda en oportunidad desperdiciada. Veinte años después, todo se reduce a una enumeración de recuerdos, apenas pinceladas, impresiones manidas sin ninguna profundidad.

Y doblemente desaprovechada queda Madrid, apenas esbozada en los dos momentos en los que transcurre el relato. Esto no puede ser un ejemplo de novela sobre Madrid.