viernes, 29 de abril de 2011

"El cojo y el loco", de Jaime Bayly

La obra de Jaime Bayly nunca me ha llamado la atención. He dejado pasar cada oportunidad de comprar un libro suyo de segunda mano que se ha presentado y nunca me he planteado comprarle nada nuevo.

Aunque publicara en editoriales prestigiosas, como Anagrama o Seix Barral,  me parecía un simplemente un provocador. Menos mediático aquí y, probablemente, mejor escritor que su amigo Boris Izaguirre, pero ambos casos muy parecidos, productos fundamentalmente televisivos que son exportados a la literatura, y los cuales, cuando no son tomados en serio por ese mundo y son acusados de superficiales o vacuos, se quejan y se revindican.

Y algo de verdad hay cuando, por mala conciencia, cansancio o simplemente madurez, a la hora de reeditar cuatro de sus cinco primeras novelas al parecer ha revisado, cuando no directamente eliminado, las escenas y momentos eróticos, ofreciendo así unas versiones más convencionales. Con ello reconoce lo accesorio e innecesario de tales fragmentos, y quiera dejar a un lado polémicas evitables.  

Si el argumento fundamental para leerlo era su popularidad y el supuesto escándalo que encierran las páginas de sus libros conmigo iba dado, porque difícilmente me ruborizo, su trabajo periodístico y televisivo me era prácticamente desconocido y tampoco me fío de los premios literarios, más o menos rigurosos y en menor o mayor medida publicitarios, con los que ha sido reconocido como ganador o finalista. Las críticas con respecto a él estaban divididas, con lo que pesaba más la frívola imagen que proyecta.

Pero Alfaguara, en 2010, editó "El cojo y el loco", y las críticas leídas esta vez fueron unánimemente favorables, algúnas incluso entusiastas. Esto, y la posibilidad de adquirirlo a buen precio por Internet en Libros Alcaná, fueron determinantes para darle una oportunidad y unirse a las opiniones favorables y casi a las entusiastas.

"El cojo y el loco" es un cuento, por supuesto únicamente para adultos, en el que los monstruos son los protagonistas y las hadas son corrompidas, humilladas y devoradas.

Un cuento que describe un mundo que, sometido a un decapado por el que los elementos sociales y culturales quedan reducidos a indispensables andamios que sostienen las estructuras básicas de convivencia, muestra, entre fluidos y olores corporales, el lado salvaje y primitivo de unos personajes bien trazados, definidos todos ellos por sus defectos y vilezas. Un mundo tan falso e irreal como cualquier otro mundo imaginado pero, a la vez, más verdadero por su pureza y sinceridad.

De la misma forma que se muestra un entorno amoral y violento, la novela carece de aspiraciones éticas. No pretende justificar los comportamientos, explicar las causas o relacionar las consecuencias. Uno nace siendo de una forma y el entorno te empeora, no siendo relevante el grado de responsabilidad de cada factor, ya sea genético o ambiental.

Y el entorno que rodea al loco y al cojo, cuyas vidas transcurren paralelas durante la primera mitad de la obra, es la alta burguesía de una capital sudamericana, puede que Lima y puede que cualquier otra. Aunque posteriormente, tras un accidentado cruce de destinos, el loco huirá de la ciudad para intentar ser feliz a su manera en lo más perdido y solitario del campo, es fundamentalmente esta aristocracia republicana la que queda en evidencia, concretamente instituciones como la familia, que controla y oculta a cualquier miembro distorsionador del que se avergüenza, o la iglesia, representada por curas inconsecuentes y, la mitad de ellos, "chupapingas", y por beatas, crédulas, místicas y mártires.   

En esta ocasión no hay sitio para especulaciones sobre cuánto hay de autobiográfico en sus protagonistas, más le vale. Otra prueba de madurez. Esta vez son fruto de un trabajo más creativo, mezcla de recuerdos, deseos, fantasías y distorsión.

Utilizando un español con los giros, modismos y vocablos propios de aquellos lares, pero perfectamente comprensible, Jaime Bayly, sin perderse en matices y sutilezas, propone, como el cojo, ir a dar una vuelta en moto. El lector, cual inocente y excitada doncella con los pelos alborotados, se agarra a su cintura, nota la trabajada musculatura, y él dispara con una mano a todo lo que se mueva y con la otra acelera.

El resultado del paseo es una narración con un ritmo trepidante que no decae. Puede que el conductor derrape, pero nunca pierde el control, y al terminarla lo que deja es una memorable sensación de vértigo y mareo.

 Más información sobre: "El cojo y el loco"  Jaime Bayly

domingo, 24 de abril de 2011

"La hija de Robert Poste" vs "La tía Mame"

Se especula ya sobre cómo va afectar a la llamada "Generación Nocilla" y a sus obras el paso del tiempo. A la generación en sí se sabe que muy mal; se la puede considerar prematuramente finiquitada. Con respecto a sus obras, algunos estudiosos creen que van a envejecer mal, porque únicamente para unas generaciones muy concretas tienen pleno significado los elementos utilizados para crear imágenes y conceptos. Las generaciones posteriores necesitarán que se les expliquen determinadas nociones, y ello supondrá una gran merma de frescura y disfrute.

Estos mismos argumentos pueden ser aplicados a las novelas de humor. Un chiste pierde la gracia si precisa ser explicado. Las sátiras se sirven de referencias a diferentes lugares, como sitios de veraneo, edificios, instituciones, teatros, restaurantes u otros locales de moda, personajes populares, ya sean músicos, modistos, actores, aventureros, deportistas, periodistas, columnistas, críticos sociales o literarios, novelistas o autores teatrales, o a obras de todo tipo, de teatro, musicales, novelas, periódicos o revistas. Si la celebridad de estas referencias se ha marchitado con el tiempo, y ha de ser recordada con notas a pie de página, la  eficacia se disipa, los mecanismos que provocan la risa no saltan, no se produce la carcajada, y sólo queda una condescendiente sonrisa. 

También son instrumentos utilizados en este tipo de obras el lenguaje, por medio de los juegos de palabras, neologismos, equívocos, las pronunciaciones defectuosas o las hablas de los distintos sitios. Todas estas herramientas son difícilmente salvables cuando son traducidas obras escritas en otras lenguas.

Si por estas razones, para un lector de un tiempo y cultura diferentes, este tipo de novelas pierden la gracia, su mayor valor y principal sentido, quedarán entonces reducidas, en el mejor de los casos, a meras novelas costumbristas, ya que como armas destinadas a la crítica social resultan ineficaces al incitar sus personajes más la ternura que el desprecio, y en el peor a piezas ininteligibles. Pero, a pesar de estos handicaps, su lectura debe afrontarse sin prejuicios, porque es posible sorprenderse, que el humor triunfe y, por tanto, disfrutar.

En 2010 las editoriales Impedimenta y Acantilado publicaron "La hija de Robert Poste" y "La tía Mame" respectivamente, las cuales pueden  servir como ejemplos de supervivencia más o menos exitosa, y ser sometidas a una comparativa en la que, reconociendo  que el duelo es desigual, al haber una perceptible diferencia de veintidós años entre la publicación de una y otra, hay que declarar vencedora indiscutible a la última. 

En " La hija de Robert Poste" el humor se apoya en juegos de palabras y neologismos que prácticamente, aunque sean explicados por el traductor, no son efectivos. Seguramente sea una obra más sutil y sagaz, tanto en lo que se refiere a las escenas como a la descripción y tratamiento de los personajes, con un humor perspicaz y de trazo más fino, el cual se desvanece con el paso de los años.

"La tía Mame" se sirve de personajes más excéntricos, sometidos a situaciones extremas y cómicas y, en general, un humor más grueso que, independientemente de las continuas alusiones a lugares y personajes célebres en su momento pero la mayoría hoy olvidados, resiste perfectamente. Y eso que, aunque fue publicada veinte años después, se retrotrae a finales de los años veinte, mientras que, curiosa e innecesariamente, "La hija de Robert Poste" se sitúa en un futuro, indeterminado pero cercano, en el que las tenues referencias históricas y tecnológicas futuristas resultan desconcertantes.

Son decisivas, a la hora de decantarse por una u otra obra, las respectivas protagonistas, las cuales comparten muchos más rasgos que los que las diferencian, pero, al ser descritas una por su sobrino, benevolente narrador agradecido, y la otra por la escritora y estar sometida, como el resto de los personajes, a su afilada ironía, la imagen que se forma el lector de ambas es muy distinta. La tía Mame despliega encanto, despierta aprecio, cariño y mucha clemencia. Es un personaje inclasificable, desconcertante, camaleónico, mayormente irreflexivo e instintivo hasta bordear lo ridículo pero sin llegar nunca a perder la dignidad, y capaz de, si se requiere, mostrar sensibilidad, sensatez, inteligencia y sobre todo aptitud para la supevivencia, favorecida por su desahogo económica. Flora Poste, en cambio, no excita los mismos sentimientos. Siendo un personaje simpático, también queda evidenciado que es entrometida, mangoneadora, caprichosa, infantilmente egoísta, edonista y otros muchos más calificativos que perfectamente pueden ser aplicados a la tía Mame pero que su sobrino se encarga de matizar. 

Tanto en el caso de las protagonistas como en el de las obras en su conjunto, la principal y fundamental diferencia está en las circunstancias que a aquéllas rodean. Al contrario de Flora Poste, la tía Mame no es la más inteligente, la que domina y controla el entorno para salir finalmente triunfadora. En algunos casos esa es su intención, lográndolo a veces y conformándose otras con sobrevivir, pero en la mayoría de los lances simplemente aspira a integrarse y a ser aceptada.

"La Tía Mame" también destaca por el abanico de ámbitos sociales que abarca y que, por tanto, son objeto de una feroz burla. Las élites cultural e intelectual de Nueva York, el rancio y nostálgico Sur, los círculos universitarios y su entorno, la clasista burguesía acomodada, la decadente aristocracia de Nueva Inglaterra son diseccionados, desnudados y ridulizados, frente a "La hija de Robert Poste", que principalmente se ocupa del mundo rural y sólo tangencialmente de la burguesía londinense.

Otro aspecto que enriquece a "La Tía Mame" es el testimonio de tolerancia, personal, social, racial o religiosa, que fundamentalmente subyace a lo largo de la narración, aflorando en determinados momentos, y que es su  mensaje básico.

El tiempo hace que "La hija de Robert Poste" quede reducida a una simpática e ingeniosa, aunque ajada, broma privada, un ajuste de cuentas con compañeros de profesión, pasado y, al parecer, familia. Una broma que, por su inteligencia, puede provocar sonrisas, mientras "La tía Mame", con su moderna y plenamente vigente brutalidad, abiertas carcajadas.

Más información sobre:
Stella Gibbons y "La hija de Robert Poste" 
Patrick Dennis  y  "La tía Mame"

viernes, 15 de abril de 2011

"Ojos que no ven", de J.A. González Sainz

Sorprende que determinadas cosas todavía necesiten ser explicadas. Que principios fundamentales para la convivencia, como lo son el respeto al otro, al que piensa diferente, o el derecho a la vida, tengan que ser revindicados, cuando debieran ser evidentes.

"Ojos que no ven" no es una obra política, por mucho que a algunos les interese tan simple reducción.

Es una obra ética, que se enfrenta a supuestos problemas complejos que no lo son tanto, ante lo franca que es su explicación y su solución. La defensa de la sencillez frente a la complejidad es el pilar central de esta novela, aunque se exponga a través de varios ejemplos.

Sirviéndose de una escritura envolvente, circular como los ciclos de la naturaleza y la vida, repetitiva como lo son los comportamientos animales y humanos, salpicada de frases hechas y coloquiales, homenajea al lenguaje y denuncia la manipulación del vocabulario, la tergiversación del significado de las palabras, el uso del diccionario como herramienta para la agresión.

Con una sintaxis mayormente enrevesada, difícil, exigente que, por momentos, se desenreda para fluir, desarrolla una apología de la sabiduría atávica de la naturaleza y de la vida en conjunción con ella.

Y lo hace enfrentando al protagonista, y su familia, al paso de vivir en el campo a su integración en una sociedad industrial con un componente nacionalista. Parte de la familia lo aceptará con normalidad, pero para una persona sencilla y pura el cambio del pueblo a la ciudad supone un desarraigo interior y el desprecio exterior, tanto del medio como de la gente.

Mientras los miembros de la familiar reflejan los distintos grados de asunción o de respuesta ante el fenómeno nacionalista, los demás elementos que intervienen en ese contexto son sutilmente dibujados, simplemente esbozados, aprovechando la inocencia del protagonista, porque el propio nacionalismo es un instrumento más, pero no el único, utilizado para enfrentarse a un problema mayor, los fanatismos.

Sorprende que una persona llana y corriente no pueda convivir. Que, como si fuera un extraterrestre, no sea capaz de entender el mundo. Tal vez el problema no lo tenga el individuo integro y auténtico, sino una sociedad desquiciada, insegura, el la que hasta el lenguaje es maleable según los intereses, y donde la amenaza, el escarnio y la violencia es lo habitual.

Pero si realmente algunas cosas deben ser explicadas, algunos principios revindicados, algunas situaciones denunciadas, y algunas actitudes defendidas, este cuento moral es una eficaz y lúcida herramienta a la que, al no ser ni un testimonio ni un documento periodístico, no se le puede exigir veracidad ni rigurosidad, sino que sea verosímil y plausible. Y hermosa.

Más información: http://www.anagrama-ed.es/titulo/NH_465

domingo, 10 de abril de 2011

Massimo Carlotto

Como "el autor de novela negra más importante de Italia"es presentado al mercado español Massimo Carlotto por Emecé editores, quienes han publicado ya dos de sus obras.

Muy mal tiene que ir la novela negra italiana si esa reseña es cierta.

La novela negra no es un género menor, se merece consideración. Hay que exigirle un respeto a cualquiera que pretenda escribir una obra de género negro. 

"La oscura inmensidad de la muerte"  es el fruto de tener una ocurrencia, un ridículo círculo de perfecta justicia ideal que rezuma moralina, tomar algunos de los elementos característicos del género y narrarlo, como también es habitual, en primera persona, herramienta ésta arriesgada si hay que ponerse en la piel de un tipo en situación crítica.

En un doble salto mortal sin red, la historia se desarrolla por medio no de uno sino de dos protagonistas, y ambos en situaciones límite, traumática una y desesperada la otra. En uno de los personajes, al estar en libertad, la primera persona es más narrativa. El otro, en cambio, está encarcelado, y sus capítulos son pretendidamente más introspectivos. En ambos casos el resultado es errado; el personaje en libertad no es verosímil y el encarcelado es ridículo. Y porqué, por la misma razón por la que no es necesario ni suficiente que el autor de este blog diga que esta novela no le gusta, sino que a esta conclusión, o a otras, debe llegar el lector a tenor de sus palabras. 

La falta de credibilidad hace que la obra se lea con desapego, mayor a medida que se acerca el remate, el supuesto clímax lleno de tensión. El distanciamiento deriva en indignación. La sensación de estar, con benevolencia, ante una idea ingeniosa, con algunos detalles originales pero un tratamiento equivocado, desemboca, ante el increible giro, más etílico que ético, en un abierto enfurecimiento, en una falta de condescencia con una obra en la que autor primero concibió la historia y luego creó un mundo que se adecuara a ella, en la que los personajes secundarios son meras marionetas desdibujadas, sin el carácter suficiente, porque eso haría insostenible el argumento.

Pero todo el mundo tiene derecho a una segunda oportunidad. Eso, y que El Círculo de Lectores, a un precio más económico, ofrece las dos obras en un único volumen.

Narrada también en primera persona, esta vez con acierto, por un personaje logrado pero todavía incompleto, que aspira a ser comparado con el protagonista de "El asesino dentro de mí" de Jim Thompson, "Hasta nunca, mi amor" es una novela más atinada que la anterior, con la que comparte defectos, como un final insultante, o el enfoque de los personajes secundarios, despreciados y, en algún caso, lamentablemente desaprovechados.

El tratamiento de los personajes femeninos es ofensivo. Quizá los personajes masculinos sean responsables de su comportamiento con las mujeres, pero es el autor el único responsable de cómo ellas, ya sean fuertes o débiles, se dejan hacer. El pulso entre tipos duros y mujeres frías, fundamento de muchas de las mejores novelas negras, es en esta obra traicionado. Las mujeres, con carácter o sin él, son burladas tanto como personajes como personas.

Sin pretensiones psicológicas, la narración en primera persona es más efectiva. A falta de incursiones introspectivas, terreno que el autor ha demostrado no dominar, discurre de modo que se va conociendo progresivamente al protagonista, construyendo su amoral personalidad, pero esta edificación resulta incompleta.

Como incompleta resulta la construcción de una historia con posibilidades, con ideas interesantes, con personajes secundarios con potencial. Quien mucho abarca poco aprieta y Carlotto no profundiza en determinados momentos que lo merecerían. La prevalencia de un ritmo veloz pretende esconder una falta de esfuerzo, o de capacidad, pero un final irreal desenmacara las limitaciones. Una pena.

El éxito de este autor en su país es consecuencia de su previa popularidad, que aprovecha incluyendo los sucesos biográficos más polémicos en sus obras, lo cual únicamente puede ser calificado como obsceno. Siendo aquí un total desconocido, y carentes sus obras de todo ese componente subjetivo, sólo pueden ser éstas ponderadas por su calidad literaria, y los resultados son magros.

domingo, 3 de abril de 2011

"Tren a Pakistán", de Khushwant Singh

Libros del Asteroide es una editorial de referencia. A la belleza y calidad de sus ediciones hay que añadir la categoría de su catálogo, que incluye autores recuperados, como Manuel Chaves Nogales, y descubrimientos resultado de incursiones por distintas literaturas de todo el mundo, tanto a oriente como a occidente.

"Tren a Pakistán", es un ejemplo de esa tarea de búsqueda. Todo un acierto. Una novela que explica de forma sencilla y objetiva un conflicto complejo con un resultado lúcido y brillante.

En una pequeña aldea, cercana a la nueva frontera, la convivencia es tranquila, manteniéndose todas las tradiciones salpicadas por mínimas influencias coloniales, meros arañazos sin profundidad en su arraigada cultura.

El pueblo se ve amenazado por una serie de enfrentamientos provocados por factores externos: La metrópoli, los nuevos gobiernos, la burocracia y la juventud educada e influida por la cultura e ideologías occidentales. De algunas de estas contiendas, como la colonial, recién mal resueltas, quedan las secuelas. Otras, como la religiosa y la existente entre tradición y progreso, minan la estabilidad de la cohabitación.

La confluencia de todos los factores desembocará en una crisis definitiva que acabará con la estructura social.

Tras la apariencia de una nostálgica novela costumbrista, que trata a los personajes o con un cariño e indulgencia que recuerda a García Pavón y sus historias sobre Plinio y Tomelloso, o con la sutil ironía de influencia británica utilizada en la descripción de las escenas burocráticas, dignas de Monty Python, se esconde una sagáz obra simbólica, contemporánea y occidental.

Con eficacia, y sin resultar estridente, el simbolismo es aparcado por el autor en la última parte, sirviéndose de dos personajes, uno de ellos sarcásticamente borracho, para expresar perspicaces reflexiones sobre el compromiso, la responsabilidad, la culpa o sobre el heroísmo, su efectividad o inutilidad, cuestión ésta que debe ser respondida por el lector una vez leída la escena final.

"Tren a Pakistán"  progresa y evoluciona a medida que avanza, yendo de menos a más, y sigue creciendo una vez terminada, al ser saboreado su recuerdo. A ello contribuye, además de la inteligencia que destila, la simpatía o, como poco, clemencia con la que son tratados los perfectamente dibujados personajes, los cuales, al ser la situación tan compleja, las circunstancias tan variadas, las opciones tan pocas,  no son juzgados. En este caso no se trata de enjuiciar, simplemente de explicar.